Hay quien le niega a Bob Dylan el derecho a ganarse el premio Nobel de literatura porque a algunas mentes reduccionistas solo les vale como literario lo que se guisa en papel. Lo que nadie puede cuestionar es que, gustos al margen, Dylan es un artista. Por eso no hubo tanto revuelo cuando se llevó el premio "Príncipe de Asturias" de las Artes. A su colega Leonard Cohen le dieron el de las Letras y también hubo algún que otro rasgar de vestiduras pero poco grave porque tiene publicados (en papel) varios libros de poesía. Incluso alguna novela. Además, sobre el escenario no tiene tanta marcha como Dylan. Es más seriote, como algunos creen que deben ser los literatos. Bob pone más ritmo en una canción que Leonard en una gira entera. (Que no se enfade ningún fan susceptible: ¡vivan los dos!)

Cuando sí hubo un cortocircuito en eso de elegir categorías en los premios asturianos fue al galardonar a la famosa escritora J. K. Rowling, creadora de Harry Potter, con el de la Concordia por hacer que los niños lean y que su literatura sea "vínculo entre continentes y generaciones". Por esa misma razón, aplicado al cine, ya estamos tardando en premiar al gran Steven Spielberg y al imperio Disney. En cualquier caso no fue un error tan clamoroso como galardonar a Lance Armostrong (justificado porque entonces no se sabía lo que ahora sabemos) o hacer lo mismo con Sito Pons, a quien la distinción le quedaba un poco grande, casi tanto como a un Fernando Alonso que adelantó antes de tiempo al legendario Schumacher en 2005 a la hora de subir al podium del Campoamor.

Volviendo a Dylan, la Academia y la Fundación comparten la misma sensación de despecho porque el poeta cantante se hace el sueco. Quizá no le guste actuar ante la realeza.