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Hablando en serie

"Better things", sonrisas sin enlatar

Humor inteligente y drama liviano en una nueva muestra del talento de Louis C.K. y Pamela Adlon

Pamela Adlon.

El cartel de Better things (FX) es elocuente: un dormitorio convencional decorado en blanco inmaculado. El cuerpo de una mujer a la que no vemos el rostro ocupa la mitad de la cama. Los pies calzados con botas están apoyados en la pared bajo una luminosa ventana. La imagen parece: a) reflejo de una derrota cotidiana b) hartazgo de una rutina invariable o c) simple cansancio. Bueno, pues indica las tres cosas y al mismo tiempo deja una sensación de la que se alimenta la serie. Mucho humor. Pero no un humor cualquiera de esos que hielan la sonrisa o la fuerzan con gags prefabricados para invocar risas enlatadas. De eso nada. Estamos hablando de Louis C.K. y Pamela Adlon así que sería un error esperar una comedia al uso de esas que se ven y se olvidan. Tampoco sería acertado buscarle ambiciones que no tiene: es crítica pero sin destapar el bote de ácido, tiene brotes de melancolía pero no hace falta sentarse con una caja de pañuelos de papel en el regazo. Hace sonreír pero no es su objetivo fundamental. Hace pensar pero sin pedirte grandes esfuerzos. Better things fluye con una naturalidad que se agradece muy mucho. Espontánea, dentro de lo que cabe. Creíble y acogedora al máximo. Ayuda a ello la habilidad nada pretenciosa de unos guiones que abarcan sólo lo que quieren apretar, el trabajo formidable de Adlon ante la cámara y un acompañamiento de secundarios que saben lo que deben hacer para no ser un mero relleno. Sobre todo, las hijas. Porque ésta es una serie de una madre con sus tres niñas. No huyan: no hay atisbo de moralina ni huellas de ternurismo por ningún lado. Es madre soltera. Y aspirante a actriz en Hollywood. Casi nada. He leído por ahí que Adlon ha metido gotas autobiográficas en el frasco. Me lo creo. Hay cosas que se interpretan mejor cuando las has vivido. Aún es pronto para juzgar pero sus tres primeros episodios son un aperitivo que se saborea sin empacho. Hay momentos un tanto previsibles pero bien resueltos (el discurso sobre la menstruación ante una audiencia atónita de madres e hijas) y algún chiste fácil (el equívoco arranque de un capítulo: no está jadeando sobre un amante, sino desatascando el váter) pero son menudencias en un conjunto que, de momento, va por buen camino, con escenas tan brillantes como la confesión jocosa de la (peculiar) madre sobre un amor de su vida que murió ahogado en un charco, la revisión ginecológica, la bronca al marido vago y porrero o la cena familiar con un director de cine negro que asiste estupefacto a un discurso desconcertante de la madre. En fin, amigos, que la cosa promete.

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