«Luisa Fernanda», que abre esta semana el XVIII Festival de Teatro Lírico Español, es una de las zarzuelas más difundidas y queridas del repertorio y, como se comentaba el lunes en los pasillos del Campoamor, todavía está vivo el recuerdo de la «Luisa Fernanda» de Emilio Sagi, que llegó con gran éxito a Oviedo en 2008. Todo ello, unido a las eventualidades tecnológicas, hizo que el estreno de la nueva producción del Teatro de la Zarzuela (o de Luis Olmos, su director), fuera una empresa difícil y arriesgada que, pese a ciertas carencias, logró meterse al público en el bolsillo.

La nueva «Luisa Fernanda» lo es por la tecnología que emplea, más que por cómo la emplea. Es decir, los nuevos recursos deberían de servir para ir más allá en la línea de la renovación de la zarzuela ya emprendida. No parece que la introducción de pantallas led, al menos todavía, supere montajes tradicionales, incluso ya obsoletos. Teniendo en cuenta la importancia de la luz, la escenografía depende aquí -literalmente- de grandes pantallas que sugieren grandes telones de paisaje pintado, a excepción de los efectos logrados gracias al movimiento, especialmente en el último acto.

Olmos lleva a cabo una lectura clásica de «Luisa Fernanda», en la que sus personajes aparecen bien diseñados, en los diferentes planos sociales e ideológicos que representan. Hay que destacar el papel de los «agitadores» -sobre todo un Julián Ortega ágil y resuelto como el joven Aníbal, y Xavier Ribera-Vall, un Luis Nogales con aplomo-, que son los que dan mayor movimiento a la acción. Se busca, además, el lucimiento de las escenas de conjunto, con bellas estampas del coro -a destacar los figurines de Pedro Moreno- y del cuerpo de baile -un tanto descoordinado en su primera intervención, aunque constreñido, por otra parte, sobre la escena-, que subrayan dos clímax de la obra, como son el trío amoroso del segundo acto y la decisión final de Vidal.

Al frente de la parte musical se situó Cristóbal Soler, que revisó la colocación de la «Oviedo Filarmonía» en el foso, favoreciendo la orquesta del segundo y tercer acto, en comparación con el primero, que sonó excesivamente apagado. No obstante, se echó en falta una versión más brillante y rica en planos sonoros, si bien la música logró describir situaciones y personajes, en buena medida favorecidos por el desarrollo de los tiempos, por lo general quizás un poco ralentizados.

En cuanto al elenco, buena parte de las miradas estaban puestas en la soprano Cristina Gallardo-Domâs, que debuta en el género y, por primera vez, canta en el teatro Campoamor. Gallardo-Domâs domina los escollos de la zarzuela para el cantante con una voz gruesa pero flexible. Sin embargo, costó encajar a la soprano en el papel protagonista, que tiene que medir los acentos dramáticos, para lograr esa combinación de casticismo -el acento no ayudaba mucho- y verismo italiano que recoge «Luisa Fernanda». Más apropiada en estilo estuvo la Duquesa Carolina de Yolanda Auyanet, que asentó maneras vocales en su primer dúo con Javier y eclipsó en la escena en el segundo acto. En las cuerdas femeninas, hay que destacar también a Lucía Escribano, como Rosita, con una deliciosa canción de la zurcidora en el inicio de la obra, sólo ensombrecido por la siguiente habanera del Saboyano, debido a la afinación.

La mayor parte del peso vocal de la obra la llevan, eso sí, los dos protagonistas masculinos. En este sentido, al barítono Juan Jesús Rodríguez le va como un guante el papel de Vidal Hernando, por su temple dramático y sus características vocales. En cambio, el Javier del tenor Enrique Ferrer tuvo limitaciones en lo vocal, sobre todo en el primer acto, en el registro agudo. No obstante, su actuación fue a más, con un admirable plano dramático. Amelia Font, Jesús Aldrén, Ismael Fritschi, Vicente Díez y el resto del reparto contribuyeron de la mejor forma en la representación, al igual que la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», cuya presencia fue fundamental, luciéndose en piezas que ya tiene plenamente integradas en su repertorio, como el «Coro de las sombrillas» y el «Coro de vareadores».