La memoria marinera de Lastres se ha quedado huérfana con el fallecimiento ayer de Quintín Cristóbal Roza, pescador local y superviviente de las dos grandes galernas que padeció la flota en el siglo XX: la de 1944 y la de 1961. Gran conversador y con una prodigiosa capacidad de recordar, el lastrín había nacido en noviembre de 1929 y se apagó a los 87 años. Familiares y amigos le despedirán a las seis de esta tarde en la iglesia de Santa María de Sábada.

Hasta hace un tiempo era frecuente verle por el muelle, pero ya el año pasado su salud empezó a deteriorarse y dejó de ser un habitual del puerto lastrín. También en 2016 la Asociación de Mareantes de Lastres "Virgen del Buen Suceso" le concedió el premio a Mareante Mayor, el reconocimiento a toda una vida dedicada a la mar.

Su padre era armador y maquinista del barco de vapor "Gallito", la primera embarcación en la que trabajó. Quintín, como le llamaban, fue luego el patrón de la "Gran Molinera", el barco en el que se jubiló en 1990. Él mismo contaba que empezó a la mar en 1943, "el añu de la grasa y les alpaques". Por aquel entonces estaba activa la II Guerra Mundial y los militares estadounidenses, que traían refuerzos para sus aliados europeos, naufragaron a cien millas de Lastres, hundidos por el enemigo alemán. Llevaban grasa de búfalo para cocinar y alpacas de caucho, una mercancía con gran flotabilidad que subió a la superficie y por el viento del norte y la marea se desplazó hacia la costa.

"Las alpacas eran de cien kilos y se pagaban a trescientas pesetas el kilo. Era la época de la fame y el estraperlo y el que podía zafarse lo guardaba y lo vendía bajo cuerda. La grasa fue un alimento de primera necesidad, lo iban a cambiar los de Lastres por muchas cosas. Mató muchas fames", rememoró Roza en una entrevista concedida a este periódico.

Ávido consumidor de noticias y de trato afable y divertido, sus ojillos vivarachos no eran sino el reflejo de una mente despierta. Entre sus relatos memorables están, sin lugar a dudas, las dos ocasiones en que sobrevivió a una galerna, los dos mayores azotes que sufrió la flota local a lo largo del siglo XX. Él mismo aseguraba que, si bien en la de 1944 tenía quince años, el peor apuro en que se vio en la mar fue en 1961. Cristóbal Roza andaba de "chó", el chico de los recados, e iba con su padre en la máquina de vapor de "Gallito".

Entre una galerna y otra el lastrín hizo la mili en Ferrol y en la escuela de mecánicos sacó el título de fogonero. Después se enroló en el barco de guerra "Vicente Yáñez Pinzón" , un cañonero. En 1961, y estando a bonito a unas 350 millas al norte de Finisterre, supo por el parte francés la que se avecinaba. "Aunque estaba la mar como una balsa de aceite, yo presentí, con un olor como el de las patatas cuando se asan en la foguera, que algo no andaba bien, relató Roza al ser reconocido "Mareante Mayor". A los marineros lastrinos les cogió con buenos barcos y no hubo que lamentar desgracias, pero no todo el mundo tuvo la misma suerte "porque no te acaricia, lleva lo que encuentra a su paso".