La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La lección de superación de dos egipcios ciegos

"Estamos encantados con los profesores, los compañeros y los medios", dicen los únicos extranjeros invidentes de la Universidad

"Ha merecido la pena vencer el miedo a lo desconocido", sentencia Mostafa Gamal, en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Al otro lado de la mesa, Mahmoud Anwar asiente con una sonrisa de oreja a oreja. Los dos son egipcios e invidentes. Charlan sobre los motivos que les llevaron hace meses a solicitar una beca para cursar sus estudios de Filología Española durante este año en Oviedo, poniendo tierra de por medio con sus familias por primera vez en sus vidas. Todo un reto. Tienen un castellano fluido, asombroso si se tiene en cuenta que tomaron contacto con el idioma hace poco, cuando iniciaron su carrera en la Universidad Ain Shams de El Cairo. Sin saberlo, han hecho historia. Son los primeros ciegos extranjeros que se matriculan en la institución académica de la región, gracias a un reciente convenio para intercambio de alumnos del programa "Erasmus Mundus Medastar". "No nos pusimos de acuerdo para venir, fue pura casualidad. Estamos encantados, aquí tenemos más medios y los profesores y nuestros compañeros son maravillosos", dicen, dejando claro que no hay obstáculo que se les ponga por delante.

Gamal tiene 22 años y una pasión loca por aprender. Aunque nació en Alejandría, realizó sus estudios de Secundaria en El Cairo, en uno de los centros nacionales destinados sólo a invidentes varones. "En mi país, el modelo de integración para alumnos con discapacidad no está desarrollado", indica mientras pliega el bastón que utiliza para guiarse por la Facultad, adonde llegó en septiembre para cursar el máster en Español como Lengua Extranjera. "Aquí hay una columna", dice. Acierta. Se conoce de memoria el interior del centro.

"Decidí estudiar español en la Universidad porque tuve un profesor de Música en el colegio que me inculcó el gusto por la cultura de este país", explica con un acento árabe casi imperceptible. "Me enganchó desde un primer momento", prosigue. Su expediente lo certifica: su media es de 9,41. Es el mejor de su promoción, a pesar de que en su país no contó con apoyos específicos en relación a sus compañeros sin invidencia. Sus padres están orgullosos. Él es ingeniero de electrónica y ella se dedica al cuidado de Gamal y de su hermano, también ciego de nacimiento, desde que eran niños, ante la ausencia de ayudas sociales. "En España, todo es más fácil", dice.

Lo mismo opina Anwar, que escucha a su compatriota con atención mientras apoya sus dedos sobre el "braille note", un aparato adaptado para que los invidentes tomen apuntes. Tiene un año menos que Gamal y es natural de El Cairo. Está matriculado en el tercer curso del grado de Filología Española. "El sistema universitario en Asturias es fantástico. Todo es mejorable, pero no entiendo que, a veces, haya tantas quejas", dice, con la sonrisa siempre puesta. "En mi país para hacer un examen me tengo que poner al lado de un profesor para que él escriba lo que yo le voy diciendo. Aquí lo hago con un portátil", relata. "Allí, los grupos tienen hasta 200 alumnos. En Oviedo, te conocen por el nombre", remata el joven, que perdió la vista debido a un presunto caso de negligencia médica, aún sin juzgar, cuando tenía 5 años.

"Todo es muy distinto", afirman ambos, que cuentan con un programa informático para que sus ordenadores les lean los apuntes que sus profesores cuelgan en internet. "Somos mucho más autónomos porque en España el alumno hace muchos trabajos por su cuenta. No es sólo estudiar un paquete de apuntes que te dan el primer día de clase", resumen. "Estamos aprendiendo mucho más que un idioma", coinciden.

Porque no sólo son felices dentro de clase. Viven de alquiler en pisos distintos, en ambos casos compartido. Gamal, en Pumarín. Y Anwar, cerca del casco antiguo ovetense. Al principio les costaba orientarse, pero ahora tienen el mapa de la ciudad en la cabeza. Recorren el centro o se trasladan a la mezquita de La Florida sin apenas preguntar. "En El Cairo nunca voy solo por la calle. Es muy peligroso por el tráfico, los coches no paran", relata el más joven. "Que algunos semáforos hagan ruido para avisarnos de que podemos cruzar es toda una ayuda", apunta su compañero mientras salen al exterior del campus. El orbayu es intenso. "La libertad tiene un precio. En la vida hay que arriesgar", comentan antes de despedirse.

Compartir el artículo

stats