Ciaño (Langreo),

Ésta es la historia de una ruina; la historia de una escuela, hoy cerrada; la historia de un recuerdo de mina y guerra. En la cuenca del Nalón funcionó, durante los períodos álgidos de la producción carbonera, un buen número de planos inclinados, construcciones ganadas a los valles a base de imaginación ingeniera. En el entorno del pozo Samuño había dos; en el del pozo San Luis, otro par de ellos; uno más en minas Las Miguelinas, cerca ya del límite con el concejo de Mieres. Y en Ciaño, al lado mismo de la actual Casa de la Buelga.

A pie de Ciaño, como quien dice, surge Pampiedra, un pueblo de apenas sesenta habitantes que vivió tiempos no se sabe si mejores, pero en todo caso más poblados. De Pampiedra es parte de la familia de Aladino Fernández (1951), ex alcalde de Langreo, y profesor de Análisis Geográfico en la Universidad de Oviedo. Y en la pequeña escuela del pueblo, al lado de lo que queda del monumental plano inclinado de la escombrera de La Muela, aprendió a leer, escribir, sumar y restar. A las órdenes cariñosas de Rosario Cuervo, la maestra que presidía un colegio de aluvión.

«En la década de los cincuenta a Pampiedra llegaron gallegos, leoneses, extremeños, gente de Sierra Morena. La aldea llegó a tener 350 habitantes. Muchas de aquellas familias venían en la miseria, y se acababan instalando en donde podían, a veces en hórreos destartalados. Allí nos dimos cuenta de que nosotros éramos unos privilegiados».

Así que la escuela de doña Rosario (madre de quien fue presidente de Ensidesa, Fernando Lozano Cuervo) tuvo que lidiar con un alumnado plural y disperso en lo lingüístico y en lo académico. Muchos de los padres de aquellos niños entraron a trabajar en el pozo Samuño, distante apenas un kilómetro de Pampiedra. La orografía del lugar obligó a la dispersión de elementos mineros: castillete por un lado, y lavadero y plaza de la madera por otro. Piezas sueltas, aguas abajo, unidos por ferrocarril.

El plano inclinado de La Muela, perteneciente a la empresa Carbones Asturianos, tiene hoy un punto de fantasmal, pero sirve de ejemplo a las muchas ruinas parecidas en la comarca. Ahora, cuando las perspectivas turísticas empujan, no son pocos los que considerarían interesante resucitar uno de esos planos inclinados y recrear el ir y venir del carbón y los estériles.

El de La Muela era excepcional, por sus dimensiones pero también porque servía no para hacer bajar el carbón de las minas de montaña, como la mayoría, sino hacer subir los estériles, tras el lavado del carbón. Los ascendían, volquete a volquete, hasta una inmensa ladera convertida en escombrera y hoy un lugar lleno de encanto, una pradera de postal y un bosque donde, sobre tierra negra, crecen variedades de musgo y líquenes, abedules y alguna salguera. Allí sube la gente de la cuenca en las tardes de primavera y verano. Pocos reparan ya en lo que queda de la casa de máquinas, de unos 15 metros de altura, y que funcionó, calcula Aladino Fernández, desde 1959 hasta cerca de 1970. Viva corta pero intensa.

Desde la escombrera bosque de Pampiedra se ve Ciaño, por un lado, Les Pieces al fondo, y Omedines, más cerca. Y la escuelina de Pampiedra, por otro. Forma parte de un conjunto del que tan sólo queda ya una casa habitada. «Hasta había un chigre con bolera, que era nuestro patio de recreo». La escuela, en la planta baja; arriba, la vivienda de la maestra. Y alrededor, las minas que vomitaban carbón.

El plano inclinado es una ruina, pero el estado de la vieja escombrera tampoco va mucho más allá. ¿Y para qué recuperar una escombrera? Aladino Fernández lo explica: «Para evitar los arrastres descomunales de tierra, miles de toneladas de estériles que, empujados por el agua de lluvia, pueden acabar en las aguas del río Samuño».