Madrid, Módem Press

Aseveraba el historiador latino Tito Livio que Hispania fue la primera provincia invadida por Roma y la última en ser conquistada. La resistencia celtíbera en el norte peninsular no concluyó oficialmente hasta el siglo I y fue sólo entonces cuando los invasores pudieron integrar la sociedad y el territorio sometido en el denominado mundo romano. El CSIC acaba de celebrar el simposio «Epigrafía del Occidente asturiano. La formación de la civitas en el noroeste peninsular» en el que un grupo de investigadores y arqueólogos expuso sus conclusiones sobre cómo fue la integración de la antigua sociedad astur en el Imperio.

Antes del advenimiento romano, los astures no vivían en grandes ciudades como en otros territorios, sino que se organizaban en castros, pequeñas fortificaciones desde las que se controlaba el territorio aledaño y que tenía un marcado carácter autárquico, esto es, lo que producía se consumía en el propio territorio. El castro del Chao de Samartín, estudiado por el arqueólogo Ángel Villa Valdés, fue objeto de la codicia romana por los yacimientos de oro de su comarca. Las legiones romanas, expertas en la construcción de las infraestructuras requeridas para mover la ingente cantidad de tierra necesaria para explotar «industrialmente» los yacimientos, ocuparon la zona y se instalaron en el Chao de Samartín prerromano, desde donde organizaron la «civitas». Ángel Villa afirmó en su intervención: «Defendemos que mientras en otros lugares de Asturias los castros desaparecen, en el Occidente seguirán pujantes durante dos siglos más debido a que estas poblaciones van a desarrollar una labor trascendente para el Imperio». A su llegada, los romanos tratan de integrar un territorio autárquico en la gran «multinacional» que es el Imperio en el que todos los caminos llevan a Roma. Para ello, crean la «civitas», un territorio sometido al control tributario romano alrededor de una «caput civitas», un núcleo elegido arbitrariamente por la autoridad romana de acuerdo al trato que sus pobladores habrían dado al invasor o creando nuevas poblaciones «ex novo».

Ángel Villa sostiene: «Creemos que el Chao de Samartín era un territorio transitado desde la Prehistoria que mantuvo su protagonismo en los siglos previos a la conquista. No fue un castro más, ni el más grande, pero sí el que desempeñaba un papel más importante».

Dentro de sus límites fortificados, los romanos establecieron una «domus» de carácter señorial y una serie de residencias militares. «El ejército tuvo un papel esencial en la romanización. Además, en este período de tutela militar (siglo I), la construcción se hizo para albergar a una persona de alto rango militar que vino a hacerse cargo de la administración».

Otros castros del entorno más pequeños hicieron las veces de puestos de policía donde los pobladores de la comarca pagaban sus tributos. El Chao era el primer eslabón de la cadena que recaudaba impuestos y recibía la producción minera de oro, para enviarlo más tarde a Roma. Pero la explotación de las minas dejó de ser rentable para la multinacional romana a finales del siglo I y los soldados romanos se marcharon. La «domus» fue abandonada y expoliada por los vecinos hasta que la aristocracia local promovida por el poder romano tomó el control del castro y se convirtió en intermediaria entre la administración romana y los vecinos. Continuó el comercio de oro con Roma a menor escala, hasta que los castros perdieron su sentido y la población emigró en busca de nuevos asentamientos.

Otro de los especialistas intervenientes en el simposio fue la profesora de la Universidad Autónoma de Madrid Carmen Fernández Ochoa, que destacó cómo los romanos supieron aprovechar las organizaciones preexistentes en el occidente asturiano para adaptarlas a su administración y cómo estos administrados adoptaron costumbres y formas romanas para coexistir con el invasor siempre alrededor de las «civitas».

Si los problemas económicos obligaron hace dos mil años a los astures a abandonar los castros, la actual crisis económica pone en riesgo la continuidad de la investigación arqueológica en los mismos por los previsibles recortes de recursos de la Administración. Ángel Villa afirmó al respecto que la investigación «está lastrada como el resto de actividades por falta de recursos. No obstante, y sin olvidar que sin investigación no hay nada, yo daría prioridad a la conservación, al mantenimiento de lo que ya hay. Habrá que salvar el bache, y reducir la intensidad de la investigación. Contamos con la ventaja de que en la época de bonanza se crearon instalaciones que reúnen buenas condiciones para trabajar».