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Schumann levanta al Auditorio

La orquesta Oviedo Filarmonía y el violonchelista Damián Martínez Marco enamoran al público con una mágica composición del autor alemán

Si Robert Schumman levantara la cabeza, se quedaría más que satisfecho al escuchar la interpretación que hicieron ayer la orquesta Oviedo Filarmonía y el violonchelista Damián Martínez Marco, en el Auditorio Príncipe Felipe, de su "Concierto para violonchelo y orquesta en la menor, Op. 129".

Emoción, momentos vibrantes, silencios sobrecogedores y un empaste perfecto entre el solista y la orquesta, dirigida por Marzio Conti. El propio Damián Martínez manifestaba esta semana a LA NUEVA ESPAÑA lo especial que era esta pieza fundamental del Romanticismo, por su forma y musicalidad, y por el momento en el que el autor alemán la compuso. Y él ayer consiguió recrear con su violonchelo, un Jean Baptiste Vuillaume de 1863, ese aura única en el escenario. Y el público se lo agradeció con un ensordecedor aplauso que le acompañó durante sus largas reverencias, durante su salida del escenario, su vuelta, su segunda salida y su regreso para interpretar una pieza de regalo; la "Tercera suite en do mayor" de Johann Sebastian Bach. El chelista, miembro del aclamado "Dúo Cassadó", que fundó en el año 2000 junto a la pianista Marta Moll de Alba, demostró su habilidad con el instrumento y la razón de la admiración que le profesa la crítica. Sin ningún acompañamiento y con los ojos cerrados, marcó las interminables semicorcheas que componen esta pieza. Y arrancó otro aplauso, más largo si cabe que el anterior, que agradeció con reverencias y miradas que intentaban llegar a todo el patio de butacas.

La orquesta ovetense se encargó de completar el concierto, enmarcado en el Festival de Verano que organiza el Ayuntamiento. Un recital que dedicaron a la madre de Marzio Conti, fallecida el pasado martes. Y el director mostró su manejo de la batuta, en primer lugar, con "Los desagravios de Troya", de Joaquín Martínez de la Roca; la música creada para una comedia escrita en 1712 por el nacimiento del infante Felipe Pedro de Borbón. Y en segundo lugar, con "La sinfonía número 2 en re mayor, Op. 36" de Ludwig van Beethoven; escrita entre 1801 y 1802.

Conti dibujaba con su cuerpo el pentagrama de la pieza, al igual que la intensidad de las notas que salían de cada uno de los instrumentos de la orquesta. Del ritmo más lento a los más alegres, y de las explosiones de sonido a los silencios perfectamente coordinados. Entre cada "tempo", Conti realizaba respiraciones profundas, miraba al cielo y continuaba sus ágiles movimientos. La perfecta representación humana de la música. El público aplaudió, tanto que el director salió tres veces a saludar, levantando a la orquesta completa en cada saludo.

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