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Abogado

El difícil pacto educativo (1)

Sobre la reforma de la educación estatal

Aparcados ya en la historia de nuestro país los inéditos y sorprendentes acontecimientos de los más de trescientos días de gobierno en funciones, se avecina una "vuelta a la normalidad" no exenta de incertidumbres, incógnitas y esperanzas, que solo el tiempo y los hechos nos permitirá valorar. El presidente del Gobierno ha enumerado en sede parlamentaria, y antes de su investidura, cuáles son los más acuciantes y urgentes problemas que están encima de la mesa, invitando a todos los grupos parlamentarios a colaborar activa y responsablemente en la solución de los mismos, lo que, de antemano, dudamos vaya a suceder. Entre ellos y sin ningún orden de prioridades, están el inaplazable pacto de Estado sobre la educación y el más delicado de todos, por su posible efecto mimético, el del secesionismo catalán. Hercúlea tarea reservada a compatriotas con visión de Estado, amor a España como nación moderna con quinientos años de existencia y renuncia expresa a los intereses partidistas, cuyo ejercicio conduce inexorablemente a la demagogia y al populismo deconstructor.

Quisiera reflexionar sobre el primero de los citados por creer que ha sido y es el inductor en gran medida de los demás, pues han sido y son muchas las sensatas y cualificadas voces que han propuesto tal pacto, porque hay que dejar necesariamente fuera de la confrontación partidaria algunas cuestiones especialmente graves y la educación lo es sin el menor género de duda, junto a la unidad de España, la soberanía nacional, el Estado de Derecho y los diversos aspectos que integran lo que llamamos el "estado del bienestar".

La clave del asunto es bien sencilla: la necesidad del esfuerzo, de la exigencia, de la selección y de la libertad. Es algo tan evidente que no debería precisar defensa ni razonamiento alguno, pero lo vienen rechazando sistemáticamente los supuestos "progresistas", empeñados en proponer la igualdad, antes que la equidad, como principio esencial de la ideología de izquierdas que ha de impregnar el sistema educativo, a base, dicho lisa y llanamente, de bajar el nivel e igualar por abajo. Y a la vez, un importante sector de una sociedad aletargada, que solo cree tener derechos y ningún deber, reclama seguir disfrutando gratis de todo, especialmente de la educación, la sanidad y los distintos servicios sociales, porque, -ya se sabe- "el dinero público no es de nadie", como dejó dicho para la posteridad con lapidaria frase, aquella inefable ministra de Cultura. El profesor que suspende mucho es sospechoso; los alumnos deben pasar siempre de curso por muchos suspensos que tengan, sin evaluaciones internas o externas de nadie; exigir cierta nota para disfrutar de una beca se tacha de antidemocrático y fascista?

Mientras nuestros políticos seudoprogresistas, en manos de quien ha estado el sistema educativo desde 1990 hasta nuestros días -ya veremos qué destino le espera a la LOMCE- no entiendan que lo verdaderamente democrático es que un joven de origen humilde pueda, con su esfuerzo y su talento, ascender profesional y económicamente, y que esa reiterada tendencia a igualar por abajo es profundamente reaccionaria, el problema de la educación no tendrá solución racional. Y de ese falso progresismo hemos pasado a topar con otro escollo, que hace inviable, en la práctica, el pacto educativo. Me refiero al profundo error que supuso el traspasar a las Comunidades Autónomas las competencias en materia educativa, cuyo remedio, ahora, es imposible. Algunas, lo han aprovechado para inculcar el odio a España; otras -o las mismas- para potenciar sus lenguas propias en detrimento de la lengua común de todos los españoles y de quinientos millones más de personas; todas, para poner el foco en lo más local. En Andalucía se estudia a Fernando de Herrera porque era andaluz; en Castilla, a fray Luis de León, porque era castellano. En muchos sitios se da más importancia al estudio de un insecto, porque vive allí, que al conocimiento de lo que supusieron la Contrarreforma o la Revolución francesa?Se ha impuesto así el paletismo localista frente a la universalidad, propia de la verdadera cultura. Y todo ello se adorna con los "nuevos ídolos" de cierta pedagogía: la "motivación", la "creatividad", la "integración", lo "lúdico?". El que hable, sencillamente, de trabajo y esfuerzo en el aula, será tachado de conservador y carca. Y los "deberes", que se hagan en casa?

Lo cierto y verdad es que, gobierno tras gobierno, la educación es una asignatura que siempre nos queda pendiente. Tenemos el índice de abandono escolar más alto de Europa y el mayor número de repetidores. En los informes PISA, siempre nos tiran de las orejas, -aunque los "expertos" nos digan que nos hemos puesto en manos de la OCDE y que sus informes están elaborados en despachos para ser buenos consumidores-; ninguna de nuestras Universidades está entre las mejores del mundo, pero el latiguillo que no falte: "tenemos unas generaciones de jóvenes de los más preparados de la historia? que encuentran trabajo, sin problemas, fuera de España?", pero la mayoría oculta que con unas retribuciones absolutamente inadecuadas en relación con el dinero que nos hemos gastado los españoles en su formación.

En líneas generales y sin exageraciones de ningún tipo, esta es la radiografía que describe una profesora de un instituto público de secundaria de Madrid, extrapolable a cualquier centro similar de cualquier rincón de España: "A los centros educativos cada vez se les carga con más responsabilidades y tareas, cuando es una institución pensada para enseñar a leer, a escribir, a contar, a distinguir los distintos animales y plantas, a conocer nuestra historia y la del resto del mundo, o las principales manifestaciones artísticas? Pero la realidad es que se han convertido en un gran cajón de sastre que tiene encomendado todo lo que las familias y la sociedad les están hurtando a los jóvenes. Al final, lo de menos es enseñar matemáticas o inglés?". Y añade: "docentes denostados por la sociedad que sufren agresiones e insultos?y aun así, son auténticos profesionales la inmensa mayoría de ellos que no están suficientemente valorados. Y tampoco estaría de más que pasáramos una especie de evaluación cada cinco años?".

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