Foro Asturias, el partido que fundó y preside Francisco Álvarez-Cascos, ha hecho público un nauseabundo comunicado «en defensa de los derechos constitucionales de los asturianos y de los principios éticos de todas las profesiones», en el que, básicamente, insiste en la absurda teoría de que hay una conspiración periodística contra esta formación y el actual Gobierno regional por tratar de poner coto «a los intereses particulares de una minoría depredadora que ha conducido a la región a altos niveles de degradación democrática, de decadencia, de desempleo y de corrupción». Los adalides de esa conspiración serían, sobre todo, LA NUEVA ESPAÑA y la RTPA.

Pero de las invectivas de los foristas ya no se libra nadie. Tampoco yo, de ahí que esté escribiendo esto, atacado directamente por el autor del panfleto, quizás el mismo analfabeto funcional que redacta los libelos de su página web: «Estos comportamientos [se refieren a LNE y la RTPA] se completan con algún episodio aislado en TVE de Asturias, uno de cuyos redactores [yo mismamente], en desacuerdo con las respuestas recibidas durante una rueda de prensa que no le gustaron, se permitió censurar reiteradamente en privado de modo inapropiado a varios diputados foristas convirtiendo luego en públicas las respuestas también privadas que recibió». Nada más falso.

Acostumbrados a periodistas complacientes que acuden a convocatorias sin el menor interés y se hacen eco de las tonterías que se dice en ellas sin haberlas tamizado -pero ésa es otra cuestión-, algunos zascandiles sin ninguna relevancia ni talento han llegado a creer que sus rebuznos son realmente una muestra de ingenio por el hecho de que la prensa, la radio y la televisión los reproduzcan. Y cuando se enfadan, además de rebuznar, dan coces. Algo parecido es lo que hizo Pelayo Roces, no yo -está grabado y son testigos una decena de periodistas-, cuando en una rueda de prensa posterior a las elecciones autonómicas de marzo tuve el atrevimiento de preguntar -respetuosamente, como hago siempre- cómo interpretaba Foro la pérdida de miles de votantes desde los anteriores comicios.

Las respuestas de Roces a mis preguntas no tienen desperdicio, no tanto por lo que dice, incoherencias mayormente, como por el hecho de que muestra una actitud hostil y chulesca, cuando no zafia.

Dicen quienes lo han tratado que ése es su estilo habitual, aunque yo, que siempre lo conocí como diputado silente y, sobre todo, ejerciendo de lacayo de Álvarez-Cascos (el lacayo es, según la RAE, el criado que tiene como principal ocupación acompañar a su amo a pie, a caballo o en coche), carezco de datos suficientes para formarme una opinión ajustada sobre él.

El caso es que, asombrado por el tono de sus respuestas, expresé mi extrañeza a los otros dos participantes en la rueda de prensa, Cristina Coto y José Antonio Martínez, y después directamente a él. Y no fue en privado, como asegura Foro, sino en público.

«No tengo por qué contestar a los secretarios de Vaquero», replicó Roces sacando pecho, en franca alusión a José Manuel Vaquero, el consejero delegado y director general de LA NUEVA ESPAÑA. «Eso no te lo tolero», dije. Y él, revolviéndose hacia mí como un miura con la actitud propia de un matón: «El que no te lo tolera soy yo», para añadir a continuación que «todos sabemos lo que tenemos en casa», en referencia a mi mujer, la periodista Pilar Rubiera, que trabaja en LA NUEVA ESPAÑA desde hace casi treinta años. A Pilar Rubiera no hace falta que la defienda nadie -lo difícil es encontrar a alguien que la denueste-, pero sí quiero dejar constancia de que me parece disparatado que Foro recurra a las relaciones familiares como justificación para desacreditar a alguien, sea yo o un prestigioso juez como Agustín Azparren.

Que Foro se presente ante los asturianos como el paladín de la democracia, la libertad, la ética y el rigor no deja de ser un sarcasmo cuando si algo caracteriza a esta formación es, precisamente, la idolatría a un líder que no tolera la discrepancia, así como la falta de democracia interna y que sus dirigentes utilizan como bases de su acción política el sectarismo, la intolerancia, el dogmatismo, la marrullería, la mentira, la insidia y el insulto. En esa línea, su concepción del periodismo parte de la premisa de que no hay otra verdad que la oficial, criterio que comparten con Goebbels, el creador del aparato de propaganda nazi, en el que, por otro lado, parece haberse inspirado el Gobierno forista para montar un servicio de prensa pagado con dinero público que se ocupa, día sí, día también, en expandir la inmundicia y descalificar a quienes disienten.

Siempre he sostenido que la mejor manera que disimular el propio olor a mierda es vomitar sobre los demás. Y eso es lo que han hecho desde mayo Foro Asturias y el Gobierno. Nada más. Su ignorancia y escaso talento son proporcionales a su engreimiento. Lo de denunciar supuestas alianzas políticas y conspiraciones periodísticas son sólo cortinas de humo para encubrir su absoluto desconocimiento de lo que ocurre en el Principado, la falta de ideas para sacarlo de la crisis y, en consecuencia, su ineptitud y la incapacidad para liderar su cacareado proyecto de regeneración, por lo demás inexistente en la medida en que, aparte de las vaguedades del programa electoral, sigue siendo desconocido.

Se presentaron como los nuevos mesías, cuando lo cierto es que no han pasado de ser un remedo patético no ya del Salvador y sus apóstoles, sino de aquel Brian Cohen y el «Frente Popular de Judea» de los Monty Python.

En apenas diez meses, Francisco Álvarez-Cascos y Foro se han convertido en la peor desgracia que ha soportado esta comunidad desde la restauración democrática, ganándose a pulso no sólo que cada vez más asturianos les den la espalda, sino también su desprecio. Y como con todas las calamidades, lo que esperan quienes las sufren es que cuanto primero pasen y se desvanezca su recuerdo, mucho mejor. Como no soy adivino, no sé qué fallará el Tribunal Constitucional, pero sea lo que sea confío en que Foro acabe ocupando el lugar al que sus dirigentes, no sus militantes ni sus votantes, lo han llevado: lo más profundo y hediondo de la cloaca política.