En el número 8 de la calle Santa Eulalia, vecino de la recia casa de indianos que aloja el Ayuntamiento de Carreño, un edificio marcadamente urbano, con cinco alturas, ladrillo visto y mucho aluminio, chirría en la memoria de Luis Fernández. Esto es lo que hay en el solar donde estuvo el palacio de los Valdés, que se marchó de Candás en 1970, «piedra a piedra», y ha terminado en Gijón, dando sede a la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias. La vieja casona se fue, ha dejado en su lugar un bloque que fue moderno en los años setenta y que ha borrado cuidadosamente casi todas las huellas, se duele el presidente de la Asociación de Vecinos «Amigos de Candás». Sólo queda de ella un vestigio mínimo, un guiño para iniciados, un homenaje escondido: los tres arcos que componen el logotipo del restaurante que ocupa el bajo del nuevo inmueble reproducen los de la planta baja de la casa original. El rótulo, desapercibido para el ojo inexperto, sirve para no olvidar, de paso también tal vez para delatar que el sustituto se parece demasiado poco a aquel palacete hidalgo edificado aquí en el siglo XVII. Habrá quien le diga a Fernández que sí, que según por dónde se mire hay otros sitios en los que Candás tampoco se parece mucho a sí misma y ha tapado su pasado, que no ha llegado hasta aquí ninguna de sus nueve industrias conserveras y que al puerto que fue el más importante del Norte le quedan cuatro barcos de pesca contados. Ya es todo eso evidentemente irrecuperable, pero «sería deseable no olvidar de dónde venimos» al pensar «en qué vamos a convertir» esta villa que se expande y acumula hoy mil habitantes más que hace diez años. Eran casi 6.000 en el último censo de 2010, la cifra más alta desde el arranque del siglo en la cabecera de un municipio que merodea en el entorno de los 11.000 y que también progresa, muy levemente por debajo de su máximo histórico de 11.500 a comienzos de los años setenta. Crecen pues a la vez la capital y su municipio, juntos a resguardo de la penuria demográfica de Asturias, unidos en un fenómeno insólito que sólo es posible en el mismo centro de Ciudad Astur. «Nos convertimos cada vez más en periurbanos», explica el alcalde de Carreño, el socialista Ángel Riego. La geografía y las comunicaciones son tan poderosas, remata, que «la influencia de Gijón y Avilés no desarrolla sólo la villa capital», que «también las zonas rurales se hacen cada vez más urbanas». La siguiente pregunta inquiere por qué, qué vienen a buscar los residentes nuevos de este balcón acantilado y cortado a pico que mira hacia el Cantábrico encerrado entre el monte Fuxa y el cabo San Antonio.

