Llegamos al Mirador de la Reina, un paisaje con impresionantes montañas. La subida es a través de La Peral, una braña, donde el pueblo se perfila en lontananza y un río lleva en curvas su cinta de plata. El silencio es hondo, intenso, sedante y el pensamiento viene desde lejos. Da al silencio su mayor intensidad. Ante esa sensación de soledad se siente hasta respirar. La complacencia intima de este silencio, especie de majestad es toda una especie de solemnidad religiosa. Amo el silencio y confieso que es sedante, silencio dulce compañero de coloquios interiores. Pensamos en la sociedad de consumo, que es como si estuviéramos celebrando una fiesta al borde de un volcán. Se consume incansablemente, y un día podrían fallarnos elementos como el agua tan necesaria para beber y el aire para respirar, pues la naturaleza es generosa pero no inagotable.

El tener en exceso embota al ser y lo que no es necesario se convierte en contraproducente: cuando nuestra mente y corazón están llenas de cosas, no hay sitio para nada más. La intolerancia fomenta la hipocresía y como dice el filosofo francés "no hacer el bien es un mal muy grande", y convendría recordar al Tercer Mundo (subdesarrollado y hambriento). Quien obra puede equivocarse, pero quien no hace nada ya está equivocado. El Papa Juan Pablo ll en una severa advertencia a los miembros de la FAO, en 1987, dijo: "Estamos bajo la amenaza de peligros eminentes: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin vencedores ni vencidos". La austeridad y la sobriedad son dos virtudes humanas muy importantes porque nos pueden devolver la libertad y la alegría que el excesivo acaparamiento de bienes materiales nos ha quitado. La meditación es el camino hacia la eternidad. Los que meditan nunca mueren. Con castigos y amenazas se consigue poco o nada. Las flores no se abren a martillazos, sino con los besos cálidos del sol.