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Crítica / Teatro

Lope y el amor más delicado

"Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo". A lo que parece de esta copla partió Lope para escribir esta hermosa comedia que ahora Eduardo Vasco presenta en un sobrio y bello montaje, que subraya la ternura del amor y la tragedia del destino. Homenaje que rinde al Fénix de los ingenios de la mejor y más original manera, habida cuenta de que son contadas las ocasiones donde la sensibilidad y la sencillez aciertan tanto a la hora de componer y decir el texto. Sin aspavientos, efectismos o vuelo de acentos. Sottovoce. Con el brillo y cante del verso rebajado para que gane en emoción. Alejado de parafernalias y ocurrencias que puedan ensombrecer la intensidad dramática y sincera de Lope. Como diciendo: "No le toques ya más, que así es la rosa". Y otro tanto ocurre con el planteamiento escenográfico, un panel o muro blanco salpicado de azulete para proyectar las sombras en la noche de los inmensos personajes. O con el espacio sonoro, que va a capela incluso para el jolgorio que suena al fondo en una plaza de toros, cuando no con unos arpegios o suaves punteos de guitarra que no hacen más que subrayar la verdad del sentimiento y lo apacible de un ambiente palaciego que se trueca en emboscada fatal.

Destaca la descomunal fuerza interpretativa de Daniel Albaladejo, que nos cautiva con su tierno y honrado Don Alonso, el enamorado que ve su suerte truncada por una muerte a traición. Actor que conjuga como nadie la delicadeza y sinceridad de los monólogos amorosos con el ímpetu y energía de las escenas de espada. Le da el contrapunto Arturo Querejeta, el fiel y socarrón criado, que es responsable de los momentos más cómicos de la función, como en su aparición de falso profesor de latín. Rinde homenaje Lope a "La Celestina" en esta obra con varias alusiones directas y en especial con el personaje de Fabia, auténtica alcahueta vendida al vil metal (de nuevo la cadena de oro). No obstante, la interpretación de Charo Amador, más femenina, dulce y compasiva, se aleja de la androginia y descaro del icono universal. Fernando Sendino compone con solvencia al antagonista, Don Rodrigo, el enamorado no correspondido, que vencido por los celos y la envidia comete el crimen.

La propuesta de Eduardo Vasco sobresale por la sencillez y el lirismo, una interpretación sosegada y armónica y el aire lorquiano y andaluz de un coro trágico que tararea y taconea la seguidilla de amor y muerte que presagia la tragedia en toda la obra. Se puede montar la pieza de manera más violenta, pero esta versión a pelo, despojada de golpes de efecto y convencionalismos, brilla por su claridad emocional. La adaptación del texto es respetuosa y rigurosa y no censura la ordenanza antisemita donde el rey manda marcar a los judíos con una señal en el tabardo.

Con poco más de media entrada en el patio de butacas el público despidió la función con una buena ovación. Es posible que el buen tiempo y el Martes de Campo hayan disuadido a muchos de asistir al Campoamor, aunque no parecen razones suficientes que lo justifiquen. La merma de espectadores es una constante en España durante los últimos dos años y no es tarea fácil encontrar una solución para combatir esta inercia y conseguir que la gente vuelva al teatro y no se pierda, al menos, los buenos espectáculos.

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