Oviedo, Elena FDEZ.-PELLO

En los 133 banquetes que Don Juan Carlos ha ofrecido a jefes de Estado de muy diversos países el salmón asturiano ha sido el rey. Aparece nada menos que en 35 de los menús y sólo el humilde espárrago frecuenta más las mesas de la Monarquía española, no como plato principal, sino como entrante. Y al salmón, que se sirve sobre todo braseado, le sigue la lubina del Cantábrico, así que los reales paladares no recorren grandes distancias gastronómicas. Esta es una de las revelaciones -en este caso, más bien una constatación- que el periodista Jaime Peñafiel hace en su último libro, «La mesa está servida, Majestad» (MR Ediciones), un compendio de menús, recetas, datos históricos, anécdotas y singularidades culinarias de las casas reales de todo el mundo.

Los capítulos más sabrosos son, por proximidad y vigencia, los referidos a los actuales Reyes de España y a los Príncipes de Asturias, pero en sus andanzas por las cocinas reales el periodista llega a remontarse al Califato de Córdoba y las bodas de Abderramán III, que con aquel motivo ofreció «un banquete colosal» y refinadísimo. La glotonería ha sido un rasgo común a los monarcas españoles durante siglos, según Peñafiel, aunque a la vista de los sucesivos menús reales su apetito se ha ido atemperando con el transcurso del tiempo. En la boda de Alfonso XII y María de las Mercedes se sirvieron doce platos, en la de Alfonso XIII y Victoria Eugenia fueron siete. Cuando Don Juan, conde de Barcelona, se casó con su prima María de las Mercedes en el exilio, en Roma, sólo se sirvieron cuatro platos: consomé con perfume de azahar, truchas al horno, asado de ave, un dulce tradicional de Asturias y una macedonia. Jaime Peñafiel no especifica cuál es el dulce en cuestión. ¿Quizá los carbayones, una receta que el maestro pastelero José Gutiérrez creó en 1924 para la I Feria Internacional de Muestras de Gijón?

En el libro, Peñafiel ejercita su desparpajo calificando el banquete nupcial de Juan Carlos y Sofía en Atenas de «bastante vulgar». En él se ofreció un cóctel de bogavante, una suprema de ave a la crema trufada y costrones, foie gras a la Galie, una variada ensalada griega y, de postre, un helado de moca.

Más inquina que interés documental justifican los dos capítulos que el cronista real dedica a la boda de don Felipe y doña Letizia. El primero lo ha titulado «el coste de la boda de Letizia nunca se hizo público» y, además de desarrollar el tema principal, aprovecha para contar alguna que otra maldad, como que los amigos «pijos» del Príncipe se burlaban en privado de la costumbre de la novia de decir «¡que aproveche!» cada vez que se sentaba a una mesa. Al parecer, según Peñafiel, en esos círculos sociales es «una vulgaridad, una costumbre de gente de pueblo sencilla y llana». En el siguiente capítulo, refiere cómo varios de los invitados a la boda se marcharon «antes de que se sirviera el café, demostrando que habían acudido obligados por el compromiso». Fueron el príncipe Carlos de Inglaterra, la familia real sueca y los príncipes de Mónaco Alberto y Carolina. Asegura también que algunos invitados, entre ellos el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, no llegaron a catar la tarta nupcial porque el Príncipe ordenó que la trasladaran a su casa para compartirla con sus amigos más íntimos.

Aquel día los invitados serían de la más alta alcurnia pero acabaron, en palabras de Peñafiel, como «matones de taberna, borrachos, chulos y pendencieros». Víctor Manuel de Saboya y Amadeo de Aosta remataron la fiesta a puñetazo limpio y el primero terminó, de un golpe, en el regazo de Ana María de Dinamarca, la cuñada de doña Sofía.

Las páginas de «La mesa está servida, Majestad» están impregnadas de devoción hacia Isabel de Inglaterra, «el Rolls Royce de las reinas» para Peñafiel. De ella cuenta, entre muchas otras cosas, que no come espaguetis, ajo ni frutas con semillas y que, dada su extremada escrupulosidad, viaja con un asiento en forma de rosco que utiliza para sentarse en cualquier váter que no sea el suyo.

Habla también con admiración de la Reina de España. De ella cuenta que se hizo vegetariana por que el día de la su muerte de su padre quiso ofrecerle ese sacrificio. Peñafiel cita a Carmen Rigalt, que afirma que «cuando el Rey aparece de mal humor es que la Reina le ha dado de comer brócoli».

Si algún evento ha fascinado a Peñafiel a lo largo de su dilatada vida profesional ése es el 2.500.º aniversario de la fundación del imperio persa, conmemorada con una cela de gala servida por el restaurante Maxim's. «Las comidas fueron llevadas directamente desde la capital francesa a Shiraz en un puente aéreo montado al efecto», relata. La elección de la fecha, el 15 de octubre de 1971, fue un regalo del Sha a su esposa Farah, que aquel día cumplía 33 años y en su honor Reza Palevi ordenó plantar 33.000 árboles. Todo resultó perfecto, reconoce Peñafiel, y los fastos de Persépolis son, a su juicio, «los más grandes que han visto la historia». A la mesa se sentaron 69 reyes y jefes de Estado.

De vuelta a España, Jaime Peñafiel se entretiene en la reciente visita del presidente francés Nicolas Sarkozy. A él y a su esposa «les gustan las cosas sencillas». Carla Bruni se decanta por la cocina mediterránea y, como era de suponer, en especial por la italiana. En la cena de gala que se ofreció en su honor se sirvieron espárragos, langostinos, ternera asada y pastel de chocolate, un menú sencillo para un banquete de reyes.

Esas y otras curiosidades, como la del cocinero vasco del rey de Marruecos, cuenta, a la salud del lector, el cronista real.

«Jamás se ha conseguido reunir a un plantel tan importante de personajes como en el 2.500.º aniversario de Persépolis y será difícil que vuelva a ocurrir»