El diseñador Tom Ford, ex director creativo de la Gucci, adapta una novela de Christopher Isherwood en su debut como realizador. Narra «Un hombre soltero» los meses posteriores a la muerte del novio de George (Colin Firth), un profesor universitario de Los Ángeles. Ambientada en los primeros sesenta (se repiten las referencias a la amenaza nuclear de Cuba y a la segregación), la película muestra el enclaustramiento de la homosexualidad en una comunidad cerrada durante el desarrollo del mercado de consumo. Atrás, la loca posguerra y, a punto, el «Studio 54» y el «glam».

Desde la secuencia de créditos, Ford se decanta por el esteticismo: cada cuerpo está iluminado con las hechuras de quien controla la forma de sincronizar silueta y figura con armonía. El problema surge al remover el concepto de «armonía» (un constructor cultural y social) de Ford. Su visión de los sesenta en una vecindad blanca de EE UU se postula impostada y mediatizada. Pero no nos equivoquemos: este párrafo no carga contra toda reescritura «vintage» / posmodernista de una época pasada. Tomemos el ejemplo de «Lejos del cielo», de Todd Haynes, y comprobaremos cómo se consigue reinterpretar a Douglas Sirk (y a los cincuenta) sin transfigurar la historia (aún con sus licencias) y, esencial, sin dejarla como el hueco vacío que rellenar (siempre en un a posteriori peligroso) con efebos, casas acristaladas y tópicos a barullo (ese estudiante español que viene del Madrid franquista, cuna de la represión, «muy liberado»).

Recordemos, en pos de la realidad «a-diseñada», de la realidad fuera de las manos de Ford (la realidad, al cabo), que el Greenwich Village, el barrio neoyorquino donde se produjo la primera gran rebelión a favor de los derechos de los gays (la revuelta del «Stonewall Inn», 1969), era en ese tiempo un lugar marginal, clandestino, sucio, prohibido y dominado por la mafia.

De «Un hombre soltero», eliminando capas de su petulante envoltorio, destaca Collin Firth. Un año afortunado para el actor (soberbio en «Génova», notable en la por estrenar «El retrato de Dorian Gray»), se completa con lo auténtico del filme: un personaje aniquilado por la imposición de la ausencia, la incomprensión, la invisibilidad. Camina Firth y es él, un cómico, no las maneras de Ford, el que hace a «Un hombre soltero» avanzar.