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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Sólo fachada

Ejemplos públicos y privados en esta ciudad de lo poco que importa el fondo de las cosas

La turbiedad con que bajan las aguas de la tramitación del plan urbano de esta populosa villa marinera son aún más oscuras e impenetrables de lo imaginable, hasta el punto de provocar el cese fulminante de un alto funcionario del negociado de Urbanismo que, para mayor abundamiento, había puesto de manifiesto fallos graves en la tramitación de varias fichas de las numerosas que lo componen. A los casquistas de Moriyón y Couto no les gusta que los altos -y se supone q los medianos y los bajos- funcionarios les lleven la contraria, que pongan reparos a sus arbitrariedades. Existen abundantes probabilidades que más de uno se anime a personarse ante los tribunales y que, por esta vía, se vuelva a anular el PGO. No es un final deseable, pero los indicadores apuntan en esa dirección. No será la primera vez que sucede, Ni la segunda. Y estos de ahora no son más listos ni diligentes que los anteriores: todo lo más son más atrabiliarios y muestran un mayor grado de arbitrariedad e incongruencia.

Por ejemplo, nombran directamente a una directora para los Servicios Sociales, en uso de su legítima capacidad para ello, pero se montan un concursillo con una comisión de expertos para escoger al responsable del certamen de cine. Esta es la demostración palpable de que estamos asistiendo en directo al ejercicio de una política de fachada, en donde las decisiones forman parte de un espectáculo frívolo, no dirigidas al bienestar ciudadano o al interés general del municipio. La jefatura de los Servicios Sociales, que por su propia naturaleza atienden a los sectores más desfavorecidos de la población, se resuelve de un plumazo: cese del titular anterior y rápido nombramiento de sucesor. Para lo del cine, un fallido y complejo concurso, proclamado desierto y una segunda convocatoria por ver si se arregla nombrar a la persona deseada.

Hay un hecho e nuestro pueblo que llama la atención, no por su enjundia social y mayoritaria, sino por ser muestra de un exceso de celo, pongamos, beatífico por no decir beato. Se trata de los hechos acaecidos alrededor de un par de objetos que hace unos años estaban en la basílica de la Iglesiona, cuando tal templo era propiedad de los jesuitas. Se trata de un sagrario y un Cristo. Los de San Ignacio vendieron años ha el templo al arzobispado que, bajo el pontificado del arzobispo Osoro, el Vaticano convirtió en basílica para que de esta forma pudiera entrar en la categoría de edificio susceptible de recibir aportaciones del uno por ciento cultural, curiosa institución vigente en la época de Álvarez-Cascos como ministro de Fomento. Así se puso afrontar el elevado coste de reparación de un edificio en riesgo de ruina. La Iglesiona nunca fue el templo cabeza de ninguna parroquia, por lo que es imposible que tenga feligresía alguna, pero sí cuenta con un grupo de aficionados a los que se les ha puesto en el ánimo que el sagrario y el Cristo, `propiedad de los jesuitas y que estos no traspasaron al arzobispado en el momento de la venta, vuelvan al recinto religioso de la calle de Jovellanos. Ahora, al parecer, andan incómodos los del grupo de "supporters" porque les parece que el rector de la instalación no presiona lo suficiente en pro de la consecución de sus fines, con lo que se han vuelto, como suele suceder con los excesivamente beatos de superficie, en un colectivo de personas más papistas que el Papa. Por cierto, sus afanes casan poco y mal con la catequesis del actual obispo de Roma. Ellos sabrán, pero el espectáculo que están dando es poco edificante: más preocupados, según parece, por lo que llaman "tesoros" de la Iglesiona que por el bienestar de sus semejantes.

Este beatífico grupo se parece bastante a los mandamases casquistas del ayuntamiento gijonés, más preocupados por las apariencias y el poder en sí mismo que por la buena marcha de los asuntos que afectan a los habitantes de ciudad y, sobre todo, a quienes más lo necesitan.

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