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Un paseo por las parroquias ovetenses / Naranco (1)

El majestuoso guardián de la ciudad

Santa María del Naranco. lne

Decía Valentín Andrés Álvarez en su "Guía espiritual de Asturias": "El Pico del Naranco, muchísimos años antes de que apareciese en el valle el poblado primitivo, dominaba ya aquel paraje desierto, el solar no edificado aún de la ciudad. Desde remotísimos tiempos estaba allí, esperando a su pueblo. Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco era ya ovetense".

Para lo bueno y para lo malo esta sierra, de unos 5 kilómetros de longitud, pertenece, por derecho propio, no solo a la geografía sino también a la historia de Oviedo. No en vano ha sido protagonista directa, desde tiempos inmemoriales, en el devenir de la ciudad. Tanto que? -no hagan mucho caso de esto que les voy a contar, ya saben que me encantan las leyendas y acaso esta sea una de ellas- al fallecer el gigante llamado Naurancio, rey de Asturias en época mitológica, fue sepultado y, no sé bien si para homenajearle o para que jamás volviera a levantarse, tantas piedras arrojaron sobre la tumba sus vasallos que dieron lugar a una notable pirámide pétrea, lo que hoy conocemos como sierra del Naranco.

Tras miles de años, sobre estas tierras se asentó la cultura castreña. Más adelante, allí mismo, a modo de granjas o villas, existieron núcleos de población romana: toponimia y restos localizados (lápidas y monedas) en Lloriana, Villamar, Villamorsén, Linio, Constante y Villamegil delatan su presencia.

Máximo y Fromestano no se detuvieron en Oveto por casualidad. Antes, al vislumbrar a un lado el agreste relieve de la sierra del Aramo, realzado en primer término por el guardián de las reliquias, y al otro las romas alturas de la del Naranco, se enamoraron de aquella colina. En ella estarían a resguardo de los fríos vientos norteños.

De Ramiro I y de las joyas del Prerrománico asentadas sobre su superficie qué les voy a contar que ustedes no sepan. Con el paso de los siglos, sus magníficos productos hortícolas lo convirtieron en despensa de Oviedo; sobrevivió a guerras y revoluciones, no sé si logrará otro tanto con las malditas canteras. Lugar de cultura, deporte, paseo, ocio y descanso; corazón, pulmón y hasta un tercio de esqueleto de Oviedo; escudo protector de Vetusta, vecina urbe con la que mantuvo una relación entrañable, siempre a su servicio sin solicitar nada a cambio y, por lo que se vislumbra estos últimos lustros, corriente de amor que ni fue ni es correspondida como merece.

La parroquia de Santa María del Naranco tiene una extensión de 11,33 kilómetros cuadrados con una población, en 2015, de 434 personas. Limita por el extremo oeste con Loriana, al norte y noreste con Brañes y Villaperi, al sur con Oviedo y al suroeste con San Claudio. Acoge los siguientes lugares: Las Campas, El Carbayón, Casares, Constante, El Contriz, Peña el Fuelle, Llampaya, El llano, Naranco, Ules y Villamorsén. Con intención y en último lugar menciono El Pevidal, se encuentra ya en lo alto de la ladera septentrional, dando vistas a Llanera, y parece estar deshabitado.

Sus promontorios, tan familiares para los ovetenses, lucen un aplastado relieve, el cual no ofrece grandes alturas y, sin embargo, permite atalayar más de media Asturias. De este a oeste destacan La Miliciana; el Picu'l Paisano; Alto de la Rasa; Cantu Caleyina; y La Peña. Su ladera sur, con un grado superlativo de antropización y la multiplicación de eucaliptos a lo largo y ancho de sus pendientes, no guarda relación con el gran bosque de encinas y carbayos que albergó en siglos pasados. Sin embargo, en la vertiente norte se deja ver el bosque tradicional formado por robles, castaños, abedules, fresnos y espineras que proporciona mayor diversidad paisajística, mucho más agradecida a la mirada. Claro que las panorámicas hay que medirlas con cirujana precisión para no toparse con las denostadas canteras.

Permítanme reproducir parte del texto del artículo que publiqué, en estas mismas páginas el 27 de mayo de 2013, titulado "Canteras, la agonía del Naranco": "El municipio de Oviedo, con una superficie aproximada de 186,5 kilómetros cuadrados, soporta en su espacio geográfico la agresión de ocho canteras que ocupan un total de 250 hectáreas (la mayor parte en el Naranco), a las que ahora hay que sumar, en una zona independiente de la que hasta ahora se explota, siete hectáreas más, con la ampliación recientemente autorizada a Caleros de Brañes, situada entre los núcleos rurales de Ajuyán, Escontriella y La Manzanal, en la falda norte del Naranco.

Aunque para los habitantes de la capital estas explotaciones pasan casi desapercibidas, en cuanto nos asomamos a los límites con el concejo de Llanera podemos observar el desmesurado impacto visual que producen. Degradación paisajística que podemos empezar a considerar, por los años en funcionamiento y las ampliaciones concedidas, como una constante histórica.

En la cara norte del Naranco estamos asistiendo a un impacto ambiental y paisajístico que está alcanzando la categoría de irreversible, porque no existe una planificación física del espacio, ni una propuesta de política territorial coherente y comprometida con la defensa y conservación de la naturaleza. Su entorno morfológico no admite más agresiones porque de oeste a este, entre Brañes y Lugones, las canteras lo han convertido en un panorama lunar sin posible restauración. Digo posible porque no se aprecia ningún signo de ella en la superficie destruida y, además, recubrirla con un poco de tierra y plantar cuatro árboles en aquellos tremendos agujeros tan solo serviría para lavarle la cara. La restauración eficaz brilla por su ausencia.

¿También tendrán que soportar los vecinos de Ajuyán y La Manzanal, con viviendas a menos de 300 metros de la futura explotación, voladuras con proyección de material fuera del recinto de seguridad, ruido insoportable, polvo, contaminación y destrucción de fuentes, arroyos y acuíferos, más la total alteración de suelo, vegetación y fauna? ¡Seguro que sí! Los pobladores más próximos invariablemente son los más afectados." ¡Ya me gustaría hablar maravillas del Naranco! Siento decirlo pero la degradación paisajista parece no tener fin. A pesar de la enconada defensa que de la sierra realizan "Amigos del Naranco" y "Manos por el Naranco", no es que todo siga igual, es que va a peor. En junio de 1983, la Comisión Permanente del Ayuntamiento de Oviedo presidido por el que fue un gran alcalde, Antonio Masip, corporación en la que como concejal de urbanismo estaba mí querido amigo Pedro Blanco, publicó un folleto sobre el Avance del Plan de Ordenación Urbana, con un sugestivo subtítulo: "Plan para vivir mejor" o "Plan Blanco", en el que, entre otros asuntos, se abordaba un ambicioso proyecto, con signo conservacionista, de protección integral del Naranco. Así decían unos apartados: Conservación y rehabilitación del Naranco. Preservación del paisaje, protegiendo los montes característicos. Plan especial de protección del Naranco. Todo ello, sin que conozca la razón, fue a parar al baúl de los recuerdos.

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