La mencía es la reina de las uvas tintas en la Ribeira Sacra. En este caso vestida de terciopelo violeta es doña Mencía, que nada tiene que envidiar a su hermana del Bierzo; es más, la aventaja el excepcional precio de esta recomendación (casi exigencia), que lleva el regalo añadido de una producción limitada a 5.665 botellas, mágico capicúa que invita a animar a su compra.

La pequeña bodega trabaja, como el resto de la Denominación de Origen, en obtener unos resultados, en este caso excelentes, de las viñas que se asoman vertiginosamente a los cañones del Sil. Un paraje que se antoja imposible para el cuidado de las cepas y su vendimia.

De absoluto color cereza ribeteado de violeta que anuncia frescura sin significar inmadurez. El vino está asentado en alcohol, acidez y tanicidad. Ni lleva ni requiere madera; los taninos de doña Mencía la hacen innecesaria. En nariz es pasmoso; predomina la cereza (picota mollar) y le acompañan la mora, la frambuesa y tonos minerales que, unidos a los balsámicos y herbáceos, producen la impresión de ambiente de un bosque gallego.

La boca no hace más que confirmar lo expuesto. Es definitivamente carnoso y sedoso (como para untar). A pesar de ello su paso es ligero y deja un final amplio y de una persistencia grata y larga, Es vino de sentada o de acode en la barra, hay que darle el tiempo que se merece hasta la última gota.

Armonía plena con infinidad de platos. Tanto de carne como de pescado. Sirva de ejemplo un lacón con grelos (de amargor imprescindible), un bacalao a la manera que más les guste y, para arrimarlo a los guisos de cuchara, un arroz a la asturiana que apetece en estos veranos nuestros que no acaban de concretarse. Es vino de Cuaresma y Carnaval, para todas las estaciones, no se amedrenta ni ante la fabada.

Última sugerencia. Jueguen a este número con la máxima seguridad. Aquí no hay lotería, es pura certeza.