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Psicóloga y logopeda

Hijos, padres y divorcio

Las consecuencias del fin de la convivencia conyugal

Hay niños que tienen dificultades para orientar su vida. Sus padres han decidido arruinar la convivencia conyugal. Algunos padres ya han dejado un rosario de víctimas, consecuencia de sucesivos fracasos conyugales. Algunos de estos hombres sufrieron a su vez la separación de los propios padres.

Al divorcio se llega, en algunos casos, porque un tercero ha entrado a formar parte de la vida de unos de los cónyuges, más concretamente, en la de quien es inestable emocionalmente. El rasgo sobresaliente del inestable es su búsqueda sin fin del "amor ideal", cosechando una ruina conyugal tras otra. Hay otra forma de relación conyugal condenada al fracaso, desde el comienzo mismo de la relación. En este caso, uno de los miembros de la pareja se halla incapacitado para una relación conyugal satisfactoria, consecuencia del bloqueo emocional por heridas abiertas en la más tierna infancia. En otras ocasiones son desavenencias, agravadas por una falta de consideración, de respeto, de ausencia de buenas formas y del buen gusto; lo que acaba por deteriorar la convivencia conyugal. En estos casos, la mediación de un experto no siempre es suficiente. El daño está hecho: las expectativas, defraudadas; la ilusión, perdida. Se podría restablecer la convivencia; pero, para la persona defraudada, el otro es la decepción misma. Ahora, es a otra persona a la que buscará, consciente o inconscientemente, real o imaginada, y, con ella, recuperar la ilusión de vivir.

¿Qué papel juega el hijo? Los adultos, con la falta de control de sus emociones, egoísmo y pobreza en formas y habilidades sociales, acaban ahogando el alma infantil en la angustia. Hastiado de reproches, mentiras e infidelidades y discusiones sin fin, asiste al derrumbe de su universo emocional. Si está en edad para ello, se preguntará: ¿cuándo cesara este odio que se profesan? Y en sus ensoñaciones, dará expresión al anhelo de ver amarse a sus padres, de ser él el centro de su universo en armonía y que cesen de utilizarle para herirse mutuamente.

En un primer momento, el divorcio se le hace incomprensible. Es un hecho que, cuando el niño tiene algunos años más, correspondientes a la edad de la pubertad o de la adolescencia, el victimismo de una de las partes y el chantaje emocional al que se ve sometido, contribuyen ahondar su confusión. Esta circunstancia le lleva a formar parte del conflicto entre cónyuges, tomando partido por el que mejor representa el papel de desdichado que, indistintamente, puede representar tanto uno como el otro o ambos cónyuges.

La situación es menos simple, menos de lo que alguno le gustaría. Es cierto que la primera célula social-afectiva la constituye la relación madre-hijo. Esto es parcialmente verdad. La realidad es que el padre es un componente fundamental, cuya presencia constituye la tríada madre-hijo-padre. La estabilidad y solidez de la estructura psíquica del bebé depende tan exclusivamente de esta tríada que, en los casos donde falta el padre, deja la huella conocida como "hambre de padre", cuyo efectos pueden ser sumamente graves, hasta dar con el desmoronamiento del edificio anímico. La falta del padre es tan perjudicial como lo es la privación total o parcial de la madre en esta etapa de la vida. La realidad es que, en el período de lactancia, la madre "engloba al padre y lo representa"; lo mismo sucede, cuando el padre es quien atiende al bebé, éste "engloba y representa a la madre". Para el lactante "el padre o su madre son una entidad desdoblable: un mamá-papá o un papá-mamá".

¿Qué papel tiene la aludida triada afectiva y los roles paterno-materno, por un lado, y la toma de posición del hijo por uno u otro cónyuge en el divorcio? La niña es fácil que sucumba al chantaje del padre. La niña, desde muy temprana edad, siente mayor atracción por el padre, "salvo que la madre manifieste tanta repulsa" por los hombres, que dé lugar a que la hija vea "para ella un peligro vital" en cada hombre. La actitud del hijo varón es bien diferente. El que un padre sea estimado debidamente o no por el hijo varón va a venir determinado por la forma en la que la madre le hable de aquél. Son frecuentes las situaciones en las que la toma de posición del hijo varón en el conflicto conyugal lo fomenta la madre. En este caso, es la madre, "de actitud posesiva respecto del niño", quien fomenta la tensión hijo-padre. Llegada la circunstancia del conflicto conyugal y habiendo surtido efecto la predisposición fomentada en el hijo, la madre -víctima real o fingida- hará partícipe a éste de la tensión matrimonial y le será fácil ganarlo para su causa.

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