Despertaba con el sol, los primeros rayos del día entraban y daba igual si eran las siete o las ocho. Preparaba un café bien cargado, acompañado por un par de rebanadas de pan que tostaba a fuego lento en una sartén, cada mañana hacia siempre lo mismo. Al cabo de media hora siempre se la podía ver en el jardín, quitando malas hierbas, flores secas, y regando. El resto de cosas podían esperar. Todo en el mundo podía esperar, cualquier cosa, todo menos su jardín, y cuando ya estaba listo, entonces seguía con otra cosa. No importaba que fuera invierno o verano, hiciera sol o estuviera lloviendo sin parar, después del café siempre estaba en el jardín. Y cuando terminaba cortaba unas dalias para poner en jarrones dentro de casa.
Era una de sus flores favoritas, tenía infinidad de variedades y colores y siempre cuando estaban en temporada había un gran ramo en la entrada de casa dando la bienvenida. Llamaban la atención. Los visitantes se quedaban maravillados y nadie se podía resistir a pedir un par de florecitas para llevarse a su casa. Y la verdad que no era para menos, ya que las dalias son plantas de lo más agradecidas.
Perteneciente al genero Dahlia, ha recorrido medio mundo hasta llegar a nosotros. Es originaria de América Central, sus semillas cruzaron el charco allá por el siglo XVI y desde entonces esta presente en Europa. De mucha dureza y gran belleza, la dalia ha sabido adaptarse a los variados climas que hay en la península, y no queda un rincón donde no se cultive. El suelo ha de ser rico en nutrientes, por lo que es importante abonar a principio de primavera y verano, tanto si se cultiva en maceta como si se planta directamente en el terreno.
La dalia necesita sol, por lo que buscaremos un lugar soleado y luminoso donde pueda crecer. Los riegos hasta que la planta empieza a brotar han de ser moderados. Incluso conviene no regar si el terreno tiene algo de humedad, aunque una vez que la planta va creciendo hay que estar un poco más pendiente. Eso sí, sin pasarse, ya que las raíces tuberosas con un exceso de agua pueden llegar a pudrir.
Actualmente existen en el mercado variedades y colores donde elegir. Normalmente suele plantarse a finales de invierno, según la zona ya que el frío y las heladas tardías pueden llegar a destruirla. Si se trata de un lugar con fuertes heladas les aconsejo plantar el tubérculo en primavera. Si es grande debe enterrarse unos diez centímetros.
Si son variedades enanas no lo entierren mas de seis centímetros. Esto lo haremos a finales de invierno o principios de primavera. Pero no olviden que dependemos un poco de como venga el invierno y de las posibles heladas tardías. Una vez pasada la floración -ésta puede alargarse hasta casi llegar el invierno- no olviden sacar la raíz para evitar que sufra durante el invierno. Cuando pasen los fríos es necesario volver a plantar. Podemos conseguir dalias de muchas formas, la mas común y rápida es con un trozo de raíz; dividiendo el tubérculo conseguiremos varias. Otro método altamente efectivo es por esqueje, pero por este sistema no tendremos el tubérculo para guardar al año siguiente, así que solo estará durante ese tiempo hasta que se hiele en el invierno.
Las semillas también pueden servir como método de propagación. En unos quince días las semillas habrán germinado, eso sí, si mantenemos la temperatura del semillero constante.
El oidio y la botrytis pueden atacar a la dalia si la humedad es elevada. Ambos pueden eliminarse tratando con cobre o macerados de cola de caballo. Hay otra serie de hongos que atacan a la raíz cuando la humedad del suelo es elevada, de ahí que controlemos muy bien el riego. Una vez que han atacado es complicado eliminarlos. Los pulgones y las minadoras también pueden poner en peligro a las dalias. Aquellas personas con la sangre muy dulce deben saber que la dalia se ha utilizado mucho para regular los niveles de azúcar. También para tratar el colesterol, la tensión y un sinfín de cosas más que esta planta ayuda a solucionar.
