Mañana, lunes, Enrique Patricio tratará de aprobar el examen para sacarse el carné de conducir, y ese día dejará de tener una cosa en común con Javier Gálvez, el histórico «manager» del rock español, fallecido hace ahora dos años, que en su caso fue padre profesional y camino de salvación cuando le dio la oportunidad de ser el representante de los «Burning».

Enrique había conocido a Gálvez en Avispa, un sello de Madrid al que había llegado con «Babylon Chàt», la banda ovetense de glam rock con la que se pateó España y aprendió el oficio desde abajo. Y conectó con él. «Era un "antimanager", que es el mayor piropo que le puedes decir a un "manager". Pudo haberlo tenido todo, pero sólo trabajaba con la gente que le apetecía. Ésa era también mi filosofía de vida, y me hacía gracia que, como yo, él tampoco tenía carné de conducir». A mediados de 2002 Gálvez telefoneó a Enrique. «Oye, te vas a reír, pero ¿quieres llevar a los "Burning?"».

Y, así, este ovetense que llevaba desde mediados de los noventa tratando de asentarse en el negocio, vio cómo pasaba de haber estado ese mismo verano en la primera fila de un concierto de Johnny Cifuentes y compañía a trabajar con ellos en el «backstage». Y la histórica banda, todavía en pie aunque en ciclo bajo, vio también cómo después de tres conciertos el año anterior pasaban a hacer 37 al siguiente.

Luego Enrique Patricio logró hacer más cosas al lado de los «Burning», como llevarlos a Argentina, donde encontró mercado para otros de sus artistas, o montarles un servicio de «merchandising», que, por raro que parezca, los madrileños nunca habían tenido. Ahora son los artistas con los que más tiempo lleva, nueve años, de toda su cartera, que suma también al ex de «Gabinete Caligari» Jaime Urrutia, al argentino Sergio Makaroff, a la cántabra Gastelo y a los asturianos «Doctor Explosion», «Dixebra» y Pablo Moro.

No está mal, porque Enrique Patricio también tiene bien asentada su agencia de promoción y agente de zona y mantiene vivo el sello Boomerang Discos, aunque lo utiliza más como una herramienta puntual para sus clientes. Lejos quedan las veces que pensó en marcharse a Madrid, cuando resultaba raro que uno desde Oviedo llevara la carrera de un artista nacional; más atrás «los años de no ganar un duro y ver a los de tu edad con curros y sueldo al mes y tú con deudas». «Pero tenía un sueño y no lo podía abandonar».

Aunque al echar la vista atrás dice que sí, que se tiró a la piscina e hizo muchas cosas que hoy no hubiera hecho, Enrique Patricio respondía involuntariamente a una visión, un momento de epifanía que le llegó muy pronto, con dieciocho años. Había llegado a esa edad después de criarse en Ventanielles, comprobar que los estudios no eran lo suyo y empezar a trabajar donde fuera muy pronto, con dieciséis años. El día de la revelación estaba en su puesto en una carpintería en el polígono de Asipo lijando puertas. Miró el reloj. Eran las seis. ¿Cuándo acabaré con esta puerta? Volvió a mirar el reloj. Las seis y cinco. ¿No habrá pasado ya media hora? No. Las seis y diez. La tarde se le eternizaba y, de pronto, alzó la vista y vio las cincuenta puertas que le quedaban por delante. «Y no es que hiciera nada en ese momento, seguí lijando y barnizando, pero pensé: "¿Quieres estar así toda tu vida?". Sabía que aquello no tenía nada que ver conmigo».

Metido, vía el barrio de Ventanielles, educadores sociales, asociacionismo vecindario y demás en el mundillo de las actividades juveniles, donde encontraba vida y ganas para seguir por allí, logró un trabajo de camarero en la Facultad de Económicas que le dejaba los fines de semana libres. Como había probado la radio en Radio QK y le había gustado, se hizo un proyecto con un programa dedicado a la chavalería y lo paseó por todas las emisoras, y le llamaron de Antena 3.

Ahí empezó a entrevistar a grupos, a estar cerca de «la escena» y de esos años recuerda que el ahora colega de profesión Beznar Arias, entonces en «Wendigo», le planteó que fuera el «manager» de la banda. De Antena 3 pasó a Radio Vetusta, y de la cafetería de Económicas, a una agencia de publicidad que le permitió poner en marcha, de 1995 a 1997, la publicación «Asturmusic». Había seguido vinculado a grupos, como «No Hay Futuro», pero con la revista descubrió a «Babylon Chàt». En ellos vio a unos chavales «con ganas de trabajar y que querían comerse el mundo». «Me vi reflejado». Hicieron el camino juntos. Desde abajo. Recorrieron varias veces España. Enrique Patricio editó a muchos grupos con su sello Boomerang. Se cansó, dudó, estuvo a punto de tirar la toalla. Pero ahora llega los lunes a su oficina en Oviedo y sonríe. No hay cincuenta puertas por pintar. Ni tampoco una gran empresa. Es el mundo de la música a su medida. Y está bien.