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El pago del buen anarquista

Un tramo de González del Valle.

Deseo contarles una vieja historia real, claro, de la época de la República y de justo antes de que se produjese el Cerco de Oviedo. No, no es una historia de guerra, de esas ya se contaron y se escribieron muchas. Ésta, es de cuando, sin que reinase la paz precisamente, aún no sonaban los tiros sobre Oviedo. Les cuento si me lo permiten.

Mis padres, junto con mis dos hermanos y la abuela paterna, vivían en la calle González del Valle, justo al lado del Convento de las Madres Esclavas. En el último piso, guardilla o bajo cubierta como ahora se dice más modernamente, vivía solo un señor al que el resto de la casa respetaba y que de alguna forma apodaban "José el anarquista".

En la misma casa, todo esto contado por mi madre, porque mi padre no hablaba ni dormido de aquella etapa para él tan tirante y hasta terrorífica, vivió Dolores Medio, maestra y después escritora premiada con el Nadal, por su libro "Nosotros los Rivero". Cuando obtuvo dicho premio estuvo en Oviedo y a través de Alfredo Quirós, de la Librería Cervantes, envió recado para que mi madre fuese a verla, a lo que, quizá con cierta dureza y no simpatizando con ella, le contestó: "Tanta distancia no hay de mi casa a la suya. Así que si tanto interés tiene en verme, que se acerque. Yo no pienso".

José quizá fuese un hombre extraño. Nadie conocía su procedencia ni trabajo. Más él no molestaba a nadie y a todos saludaba cordialmente, eso sí, con seriedad. Era un clásico, como lo fue durante muchos años, la convivencia entre vecinos: todos se enteraban lo que ocurría en el resto de las casas. Y así fue que un buen día, aunque vivía solo y sin apenas comunicación, alguien comentó que José estaba enfermo. Pero, claro, tampoco nadie se atrevía a subir a su casa. Solo mi abuela, mujer de ciertos arrestos, llamó a la puerta del anarquista y se encontró con aquel hombre enfermo y sin comida.

No lo dudó. Bajó Brígida, como así se llamaba mi abuela, a su casa y le preparó un buen caldo y alguna cosa más que después le subió. Y así lo hizo unos días hasta que José pudo valerse. Pero la historia continúa. Uno o dos días antes de establecerse el Cerco de Oviedo, José cerró su piso y desapareció de la ciudad, no sin antes pasar primero por casa de mis padres a despedirse y decirles que les iba a hacer una marquita en su puerta, cosa que hizo con una navaja, rogándoles que no la quitasen. Pero con ese mismo misterio que siempre mantuvo con los vecinos e incluso con mi casa, nada les dijo de lo que significaba tal marca.

Mientras, en el Campillín vivía otra familia nuestra, entre ellos Benjamín, primo carnal de mi padre. Vivir en el Campillín, ya en pleno Cerco, era algo así como vivir "entre Pinto y Valdemoro":

Los nacionales estaban al inicio de San Lázaro y los republicanos en los Dominicos. Así que cuando Benjamín quería ir a ver a sus amigos de izquierda, les hacía una señal desde una de las ventanas y ellos le respondían que podía pasar y así no le disparaban. Por contra, si quería ir a ver a su familia en Oviedo, se asomaba desde la parte anterior de la casa y hacía seña a los "nacionales", para que pudiese ir con tranquilidad y no dispararle. Así nadaba entre dos aguas.

En uno de sus "viajes" Benjamín llegó a casa de mis padres. Aprovecharon para preguntarle el significado de aquella señal marcada en la puerta por José "el anarquista". Le echó una ojeada y no dudó en descifrarla inmediatamente. Les dijo: "Significa que sois de derechas, pero buenas personas".

Y acabo esta historia sobre alguien que de alguna forma quiso pagar a una familia, sin duda contraria a sus ideas, en compensación del buen trato que le dieron cuando él necesitó unos auxilios.

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