La primera conclusión, la que viene a bote pronto, es que un aspirante que no gana en el campo de un equipo en las posiciones de cola no merece al ascenso. Al menos no de forma directa. Es la conclusión resultadista, a veces inexacta. El problema para el Oviedo es que el análisis de las sensaciones va por el mismo camino. El Oviedo debía salir en Palamós a morder, atenazar al rival y mostrar su poderío. Porque lo tiene, ha quedado demostrado a lo largo de la temporada. No hizo nada de eso. Salió timorato a merced de un rival que sí lo tenía claro. El Llagostera hace tres cosas básicas pero, en su campo, las ejecuta con maestría. La sensación de ocasión perdida condiciona la visión del partido.

Porque el Oviedo reaccionó en la segunda parte, en una de esas actuaciones que deja al espectador lleno de interrogantes. ¿Por qué faltó esa intensidad en el primer acto? Generelo midió sus palabras en la sala de prensa apuntando a la voluntad del Llagostera antes que una falta de brío de los suyos. Lo que nos lleva a la conclusión inicial: si un equipo en descenso logra maniatar a un aspirante queda en entredicho la fortaleza de éste. Tampoco solventa esa respuesta las dudas sobre las dos imágenes de los carbayones.

El Oviedo tenía dos opciones antes del partido. O aceptaba las reglas del Llagostera y se preparaba para un partido de escudo y casco o trataba de imponer las suyas. Generelo optó por la segunda alternativa, algo lógico en los equipos formados y con suficiente personalidad. Pero el Oviedo del extremeño ha dado desde el primer día síntomas de equipo en construcción, como si jugara su particular pretemporada en abril y mayo. Riesgos derivados de un cambio en la dirección: La última actualización del GPS (Generelo por Egea) ha provocado dudas sobre la ruta a seguir.

El Oviedo salió dispuesto a imponer su estilo pero no llegó a sentirse cómodo en ningún momento. El Llagostera propuso el juego directo y el plus de efusividad en sus movimientos le hizo ser dominador. Cuando no se había cumplido el primer minuto los locales habían intentado un chut y lanzado un córner. La declaración de intenciones llegó puntual. Como los de Alsina hacen todos los deberes en casa, pronto dieron el zarpazo. La fórmula es sencilla: balón dividido en el centro del campo, toque sutil de Juanjo y recorte y definición de Natalio. Una jugada que por su naturalidad en la ejecución pareció rutina. A los 17 minutos, el marcador soplaba en contra más fuerte que el intenso viento.

Las acciones ofensivas de la primera mitad se limitaron a darle el balón a Koné y esperar que mágicamente surgiera una ocasión. Cambió el panorama al descanso. El Oviedo se liberó y se hizo con la pelota. Pero quedaba otra maldición contra la que lidiar: la del acierto en el área. Se demostró a los 3 minutos de la reanudación. A Susaeta le sacó su disparo René pero a Toché simplemente le quitó la gloria el mal fario en un rechace franco. Siguieron percutiendo los carbayones. Koné lo intentó con un par de remates que encontraron la agilidad de René como respuesta. Bedia tuvo la más clara. Chutó con suavidad pero apareció el larguero para escupir el empate. La suerte apareció como castigo a la impuntualidad del Oviedo en el partido: había llegado 45 minutos tarde a la cita.

Natalio aprovechó el desbarajuste atrás para hacer el segundo y confirmar que el Oviedo saldría dañado de Palamós. Con el ascenso directo muy lejos, la prioridad parece ahora recuperar un estilo definido que permita aspirar al play-off. Quedan cinco semanas para lograrlo.