Capital de un concejo con nombre de ferrocarril histórico de principios del siglo XX, estratégicamente puesta a mitad de camino entre Gijón y Avilés, la sencillez de las comunicaciones y la centralidad geográfica han recrecido y transformado Candás y Carreño en el arranque del XXI, pero en la fórmula magistral del desarrollo hay, al decir del vecindario, otros ingredientes además de los que se ven en el mapa. Está la abundancia de puestos de trabajo en la poderosa industria circundante -Ensidesa, la central térmica y la cementera de Aboño, Du Pont...-, también la certeza de que para el bolsillo «no es lo mismo comprar un piso en Gijón que en Candás», pero el combinado estaría incompleto sin su buen aporte de «calidad de vida», un surtido de servicios con muchos más aparte de los básicos -«una oferta importante en el ámbito educativo, deportivo y cultural», precisará el Alcalde- y un aliño hecho con todo el patrimonio inmaterial de ese ambiente acogedor que todavía se puede encontrar aquí y ya echan en falta las grandes ciudades. Al decir de Luis Fernández, «aún hacemos cierta vida en la calle, se mantiene la parrafada de esa tertulia en el muelle». Se extraviaron muchas huellas físicas, sí, pero «aquí todavía se mantiene la vida de pueblo», resumirá Manuel Muñiz, director del Patronato Deportivo Municipal de Carreño. Se refiere a los grupos de personas, varios, que conversan en las inmediaciones del puerto candasín, parados entre el mar y la torre de diez plantas y 85 habitaciones del hotel Marsol -«aquí estuvo Herrero, otra conservera»-, comentando al sol del mediodía los 27 grados anormales de una mañana calurosa de finales de septiembre. Es ese espíritu, vienen a decir aquí, la parte del pasado que la nueva villa y sus proyectos de expansión no deberían poder perder. Es ésa la pelea, resumirá Fernández, que se libra «contra el peligro de la ciudad dormitorio» y a favor, precisa Muñiz, de un modelo de crecimiento «a escala humana» que no tape aquella vieja identidad del pueblo marinero y no obligue, como ahora, «a bucear más de la cuenta para encontrar el atractivo que tenía este pueblo en las postales de los años sesenta o setenta». En la foto de hoy, Candás mirado desde el paseo marítimo, la torre del Marsol roba protagonismo a las dos de la iglesia de San Félix y por eso nace el recelo hacia los errores del pasado, de ahí la prevención que invoca Luis Fernández ante «un plan urbano que prevé un desarrollo del doble» de lo que hay en esta villa que quiere mantener a prudente distancia las cifras actuales de su censo de edificios: según los cálculos del Ayuntamiento, unas 3.500 viviendas en el total del trazado urbano y novecientas de ellas catalogadas como de segunda residencia.

Ese renovado caserío candasín se asoma a ver el mar entre los dos promontorios que cierran su profundo acantilado y José Ángel Gutiérrez, patrón mayor de la cofradía de pescadores, retrocede hasta el momento en el que la llegada de Ensidesa al concejo y a Avilés «fundió» la pesca en Candás. Transformó aquel «puerto importante, el que marcaba los precios del bonito en el Cantábrico», en otro progresivamente menos poderoso y, a la larga, con la intervención del tiempo y muchos otros motivos, en éste donde hoy comparten espacio en armonía desigual cuatro solitarios barcos de pesca -veinte profesionales- con 180 de recreo. Mirando al muelle se perciben pronto las sucesivas mutaciones de esta villa que fue primero sólo pesquera, luego asentó mucho empleo fabril y ahora se dedica prioritariamente a prestar servicios. El camino de Candás ha recorrido los tres sectores de la economía por riguroso orden, cerrando el círculo desde el primario pesquero en exclusiva a la irrupción del secundario industrial y a este desenlace con el protagonismo abrumador del terciario. Traducido, el trayecto ha ido del monocultivo de la pesca y su principal industria transformadora, la conserva, hacia al abandono de la mar a cambio de la seguridad del sueldo fijo que daba la siderurgia y de ahí a la vista actual, donde la supremacía de la navegación deportiva es indicio del abrupto viraje de la villa hacia el sector servicios. Recrecida de la mar a tierra adentro, en la alteración urbanística de la villa están a la vista esos cambios de locomotora económica. Los restos de serie del desarrollismo de los sesenta y setenta son sus huellas impresas ya para siempre en el plano urbano, con algún ejemplo de crecimiento descontrolado en altura, pérdidas como la de la Casa Valdés, añadidos como el Marsol...

Su presencia permite seguir el rastro de lo que ha sido de esta villa. Esos edificios son las pisadas que conducen hacia este paisaje del atardecer en el que la mar de Candás, contemplada desde el mirador de San Roque, se ve poblada por un enjambre de embarcaciones deportivas al calamar. Esta villa ha cambiado de rumbo y José Ángel Gutiérrez, anclado en el antiguo, asume el resquemor de quien se sabe con fecha de caducidad. «No vamos a durar mucho, no mucho más allá de 2020 o 2025», acepta su destino el patrón mayor de los pescadores candasinos. Su juicio mezcla el disgusto por los obstáculos que ponen las administraciones -«un chaval que quiera salir a navegar tiene que estudiar seis meses»- con cierta resignación ante la certeza de que, de uno u otro modo, la mar en Candás permanece: «Hay cerca de doscientas embarcaciones de recreo, la mar va a seguir viva aunque no vayamos los profesionales».

