Oscar Wilde, en una de sus frases geniales en boca de personajes, que más que seres imaginables son vehículos para mostrar su ingenio, decía que todo el mundo sabe lo que cuestan las cosas y pocos conocen su valor. El valor de la salud crece conforme las expectativas de vida mejoran y hoy es el bien más preciados por los ciudadanos. Pero no estoy seguro de si estamos dispuestos a pagar por lo que vale. No cabe duda, la salud cuesta mucho y cada vez costará más. Si no tuviéramos cobertura sanitaria, uno tendría que decidir cómo distribuir sus gastos entre salud, vivienda, alimentación, automóvil, vacaciones, restaurantes etcétera. Esta decisión la hemos delegado en el Gobierno.

El sistema sanitario vive una crisis permanente porque está insuficientemente financiado. Hace sólo unos años el Gobierno enjugó la deuda de las comunidades autónomas. Fue un parche, la deuda ha vuelto a crecer. El Gobierno propone como solución mejorar la gestión. Hay mucho gasto superfluo que no sólo pone en peligro el sistema financieramente, también es indeseable médicamente porque suele ir unido a mala práctica. Pero la realidad es que es muy difícil de controlar. De hecho, todos los países occidentales tienen el mismo problema y todos luchar por resolverlo con éxitos muy limitados. Yo creo que, comparado con otros sectores, el sistema de salud está bien gestionado. Sin duda, tiene un importante margen de mejora.

Me he entretenido en calcular cuánto invierte el sistema sanitario por cada año de vida que se gana. En el decenio 1976-85 se invirtieron 131 dólares, a paridad de compra, por año de vida ganado, fueron ya 497 en el decenio 86-95 y llegó a 674 en 1996-2005. Cada año cuesta más ganarle a la muerte, pero se la vence. Naturalmente, no todo el éxito es del sistema sanitario. La alimentación, el descenso de la mortalidad en carreteras y tantas otras cosas inciden también positivamente. Los cálculos más serios nos dicen que entre el 30% y el 50% de ganancia en salud se debe al sistema sanitario. Su contribución en los países desarrollados probablemente sea cada vez mayor y cada vez más cara. Es lógico porque evitar la muerte de un niño por diarrea o infección respiratoria es muy barato y tiene una gran repercusión en la expectativa de vida. Alargar la vida de un anciano cuesta mucho. Por otra parte, a medida que las condiciones de vida, higiene, educación, alimentación, trabajo, saneamiento, mejoran, más espacio queda para las intervenciones médicas.

La tecnología es lo que más afecta al crecimiento del gasto. Un ejemplo puede ayudar a entender por qué. El tratamiento de cáncer de colon, además de la cirugía, consiste en radioterapia y quimioterapia, como casi todos los cánceres. Durante muchos años había solo una combinación de dos medicamentos que tenían un éxito moderado. Aparecieron nuevos medicamentos que consiguen prolongar la vida en los pacientes con cáncer avanzado entre 2 y 4 meses. Pero el coste es muy alto: unos 5.000 euros más por tratamiento. La sociedad consideró que valía la pena y se estableció. La cosa no acabó ahí. Recientemente se diseñaron unos medicamentos aún más sofisticados y caros que alargan también unas semanas la vida. El coste aquí ya es brutal: unos 15.000 euros. Cada centímetro que ganamos a la muerte nos cuesta más.

Una opción que tiene el sistema es no financiar ciertos tratamientos que, por ser muy caros, pueden llevarlo a la ruina. Eso lo están intentando en muchos países con éxito limitado. Hay muchos intereses para utilizar todo lo que está disponible. Uno, y no menor, es la presión de los pacientes. Otro es la presión de la farmaindustria. Es razonable que intenten introducir sus nuevos fármacos: necesitan recuperar la inversión además de intentar hacer negocio.

Hay un aspecto positivo, además de alargar la vida, en el uso de la tecnología. Gracias a los esfuerzos, casi siempre financiada por la iniciativa privada, nos estamos adentrando en el conocimiento de los mecanismos biológicos más sofisticados y de las formas de modificarlos a nuestro favor. Si la sociedad decidiera no hacer uso de sus descubrimientos, no tendrían incentivos para investigar.

Nos cuesta mucho alargar la vida y su calidad por ese método. Hay estrategias más baratas: no fumar, comer saludablemente, hacer ejercicio. Encontrar un equilibrio entre las beneficiosas inversiones en tecnología y las todavía más en facilitar estilos de vida saludable es nuestro reto.

El sistema sanitario es una buena inversión social. Produce salud, empleo y desarrollo tecnológico. Estamos obligados a mejorar su gestión: los ciudadanos deben recibir siempre el tratamiento más adecuado, aquel que más beneficios tiene para él y para el conjunto de la sociedad. Esto incidirá positivamente en la salud y en la economía. Tan importante como eso es acabar con su deficiente financiación. Tenemos que decidir si queremos más auditorios, aeropuertos, superpuertos, aves, autopistas, museos o preferimos más salud.