El pasado 12 de marzo se cumplió el primer aniversario del fallecimiento del profesor Juan Luis Iglesias Prada. No sé si soy la persona adecuada para recordar su obituario en este importante diario asturiano.

Lo hago por dos motivos principales. El primero, porque mi experiencia personal y la ajena confirman que las personas foráneas, cuando se acercan al Principado, quedan atrapadas, y para siempre, a sus tierras y a sus gentes... si van acompañadas de sus amigos asturianos, entrañables donde los haya. Eso me sucedió, hace ya muchos años con mi hermano, como llaman a los amigos íntimos en Hispanoamérica, mi irrepetible y culto consejero Antonio Celorio Méndez-Trelles. El segundo motivo quizá fuera mejor dejarlo inconfesado. No debería decirlo, pero el fallecimiento de tan ilustre asturiano no fue noticia en la prensa de su querida tierra, aunque apareció en dos diarios españoles de gran tirada, «El País» y «La Vanguardia». Ambas razones justifican esta nota que quiere recordar su presencia más allá de su existencia.

La figura de Juan Luis Iglesias Prada (1941-2011) puede resumirse diciendo que fue «la bondad en la sombra».

La biografía y las aportaciones del profesor Iglesias Prada no se comprenden sin tener en cuenta las tres referencias de su existencia. Carucha, su mujer, Aurelio Menéndez, su maestro, y Asturias, su patria querida. Quizás haya que ordenarlas al revés, pues de no haber nacido y crecido en la cuenca minera de Sama de Langreo, el árbol de su vida, y licenciarse y doctorarse en la Universidad de Oviedo, el fruto de la sabiduría, no habría conocido a los otros dos ejes principales de su vida.

Tengo la impresión de que ese sentimentalismo endogámico, propio de la ancestral minería de polvo, penuria y chigre donde se ubica, integrado con el saber universitario, modela su personalidad, que no es otra cosa que lo que llamamos el destino de las personas. Ésa fue su personalidad y ése, su destino: brillar en la sombra.

La esposa y madre de sus dos hijos representa la complicidad permanente para superar felizmente los aspectos más dulces y agrios de la vida. Él mismo la definió: «Asturiana ella también de raíces y convicción, que comparte conmigo este largo exilio madrileño con los ojos igualmente prendidos en las luces y sombras de nuestra querida tierra».

Primeriza y única novia de juventud, compañera universitaria, esposa inseparable y madre abnegada, colega en la abogacía y en la docencia, amiga con la que compartía los mismos gustos y aficiones. Amor eterno hasta el final. En ese aspecto de la relación matrimonial, Juan Luis Iglesias ha sido extremamente afortunado, pues su cónyuge ha sido todas esas cosas a la vez, y viceversa.

Pero la vinculación con su maestro, y paisano, don Aurelio Menéndez, puede ser el referente ideal de lo que significa el magisterio universitario. Los grandes maestros se distinguen de los maestros por tener una relación excelente con sus discípulos. La numerosa, bien avenida y cualificada escuela de mercantilistas españoles aglutinados en torno a los profesores Uría y Menéndez no se comprende (rectius, no existiría) sin la entrega total y desinteresada del profesor Juan Luis Iglesias Prada. El supo, mejor que nadie, comprender y hacerse comprender, callar y decir lo que debía, detenerse y acelerar cuando las circunstancias lo requerían. Ponía la sal suficiente y atizó los fogones con maestría.

Inteligente en la sombra, bondadoso con discreción, optimista sin riesgo, trabajador siempre alegre, escritor y orador huérfano de pedantería, profesor sin presunción, ha sabido seguir y aconsejar a su maestro en la cátedra, en la profesión, en la academia y en la política. Ese tándem perfecto, tanto monta monta tanto, lo llevó de su Asturias natal, que nunca abandonó, a su Madrid de adopción, en la que vivió la mayor parte de su vida.

Ello no le impedía acudir frecuentemente a su casa familiar asturiana, bien por trabajo, bien por descanso, aunque le faltó la dicha de retirarse definitivamente, como tantas veces con añoranza nos lo decía. Supo ser fiel a sus compromisos, hasta el final, que lo sorprendió joven y repentinamente, pues no padeció enfermedad grave conocida.

Catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad Autónoma de Madrid, secretario general técnico del Ministerio de Educación y Ciencia en el primer Gobierno democrático de la Monarquía, socio fundador del despacho de abogados Uría & Menéndez, vocal de número de la Academia de Legislación y Jurisprudencia, director adjunto de la «Revista de Derecho Mercantil», patrono y secretario de la Fundación Príncipe de Asturias, miembro de la Comisión General de Codificación y de la Asociación Española de Derecho Marítimo, autor de numerosas publicaciones científicas, dan una idea suficiente de la importante personalidad de Juan Luis Iglesias Prada. Y termino la relación de méritos, silenciando las numerosas condecoraciones, para no herir su modestia.

Sin embargo, no puedo omitir lo que para él fue el reconocimiento más querido, «el doctorado en asturianía», como el mismo lo definió cuando el ya lejano 23 de abril de 1993 Cosme Sordo le impuso la «Manzana de oro» en el Centro Asturiano de Madrid. Para la ocasión compuso su memorable «sinfonía de papel», en la que describe Asturias como una sinfonía, para él, la más completa de las formas musicales.

Tiene en escena el «orbayu», una representación musical de la nostalgia, una especie de rumor que impregna el alma.

Se fue el pasado 12 de marzo de 2011, como fue y vivió su propia vida, en silencio y sin molestar a nadie. Enseñando que también se puede dirigir solo con gestos, como el director de orquesta, su primera vocación, aunque abandonada y sacrificada, por seguir al maestro en la otra vocación, la universitaria.

Querido Juan Luis, a los que aquí seguimos, nos das mucho ánimo para seguir, hasta que nos veamos ahí arriba.