La Adoración Nocturna Española, sección de Oviedo, celebra hoy el 110 aniversario de su fundación. Para el evento la Catedral acogerá, a partir de las nueve de la noche, una vigilia extraordinaria en honor a la Virgen de la Inmaculada, bajo el lema "María, reina de la Adoración Nocturna", coincidiendo además con el año de la fe. La celebración estará presidida por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes.
Efrén Díaz Lastra, presidente de la Adoración Nocturna de Oviedo, no pudo hacer mejor balance de los primeros 110 años de andadura de este colectivo de fieles. "Durante todo este tiempo siempre ha habido un grupo de fieles que han mantenido este compromiso, que consiste en acudir durante las horas de la noche a orar al templo". En total son doscientos cincuenta los adoradores nocturnos que hay en Oviedo, aunque cincuenta de ellos por razones de edad, no pueden participar habitualmente en las vigilias.
A la Adoración Nocturna pertenece también un grupo de jóvenes matrimonios. Acompañados de sus hijos, que tienen edades comprendidas entre los seis meses y los cinco años, acuden puntuales todos los años a celebrar el Día de la Familia Adoradora que anualmente se organiza en un santuario asturiano diferente.
Efrén Díaz, al referirse a este aniversario, no olvidó recordar al faro y guía de la Adoración Nocturna de Oviedo, San Rafael Arnaiz Barón, un monje trapense que está considerado uno de los grandes místicos del siglo XX, que fue canonizado en el año 2009 por el papa Benedicto XVI, pasando a ser el primer santo de España que pertenece a la Adoración Nocturna.
Aunque nació en Burgos en el año 1911 y murió en el monasterio de San Isidro de las Dueñas (Palencia) en 1938, gran parte de su juventud la pasó en Oviedo, donde se instaló su familia en el año 1923, y estudió en el colegio de San Ignacio de Loyola. Después, y antes de entrar en La Trapa, inició estudios de Arquitectura.
Los actos del centenario de la Adoración Nocturna de Oviedo se iniciaron en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA el 28 de abril de 2003, de la mano del cardenal Francisco Álvarez Martínez.
