Querido papá:

Necesito empezar por decirte todas y cada una de las cosas que te debo. Pero me imagino que todos los amigos que han venido hoy a mostrarte su profundo afecto querrán llegar a cenar a sus casas. Y eso que tus alumnos saben que eras duro. Lo que quizá no sepan es por qué. Recuerdo el día que compartiste conmigo tu visión de la inmensa responsabilidad que los niños enfermos habían depositado en ti como maestro de los futuros pediatras. Nunca fallaste a nadie, y menos aún a los miles de niños que tus alumnos curarían en el futuro. Fuiste duro porque ni un solo niño enfermo debería de depositar sus esperanzas en un médico sin la mejor preparación. Y por eso nunca escatimaste esfuerzo y preparación para ser el mejor maestro posible.

Siempre que pudiste hacer algo bueno lo hiciste. Y nunca buscaste ni esperaste reconocimiento por ello. Por eso todos estamos en deuda contigo. Una deuda de un valor difícil de calcular, y que seguro que se desvelará mucho mayor aún con la perspectiva que impone la ausencia.

Te has ido y no he conseguido averiguar si tenías la extraordinariamente escasa cualidad de atraer a las buenas personas o la más escasa y fascinante aún de sacar lo bueno de cada persona. Aunque ahora que vuelco el pensamiento en tinta veo claro que tenías ambas.

Has sido una persona ejemplar. Un profesor ejemplar. Un médico ejemplar. Un esposo y padre y abuelo ejemplar. Quizá sólo te faltaba por mostrarnos una faceta, y es la que nos mostraste estos últimos meses. Has sido, cómo no, un paciente ejemplar.

¿Sabes? Si el cáncer tuviese un mínimo de orgullo jamás se atrevería a atacar a una sola persona más después de la lección de entereza que le has dado. No sé si el maldito cáncer es tan estúpido de pensar que te ha vencido, pero, por si alguien aún no lo sabe, la única verdad es que ha recibido una de las derrotas más humillantes y a la vez caballerosas de su larga historia. No se puede vencer a quien nunca se rinde. Os habéis ido juntos. Él con su destrucción sin sentido y tú con tu serenidad.

Alguien reflexionaba, con un acierto que quizá podamos empezar a ver cuando se disipe algo esa neblina de dolor de no tenerte más con nosotros, que la vida es un suspiro y, por tanto, cuando perdemos a alguien muy querido no es un "adiós" si no un "hasta luego". En realidad no sé de qué nos extrañamos. Siempre nos facilitaste todo. Llegabas a un sitio y las mejores personas del lugar se sentían a gusto con tu amistad. Así, cuando cualquiera de nosotros llegábamos a ese sitio, siempre conocías a alguna buena persona que nos atendía bien, nos facilitaba las cosas y nos sentíamos más protegidos. Y ahora lo vuelves a hacer. Te vas el primero para que cuando, Dios lo quiera, lleguemos nosotros, nos sintamos aún más protegidos.

Tu nieta María decía que en el cielo encontrarás viejos amigos y tendréis muchas cosas que contaros. Y muchas partidas de mus que jugar, añado. Aunque tiene que ser una comedia veros jugar al mus en el cielo, donde es imposible mentir.

Hace pocos días, antes de que la medicación te regalase un anticipo descafeinado del sueño eterno para ayudarte a sobrellevar los últimos y despiadados coletazos de ira del cáncer, me decías: "Qué suerte tengo de tener unos hijos tan buenos". No te enfades, papá, pero ahora que ya no puedes rebatirme lamento afirmar que te equivocas. Somos nosotros, tus hijos, los que hemos tenido la impagable suerte de tenerte como padre y maestro para aprender de ti lo que significa de verdad ser bueno.

Papá, nosotros, los que quedamos aquí, te prometemos que haremos que te sientas orgulloso. No llegaremos a ser como tú, ojalá fuera posible, pero te demostraremos que lo que nos enseñaste era lo correcto.

Sólo podemos dar las gracias por haberte tenido tanto tiempo. Y sólo podemos estar orgullosos del sentimiento tan profundo de familia que nos inculcaste junto con mamá. Gracias a Dios, ella sigue con nosotros.

Es inútil que siga intentando describir lo mucho y bueno que hiciste. Es imposible que intente hacer un pequeño homenaje a una persona de una bondad gigante. No puedo lograr llenar tu vacío sólo con palabras. Me siento muy orgulloso de ser tu hijo. Has cumplido con creces en esta vida. Aunque no te voy a engañar, papá, preferiría que te hubieses quedado un poco más.

Tu hijo. Tus cuatro hijos.

Manuel Crespo Marcos leyó este texto en nombre propio y de sus tres hermanos al término del funeral por su padre.