Cuando un amigo nos deja, el recuerdo y la oración se hacen presente envueltos en fe y resignación. La noticia en una mañana de brisa fresca bañó mi sentimiento de profunda tristeza: mi buen amigo el aparejador Javier Hoyos fallecía.

Hace tan sólo unos días la feliz casualidad me hizo encontrarme con él y con su esposa Suca. Sobre su silla de ruedas me incliné para darnos un emocionado abrazo, testimonio del gran afecto que nos teníamos.

En nuestra vieja amistad habíamos compartido nuestra pasión por el turismo de Ribadesella. Yo por parte de Foturi, él por la administración. La feria de Fitur de Madrid. Las carreras de caballos de Santa Marina. La realización de numerosos folletos y la búsqueda de esos eslóganes que, como promoción, alimentaban nuestras ideas para dar vida al progreso de la Villa. De él partió la frase: "Ribadesella, playa de los Picos de Europa" y otras más.

Javier era un buen amigo, siempre dispuesto a la colaboración que se reclamase. Gran profesional y buen conocedor de su oficio. En sus ratos libres manejaba con exquisita habilidad y perfección la madera, dejando constancia de conocidas figuras en sus exposiciones.

A los dos nos afectó la misma y larga enfermedad y ello nos hizo que en nuestras charlas el ánimo estuviese siempre presente, a pesar de los largos días de inquietud, días de luces y de sombras, pactando con la enfermedad esa nueva ruta de la vida. Así lo comentamos en nuestro reciente y último adiós, donde hicimos planes para el futuro. "Nos vemos dentro de unos días", nos dijimos, pero surge lo inesperado e imprevisto, bajo las órdenes de esa divina Providencia que marca el camino en el destino de nuestra existencia.

Te escribiría una carta más larga, pero en estos momentos me quedo triste de palabras y sentimientos. Te dejo con mis condolencias para toda esa querida familia, y para ti, un fuerte abrazo, amigo.