Gijón, J. C. GEA

En 1957, Juan Eduardo Cirlot publicó una breve y fundacional reflexión sobre la poética del informalismo en la que terminaba por describirlo como «una transformación en "materia prima" de todas las formas fenoménicas de la creación». A pocos artistas de los encuadrados en aquella difusa y diversa corriente transversal que revolucionó la pintura española del medio siglo les cuadra tan bien esa apretada caracterización de Cirlot como a Francisco Farreras (Barcelona, 1927) y a pocas etapas de su extensa y variada trayectoria les cuadra tanto como a la que inició hace un lustro, ya muy cerca de los ochenta años de edad. Las piezas que expone estos días en la galería Van Dyck bajo el título de «Obra reciente» ofrecen un gozoso muestrario de los derroteros de depuración y síntesis que ha tomado el trabajo de Farreras en los últimos años.

La base de su trabajo siguen siendo maderas y cartones, telas, cordajes de distintos tipos y pigmentos muy lavados o mezclados con sustancias que los dotan de una rica gama de texturas. Materias primas muy humildes, en principio, para el sorprendente repertorio de estímulos con que la obra bombardea la sensibilidad del espectador; y máxime, cuando Farreras ha renunciado o aminorado notablemente elementos característicos de su larga etapa anterior, como el volumen o las referencias a un mundo más orgánico, más móvil, de manifestaciones más dramáticas o barroquizantes.

De hecho, en los últimos años Farreras tiende a forzar un repliegue de la materia hacia las dos dimensiones («hacia», nunca del todo en las dos dimensiones) y a simplificar composiciones y efectos, pero manteniendo intacto su interés primordial desde que, a mediados de los 50, iniciase su fecunda exploración del «collage». De un modo u otro, en sus «collages», «coudrages» o relieves en madera, siempre se ha tratado de configurar, mediante el ensamblaje de materiales heterogéneos o de fragmentos del mismo material, sugerentes espacios plásticos en los que el volumen real o figurado tiene tanta importancia como los valores específicamente pictóricos: color, textura, luz, composición y siempre bajo el principio rector una categoría estética de otro rango: la belleza.

Eso se mantiene, como se mantiene la característica posición intermedia entre lo escultórico y lo pictórico. Pero, en su voluntad de síntesis, el Farreras reciente extrema la tensión y la ambigüedad entre ambos polos al trasladar el punto de fuga desde la tridimensionalidad real del relieve hacia la tridimensionalidad figurada de una pintura en cuyo límite dialogan siempre, a su vez lo caótico y desorganizado de la materia primordial y la idealidad de lo geométrico. Esa partitura general se enriquece con la presencia, en varios niveles, del elemento de la representación, de un cierto ilusionismo que enlaza con la pintura tradicional, más allá de cualquier informalismo.

Del mismo modo que los «collages» de Farreras sugerían en sus inicios una ilusión de volumen, ahora, después de una larga época en que el relieve ha desbordado la bidimensionalidad del plano, el volumen vuelve a ser más figurado que real. Los efectos de tridimensionalidad se consiguen a veces subrayando planos mediante la combinación de una iluminación cenital que contrasta planos y del uso de falsas sombras: sombras pintadas.

Por otra parte, la atenuación del relieve hacer que Farreras conceda una renovada importancia a la elocuencia de la materia en sí misma. Y es ahí donde se extrema el juego de este Farreras último; en un sorprendente despliegue de calidades sensibles que revelan, como en lo artesanal, el valor de la manipulación de la materia entregada, a su vez, a otra forma más sutil de manipulación: la de los sentidos. Igual que en la representación tradicional, la materia es sabiamente procesada para representar algo distinto de sí misma. Salvo que en este caso lo que se representa no son otras formas, sino otras materias: maderas que parecen tubos de metal corroído; cartones tratados de manera que semejen planchas de acero; cuerdas «rigidificadas» hasta parecer alambres, maderas o cartones con apariencia de cerámica?

Todo ello se ensambla con elegante rigor constructivo en un paradójico sistema de presencias e ilusiones que Farreras ha reconducido hacia nuevos extremos de concisión y potencia, un principio al que siempre se ha mantenido fiel, conforme a la cita de Cirlot: transformar cualquier material hasta exprimir el máximo de las cualidades plásticas que encierra y convertirlo en materia prima para una intensa experiencia estética. En pura materialidad sensible.