La mar es esa razón de ser que pone el fondo a casi cualquier rincón de Candás, el decorado que asoma incluso cuando no se ve, que se intuye en lo que queda de las ruinas de las conserveras y se aprecia en los murales de firma ilustre y temática marinera que fueron decorando la villa desde los últimos años setenta, el museo vivo «de pintura al aire libre». En una pared de la calle Braulio Busto, pintadas por Alfredo Menéndez, están la partitura de la salve marinera, la procesión del Carmen y navegando el «Estrella de los Mares»; en Ramón y Cajal asaltan Telva, Pinón y Pinín, pintados por Alfonso Iglesias caminando por el puerto de Candás, con un balde lleno de sardinas en la cabeza de Telva y a sus espaldas un barco, el «Covadonga»... Queda el recuerdo, las pintadas que piden auxilio sobre la fachada amarilla y las puertas cerradas de la vieja fábrica de Conservas Albo -«Albo no se cierra», «Albo, parte de Candás»-; sobrevive a duras penas el esqueleto de lo que fue la factoría de Ortiz, en trámite para no perder una subvención del Ministerio de Cultura para resucitar como Museo de la Pesca y la Conserva. El parque de les Conserveres era la de Alfageme, «un poco más arriba estaba Portané», y Ojeda y Herrero... El plano candasín sigue lleno de calles con nombres de empresarios conserveros, recordando a su modo que la mar tiene que seguir siendo el espejo de la capital carreñense. «Toda la tradición de vinculación entre Candás y la mar está cada vez más lejos en el tiempo», acaba Muñiz. «Son esas raíces a las que no debemos renunciar nunca».

El de la pesca y la conserva, el gran homenaje pendiente para la tradición marinera candasina, ocupará las ruinas de la vieja fábrica de Ortiz en la calle Pedro Herrero, pero de la obra aún no hay más que el cartel que la anuncia. Será contratada por segunda vez tras el abandono de la primera empresa adjudicataria y está a punto de recibir la ampliación del plazo de la subvención del Ministerio de Cultura. Esos 1,4 millones, no obstante, sólo alcanzan para rehabilitar el inmueble, el proyecto expositivo quedará al albur de las conversaciones entre el Ayuntamiento de Carreño, Principado y Gobierno central.

La liberación de suelo urbanizable enterrando la barrera ferroviaria en Candás es un viejo proyecto que tuvo Fomento y no constaba en las últimas conversaciones con el Ayuntamiento. «Ignoro cómo se resolverá, pero siempre estaremos dispuestos a valorarlo», afirma el alcalde, Ángel Riego, que insta a buscar una solución para el «ruido, contaminación y molestias» que supone sobre todo el tráfico de mercancías por la villa.

Eso quiere Riego que sea el edificio recién rehabilitado en el puerto candasín, una suerte de centro de operaciones de los muelles deportivos asturianos, con sus taquillas, sus duchas, su zona de telecomunicaciones y servicios de información a navegantes... Mirando al mar, en el vecindario se reclama además atención a las playas, según Luis Fernández «la de Perlora necesita inversión y la de Candás una ampliación».

«El precio por estar donde estamos» es al decir del presidente de la asociación de vecinos «un serio problema medioambiental». Lo pone la industria de todo tipo del entorno y «la que se avecina con la incineradora de Serín o la regasificadora de El Musel», además del desdoblamiento de la AS-19, Avilés-Gijón -«otra fractura después de la «Y»-, o el saneamiento, aún pendiente en parte de la villa.

Es «lo único que le puede faltar a Candás» al decir del Alcalde, que enseña un problema especialmente visible en verano, «cuando se duplica la población», y derivado de la propia estructura intrincada de esta villa que «ha crecido del mar hacia el interior».