Oviedo, Eduardo GARCÍA

Edificio de Maternidad, Hospital Central, tercera planta, centro. Oncología infantil. Dentro, pequeños guerreros luchan por la vida y son capaces de reír, de jugar y de soñar. La mayoría le gana la partida a la enfermedad.

Hay adultos que serían incapaces de entrar en esas habitaciones de sábanas de colores, mucho dibujo en las paredes y hasta cierto ambiente hogareño. Demasiado fuerte, demasiado duro. Y hasta demasiado irreal. Otros entran y participan por solidaridad. Son los 24 voluntarios, en su mayoría jóvenes entre los 18 y los 30 años, de la Asociación Galbán de familias de niños con cáncer del Principado de Asturias.

Isabel es una de ellas, prefiere ser nombrada así, sin añadidos ni más datos personales. Lleva año y medio asistiendo una o dos veces a la semana a la tercera planta del Materno Infantil «a recibir mucho más que a dar».

«Les doy un poco de mi tiempo, trato de poner un poco de buen humor y de cariño, y ellos me devuelven una lección de vida». Todos los martes y jueves por la tarde, y los sábados, por la mañana, alguno de los voluntarios acuden al hospital. No muy lejos de allí, la psicóloga de la Asociación Galbán, Carmen María Pérez, libra otra batalla, la de servir de apoyo a los niños y adolescentes que sufren la enfermedad y están en período de tratamiento, y a los padres y madres que los acompañan. A veces, terapias individuales, y en las más de las ocasiones, terapias de grupo.

-¿Cuál es la primera pregunta?

-¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros?

-¿Y hay respuesta?

-La respuesta es que la vida no siempre es justa, pero que ellos, los chicos y los padres, tienen habilidades y recursos, muchos más de los que piensan. Y que se puede luchar.

Reunión de adolescentes en una de las dos pequeñas salas habilitadas en la asociación. Si miramos por la ventana nos encontramos en la distancia con la silueta del complejo hospitalario del HUCA. Hay un par de butacas y un amplio sofá cama, pero alguno de los ocho integrantes del grupo prefiere encontrar acomodo en el suelo. Ambiente relajado y juvenil. Ellos tienen una visión menos dramática de la enfermedad. Carmen Pérez se sorprende «de lo capaces que son para hablar con naturalidad de su problema y de cómo se vuelcan con los nuevos miembros que se unen al grupo».

Así que ellos, sin saberlo, pasan con el tiempo de ser ayudados a convertirse en guías. De preguntar a responder. Le pasó a Josito Pérez, 13 años. Hace nueve meses, Josito fue protagonista de un reportaje de LA NUEVA ESPAÑA. Había recibido una médula procedente de donante no emparentado, técnica nueva en Asturias. Aquel niño con mascarilla que no se separaba del hematólogo del HUCA Juan Carlos Vallejo, con el rostro aún deformado por la medicación, es hoy un veterano de la asociación, capaz de transmitir experiencia a pesar de su corta edad. Sigue a tratamiento, ya menos intenso, y con revisiones cada dos meses, pero su aspecto es inequívocamente saludable. Sigue sin poder hacer muchas de las cosas que le gustarían a un niño de su edad, pero la leucemia que le condujo al borde del desastre es hoy una enfermedad que empieza a tener nombre de pasado. Josito mira al futuro, quiere estudiar algo relacionado con la Informática; muy buen estudiante, aborda el 3.º de la ESO con más dificultades de las previstas. Pero esa es otra historia.

Balbina Menéndez, su madre, reconoce no haber superado aquel susto de 2006 cuando a su hijo le diagnosticaron algo con mala pinta.

-Nos dijeron: el niño tiene o leucemia o un tumor. Vayan a casa, vuelvan mañana y duerman tranquilos.

Un consejo inútil. Casi se podría decir que incluso estúpido.

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«Yo les doy un poco de mi tiempo, buen humor y mucho cariño, pero ellos me devuelven mucho más, una lección de vida»

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Voluntaria

«Al ¿por qué a mí? les digo que la vida no siempre es justa, pero que tienen muchos más recursos de los que piensan»

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Psicóloga

«El susto nunca se te quita; nos dijeron que nuestro hijo tenía una leucemia o un tumor, pero que fuéramos a dormir tranquilos»

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Madre de un niño enfermo