No deja de ser coherente que la superpoblación universal que da motivos para las acciones destructivas del buen malvado Thanos se corresponda con una abultada presencia de superhéroes en la pantalla. Lluvia de estrellas que empapa esta apocalíptica entrega de Vengadores con una intensidad despiezada en secuencias que buscan la espectacularidad a cualquier precio, aunque sea tirando de la comprensión de los espectadores más tiquismiquis para que algunos personajes puedan coincidir al mismo tiempo en el mismo lugar.

El público fan, cuyo sentido crítico se puede ver mermado quizá por el juicio en caliente, considerará el exceso como saludable ambición, y los aplausos que acompañan a algunas apariciones de personajes emblemáticos así lo corrobora, un poco como la salida de futbolistas al campo jaleada desde la grada en su singularidad estelar y familiar. El espectador sin reclinatorio que no esté doctorado en el universo Marvel corre el riesgo de pasar hambre en un festín donde el despliegue de personajes convenientemente dosificados en anteriores entregas, con su correspondiente anzuelo final, puede ser a(co)gotador. No digan que no les avisé.

La sucesión cronometrada de personajes con sus correspondientes marcas de fábrica (unos con apesadumbrada gravedad, otros con sus golpes bajos de humor) beneficia de rebote al villano de la historia, un pétreo Josh Brolin que, a pesar de perder parte de los rasgos lisérgicos que supuraban las viñetas, acapara toda la atención con su perfil trágico (y, por favor, dejemos de calificar de shakespiriano a un personaje cuando tenga más de un dilema moral) de renuncias, dolor persuasivo, ideales letales y furia controlada a su antojo. Frente a su maldad expuesta con retórica afilada al máximo para lograr esas gemas de infinito que hacen las veces de anillos tolkinianos, los héroes se mueven guiados por hilos muy visibles, y solo al final, en el catártico desenlace que empalma escenas de batalla épica donde toman el mando los efectos digitales con el combate de todos los buenos contra el malo, hay acciones y reacciones que se esfuerzan por alejarse de las expectativas fáciles, con buenas soluciones para el Doctor Strange, Iron Man, Thor o Peter Quill. Ahora, tras la escabechina final, la gran pregunta es si los guionistas se marcarán un Jon Nieve al por mayor en la siguiente entrega o si el adelgazamiento de personajes traerá secuelas inesperadas.

Asistimos, pues, a una convención de personajes más que una película convencional (como lo era la, por otro lado, estupenda Capitán América: El soldado de invierno), que pasa de presentaciones, evita aguas profundas y se conforma con ensamblar momentos cumbre a riesgo de despeñarse. No lo hace porque el carisma de algunos actores, ciertos brotes de humor y algunas apariciones frescas ( Peter Dinklage, no podía faltar el guiño a Juego de tronos teniendo una peleona final tan mastodóntica)) mantienen el pulso de una historia rendida a fórmulas del espectáculo embravecido y emplaza el gran impacto a un desenlace que se marca un "Rogue one" exterminador. A los más devotos, que ya hablan sin medias tintas de la mejor película de superhéroes de la historia, les anudará el estómago y les llenará de (des)dicha.