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La bomba del Fontán | Las crónicas de Bradomín

Anfitrión de la atractiva Michelle

Los meses de locura junto a una profesora francesa y el apasionado reencuentro tres años después

El último cambio de década trajo como consecuencia importantes cambios en mi vida. Próximo a la treintena y una vez consumado el fiasco a las brillantes expectativas depositadas en mi futuro, sabía que era cuestión de tiempo; estaba anunciado, más temprano que tarde, tenía que llegar y llegó. El consiguiente planteamiento familiar consistía en enchufarme en la empresa pública. Nada mejor que en el monopolio donde la familia paterna había cosechado laureles y prestigio social: Tabacalera, S.A. Un vacuo, bien remunerado y llevadero puesto en el departamento de correspondencia y atención a los clientes. Con el expediente bien cubierto, ya sin excusas, aumente mi ritmo de vida. Hasta que una noche cualquiera surgió el embeleso.

Michelle. Me enganche a ella desde la primera mirada que nos cruzamos. La conocí en las audiciones semanales de jazz, en la cafetería Kotel en la calle de Uría. Natural de Bruselas, había llegado a Oviedo como profesora de francés de la mano del políglota y controvertido Hauke Pattis (algún día le dedicaremos unas líneas), para dar clases en su academia de idiomas IFA. Con anterioridad había ejercido en Barcelona y Valencia. Estilizada figura, algún año mayor que yo y unos centímetros más baja. Un atractivo espécimen de mujer, cruce físico entre Francoise Hardy y Elsa Martinelli; pómulos marcados y prominentes labios, largas pestañas adornando unos grandes ojos negros; todo ello resaltado por un discreto maquillaje. Cuidadas manos de largos dedos con las que al expresarse dibujaba femeninos y sensuales gestos.

Nos veíamos dos días a la semana. Dickens y Oliver eran paradas obligadas. A los dos meses comenzamos a salir a diario, incluso pasaba más horas en su apartamento que en mi casa. Solíamos terminar las veladas en Aristos, lugar donde ella se sentía admirada. A su lado subía mi autoestima, me sentía envidiado, aunque he de reconocer que en ocasiones las situaciones me superaban debido, principalmente, a la presencia y acoso de los carroñeros en busca de la presa. Un día bailando le comenté lo incómoda que me resultaba la situación, con su gracejo acento respondió: "paga que quiego más hombrges, me basta contigó". Nos beneficiamos con entrega y pasión; los fines de semana apenas salíamos. Así pasamos el otoño, el invierno y parte de la primavera. Un domingo, a la salida del cine Palladium, me suelta que deja la academia y se marcha a París. Me asegura que tendré noticias suyas una vez que se haya instalado allí.

Habían pasado casi tres años de aquella alocada relación cuando un martes al llegar a Oliver, Adolfo, camarero de confianza, me dice que alguien del Reconquista dejó un sobre a mi nombre. Era un saluda con el membrete de la embajada de Francia en Madrid: "Estaré en el hotel hasta el próximo viernes, Michelle", escrito de su puño y letra. Resultó que se había casado con un agregado comercial de la embajada. Mientras él se encontraba en Bilbao para tratar asuntos en el consulado, ella había preferido esperarle en Oviedo. Resumen. Dos furtivos durante dos días y dos noches revolcándose hasta llegar al aturdimiento.

Convencido de que lo que ocurría al otro lado de los Pirineos era todo estupendo, quedé a la espera de que cundiera el ejemplo en el terruño patrio.

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