A sólo mes y medio del último verso de la temporada, el cuento de este Oviedo se pone de nuevo la mar de interesante. La trama azul, que hace nada parecía abocada sin remedio hacia el mismo (triste) desenlace de las dos últimas temporadas, ha pegado un nuevo giro y ha recuperado mucha fuerza con la victoria de ayer frente al Nàstic, la segunda consecutiva, clave para prolongar el arreón iniciado en Lugo y para seguir alimentando la fe oviedista, tan estupendamente infinita. Después de dos meses de bloqueo, el relato de este Oviedo vuelve a tomar hechuras. Es un relato vivo que se recita de nuevo, seis jornadas después, desde la zona de play-off. Con el horizonte de otra nueva función en casa, tan sólo dentro de cuatro días ante el Valladolid, el final feliz ya no parece tanta quimera. En esta categoría cargada de derrapes el premio, ya saben, está para quien lo quiera. Y el Oviedo lo quiere.

Lo quiere sobre todo Saúl Berjón, el faro del equipo, ayer de nuevo decisivo por su gol y por su indiscutible liderazgo. En el ovetense hay un futbolista mayúsculo, de Primera División a poco que se le mime y juegue con confianza. Es el principal responsable de que el equipo esté otra vez en órbita. Detrás de ese trote desganado que muestra en ocasiones (y que le ha valido algún reproche) hay un jugador excepcional, capaz de dominar todas las facetas del juego. Tiene visión, inteligencia y calidad. Y, además, tiene un tremendo corazón azul. Su empuje, hoy en día, es el empuje de este Oviedo revitalizado que se lo vuelve a creer.

El bingo de ayer eleva el ánimo, desempolva rendijas para la esperanza y avala otra vez el atuendo con el que Anquela parece estar dispuesto a tirar hasta el final. Su preferido. El Oviedo ha escapado de la tormenta abrazado a su versión más musical, sustituyendo violines por ladridos en un dibujo (4-2-3-1) que, con más o menos fútbol (¿importa eso ahora? ¿importó alguna vez esta temporada?), representa una novedad para sus rivales. Que le pregunten al Nàstic, noqueado por el principal artista azul. Con el novedoso molde de inicio, van ya dos triunfos de dos.

La nueva zancada llegó después de un partido jugado con oficio por el Oviedo, un choque tosco, trabado y de muy pocos quilates. Los azules acertaron la primera clara que tuvieron y después contemporizaron para abrochar el botín a base de sacrificio y una buena dosis de sufrimiento, que de eso el equipo azul sabe un rato. Ayer ganó el equipo que sufrió mejor. Y que tenía a Saúl Berjón.

El partido pronto fue un caramelo. Los pinchazos de los aspirantes más a mano (Zaragoza y Granada) lo convirtieron antes del inicio en un carril de aceleración para el Oviedo. Una inyección de motivación extra, imposible renunciar. No había excusa para hacerse el remolón y menos en el Tartiere: el play-off estaba a un mordisco y el escenario lucía animado, notable ambiente en las gradas y el fondo saludando con un lema muy de Anquela: "Llamados a la lucha".

Y a la lucha que fue Anquela con lo esperado, plan calcado al de Lugo, de nuevo el 4-2-3-1. El once azul estaba cantado desde que se abrochó la aliviante victoria en el Anxo Carro. Como también estaba cantado, lo lleva estando casi todo el curso, que las posibilidades de éxito azul pasan en buena medida por la salud de Saúl Berjón, con diferencia el jugador con más fútbol de la plantilla. La bandera del equipo y, muchas veces esta temporada, hasta el escudo.

Se advirtió ayer en una primera parte más bien insulsa del Oviedo, también del Nàstic, el duelo convertido en un bostezo hasta el chispazo del canterano. Porque aunque formó con los tres artistas en la línea de mediapuntas, el equipo azul tuvo dificultades para superar la buena presión adelantada del Nàstic, asociarse y jugar con soltura. Y eso que Fabbrini amaneció con una imponente arrancada que levantó a la hinchada. Su slalom acabó en una falta que el propio Berjón ejecutó raso buscando la velocidad del césped, pero que no sorprendió a Dimitrievsky.

Había advertido el jienense que se trataba de tener paciencia. Frente a un rival experto a domicilio la tuvo y muy grande el Oviedo, seguro atrás pero poco operativo arriba. El partido resultó trabado, con dominio alterno de uno y otro, sin grandes ocasiones y mucho miedo al fallo. Al cuarto de hora, Alfonso sacó un pie salvador ante Maikel, una jugada que se une a la lista de grandes intervenciones del joven meta, cada día a más. Cotugno remató después un centro de Christian, de lateral a lateral, y ahí acabó la productividad ofensiva azul hasta que Berjón pidió la vez.

Llegó pasada la media hora. Toché, en una maniobra excelente, le dejó la pelota en el área y el ovetense, con el interior, ajustó con calidad a la red. Detrás de ese trote aparentemente pasota asoma un depredador, futbolista excepcional que en cualquier momento resuelve un partido. Como ayer. Al descanso, ganaba el equipo que tenía a Saúl Berjón. Así de simple. Un Oviedo muy firme atrás. Un Oviedo de lo más eficaz arriba. Un menú de Segunda de manual.

La ventaja ponía al Oviedo en una tesitura: descamisarse e ir a por el segundo para ganar calma o apretarse el cinturón de seguridad y prepararse para sufrir. Como está más acostumbado a lo segundo, los azules, seguros de sí mismos, curtidos en la batalla, convirtieron el partido en un ejercicio de oficio. Jugar a que no pasara nada. Contemporizar, que corriera el cronómetro pero siempre dispuesto, eso sí, para cazar una contra o una genialidad de los de arriba. Un plan arriesgado. Aunque se trabó con muchas faltas, muchas de ellas a Fabbrini, el duelo ganó mucho picante.

Obligado, el Nàstic pegó una zancada y envidó con Juan Muñiz, que puso a prueba el nervio del Tartiere con dos faltas laterales. La primera la sacó como pudo Alfonso y la segunda se evenenó y se fue fuera. Corría riesgos el Oviedo, bien plantado y con el aguijón afilado. Fabbrini no acertó ni con la derecha ni con la izquierda y Toché y Mossa pudieron sentenciar, pero remataron flojo. El marcador era favorable al Oviedo, pero el partido estaba abierto y la hinchada contenía la respiración en cada acercamiento catalán. Nadie se fiaba. El escalofrío se agigantó con una violenta volea de Álvaro que se fue rozando el larguero. Ahí murió un duelo que deja al Oviedo de nuevo con el viento a favor, recuperado de sus heridas y otra vez en los puestos de promoción.

A estas alturas la inercia en los equipos cuenta casi tanto como su fútbol. Y Anquela y sus muchachos, aunque apurando al límite, parecen haber logrado invertir a tiempo la suya. Los dos triunfos seguidos le sirven al Oviedo para apuntalar una candidatura que estuvo cerca de saltar por los aires, y también para enganchar a los descolgados, que los había. Del vaso medio vacío al vaso medio lleno en sólo una semana. Aquí la Segunda y sus brutales piruetas.