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La Vida Buena

El fin de una dinastía

Viena conmemora el centenario de la muerte de Francisco José I con cuatro muestras que abordan de forma desmitificadora la figura del último gran Habsburgo

Francisco José I, en 1916, por Viktor Stauffer. KHM-MUSEUMSVERBAND

Aún es posible encontrar el retrato del emperador Francisco José I en los lugares más insospechados de Europa central. En Viena es hasta cierto punto comprensible, porque el aspecto actual de la ciudad, con el famoso Ring y su plétora de monumentos, debe mucho a sus esfuerzos urbanísticos. Pero sorprende encontrar su imagen en cafeterías de Trieste, en puestos de baratijas de Mostar o en tabernas de Plzen, el centro cervecero checo, donde, si se pregunta a los jóvenes, responden que fue "un gran gobernante del pasado". Es chocante que esta afirmación venga de checos, habida cuenta que la caída del Imperio austro-húngaro se debió en buena medida a la defección de Bohemia y Moravia.

Ha habido en los últimos años un revival de aquel imperio un tanto cursi, pero que sin embargo fue el terreno donde germinaron grandes figuras de la cultura universal, como Freud, Kraus, Wittgenstein, Rilke, Schönberg, Hofmannstahl o Musil, por citar a unos pocos. Lo que también ha habido es un reconocimiento de que aquel imperio, con toda su inoperancia y corrupción, fue un proyecto cosmopolita que puso freno -al menos durante un tiempo y no de forma exitosa- a la voracidad nacionalista que ensangrentaría Europa en las siguientes décadas. Por eso se le echa de menos donde antes se le denostaba.

Este año, el 21 de noviembre, se cumple un siglo del fallecimiento del emperador y Viena se vuelca con cuatro exposiciones que evocan, de manera crítica y desmitificadora, su figura y sus tiempos. En el palacio Schönbrunn puede visitarse la muestra "El hombre y el monarca", que aborda su infancia, su educación, la herencia de sus predecesores, su idealizada boda con Elizabeth (Sisi) y sus aciertos y errores políticos. El Museo del Mueble de Viena acoge una segunda muestra, sobre "Las fiestas y el día a día" de un emperador que, si por algo se caracterizó, fue por su austeridad un tanto pequeño burguesa. El palacio Niederweiden (en Engelharstetten, cerca de la frontera con Eslovaquia) aborda "La caza y el esparcimiento". Francisco José se cobró miles de piezas, pero muchas menos que las 200.000 del heredero que no llegó a sucederle, Francisco Fernando. Finalmente, el Museo de Carruajes Imperiales, en Schönbrunn, acoge la muestra "Representación y austeridad".

Francisco José concitó el exaltado amor de su pueblo -y no de otro modo se explica el sobrehumano esfuerzo realizado por Austria-Hungría, un Estado en muchos aspectos preindustrial, durante la Primera Guerra Mundial-, pero también ha pasado a la historia como un déspota opresor de naciones, un gobernante alejado de la realidad, que profundizó la crisis de la Monarquía y de Europa misma. En los últimos años ha emergido como una figura romántica y amable, casi un icono de la cultura popular, merced a las películas de Sisi/Romy Schneider, tan evocadoras como falsarias.

Hay una cita del barón Albert von Margutti, uno de sus aides-de-camp, que resume el sentimiento de sus fieles: "Dos veces nos falló Francisco José. Una en su juventud, al inicio de su reinado. Otra en su vejez". Fue la bisoñez de un Francisco José de 18 años la que empujó a la crisis de 1848, en la que Austria estuvo a punto de perder Hungría e Italia. El Imperio sobrevivió milagrosamente a la voraz expansión de Piamonte-Cerdeña y Prusia, pero no al choque entre eslavos y germanos, el imparable avance del socialismo y la modernización de las costumbres, las relaciones, las ideas... Demasiados retos para una casta milenaria.

En sus últimos años, el tercer monarca más longevo de Europa -tras las británicas Isabel II y Victoria- paralizó cualquier intento de modernización, se convirtió en un muro contra el que se estrelló Francisco Fernando, no menos autócrata, pero consciente de la necesidad de reformas. Su asesinato en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, eliminó, para desgracia de Europa, una de las voces más rotundamente contrarias a la guerra.

Austria-Hungría murió con su creador, Francisco José. El 21 de noviembre de 1916, el día que falleció, Austria-Hungría se encaminaba a su tercer invierno de guerra, con un pueblo hambriento y extenuado, tras perder a buena parte de su juventud en batallas inútiles bajo la dirección de generales incapaces. Con su proclama "An Meine Völker!" ("¡A mi pueblo!"), que justificaba el inicio de una guerra local contra Serbia que pronto derivaría en un conflicto global, sellaba el destino de su Imperio y su propia dinastía, aunque no viviría para ver el desastroso final de noviembre de 1918.

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