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Crítica / Teatro

Como en casa

En el teatro como en la vida, existen dos tipos de interpretaciones o de éticas, como prefieran: las que están orientadas a hacer el bien o aquellas otras que por razones que preferimos muchas veces ignorar o desconocer, se orientan hacia lo menos bello; de otra manera, hacerlo mal sin otras interpretaciones posibles.

No es el caso de "En casa", de "Caramuxo Teatro", compañía gallega con sede en La Coruña que desde 2003 produce espectáculos infantiles o espectáculos para bebés, y por extensión, sus familias.

La belleza es lo que primero resalta en esta producción preciosista y llena de pequeños detalles que hacen de su íntima simplicidad, grandeza. Una estética plausible que nace de una idea poco compleja que articula un discurso adecuado al código más infantil y que con pocos elementos -los estrictamente necesarios para lograr una atmósfera casi idílica- nos trasladan a un universo reconocible y cercano, casi familiar. Y es que "En casa" es una recreación de las expectativas y las emociones que nacen en el entorno de un hogar -por cierto, recreación en madera de la propia compañía- que es completamente orgánico y lleno de cositas buenas. Si a este argumento primero le añadimos la veracidad de la música en vivo con el concurso de un clarinete, de un acordeón y de un percusionista, entonces el resultado es sencillamente mágico.

La propuesta es directa, clara, con una dicción y una cercanía poco comunes en una compañía que hace de su estética militancia dirigida a los más pequeños. En este sentido, Laura Sarasola y Juan Rodríguez son algo más que actores en esta cotidianeidad teatral llena de guiños a lo sencillo. Su trabajo es limpio, completo y marcadamente humano. Cantan, manipulan un maravilloso títere -a la postre, Rita, el gato de su vecina - y entablan una suerte de empatía fácil con el público.

De otro lado, es justo reconocer el excelente trabajo de los músicos: Alex Fente, acordeón y Fernando Román, clarinete, autores de los arreglos musicales de cuya autoría se responsabilizan Alma Sarasola -trompa de la Sinfónica de Galicia- y Tito Barbeito. A los que sumamos el increíble y pulcro trabajo de técnico y músico de Suso Jalda, que desde la discreción, ha sido capaz de encargarse de la técnica del espectáculo.

Pocas veces encontramos en tan poco tiempo un cúmulo de sensaciones tan positivas y hermosas. El ambiente musical para recibir al público que ya se prepara para todo lo demás. La historia, en la que la casa solitaria de los protagonistas se va implementando con la llegada de nuevos vecinos que convierten la soledad en una agradable y rutinaria compañía. Todo con un lenguaje en el que el más pequeño de los espectadores pudo seguir y valorar.

Las canciones -sencillas y pegadizas- cumplen a la perfección con el papel de entretener y de hilar una pieza que no necesita de más de treinta minutos para hacer reconocible el mundo del teatro. De eso se trata. Las propuestas han de ser bellas, hermosas; las historias concisas y claras, sin trabas, sin ambages, sin dobleces; la interpretación justa y con alma. Cuando todos los elementos coinciden en tan pequeño espacio el resultado, como afirmé nada más empezar esta crítica, es sencilla y contundentemente único.

Sólo una pega. Es una lástima ver tan poco público en propuestas tan plásticas y adecuadas. Dos pases que convertido en uno, hubieran bastado para convencer y al menos, satisfacer quizás un poco más -que me perdonen el atrevimiento - las expectativas de la compañía. Seguro que su trabajo ya ha cosechado y cosechará no sólo aplausos, sino el reconocimiento de su ética y de la ternura que regalan desde el escenario. En buena hora.

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