La Barganiza (Siero),

Cuca ALONSO

El torneo de golf «Manzana de oro», que cada año se celebra en el club de golf de La Barganiza, tuvo un extraordinario arranque festivo al cumplir su 10.º aniversario. Previo a la espicha con que fueron agasajados los participantes, el ilustre notario del colegio asturiano, Ángel Aznárez, pronunció el pregón inaugural. Ante la presidenta de la Asociación Española Senior de Golf, Beatriz Valdés, condesa de Bronos y marquesa de Casa Valdés, acompañada de la delegada de la entidad para Asturias, Berta Lagarón, y el presidente del club, Silverio Castro, Ángel Aznárez tomó la palabra. ¿Y qué va a decir este señor, si se le supone lego en asuntos golfísticos?, nos preguntamos. Cierto es que el ingenio encuentra infinitos caminos de resolución, aunque en la supuesta ignorancia deportiva del pregonero nos equivocamos; no juega al golf, pero se entrena físicamente una vez a la semana, durante media hora, e intelectualmente en el amanecer de ese día. Con todo ello, nunca ha salido al terreno de juego, luego no podemos alcanzar el resultado práctico de tan intensas introspecciones, aunque sí pudimos conocer el literario.

Ángel Aznárez no leyó, según su costumbre, aunque como buen estudioso llevaba bien aprendido el guión. Dijo que su circunstancia, la de pregonero, obedecía a una cita a ciegas en la que algo intervino la denominación pomológica del torneo, «Manzana de oro», que le llevó calcular qué contenía más oro, si la manzana o el metal. Su condición de ovetense, vecino de Gijón y socio del Real Club de Golf de Castiello le situaba en lo paradójico, algo normal en su vida, ya que su lema, como el que ostentan obispos y papas, personajes que no podían faltar en sus citas visuales y conscientes, dice, «cuando pitos, flautas, y cuando flautas, pitos».

Tras hacer una reflexión sobre la maestría corporal del golfista, que es capaz de mover 120 músculos para lograr un buen swing, mientras su capacidad de control intelectual es perfecta, Ángel Aznárez decidió que donde hay un buen jugador de golf hay una gran cabeza. Deporte elitista, pues, para listos muy listos, casi inteligentes. Y aquí llegamos al meollo del pregón. La tauromaquia. ¿Golf y tauromaquia unidos por el arte y la elegancia? No, eso sería demasiado simplista, según el oyente; hay que seguir el discurso del señor Aznárez. Una buena faena de muleta tiene múltiples analogías con un impecable swing de golf; el juego de brazos, los contoneos de cintura, la fijación de la cabeza con su lento y posterior desplazamiento, el solemne remate de faena que no deja dudas al triunfo... «En toreo y golf hay mucho de casto y de sensual, de intuición y racionalidad. Me fascinan el golf y los toros, aunque ni juego ni acudo a la plaza».

El colorido de ambas disciplinas dio pie a Ángel Aznárez para un ensayo, o un ensueño, pictórico. El pasado mes de abril caminaba Sevilla cuando se encontró con la exposición del pintor Jacobo Gavira. Los temas, en torno a la tauromaquia y plenos de color, propiciaron una sugerencia al artista, para perplejidad de éste: ¿Qué tal una cuadrilla de toreros haciendo el paseíllo por un campo de golf? La pelota, en este caso la bola, queda en el tejado de la belleza; arte y color son naturalezas intrínsecas.

Ángel Aznárez remató su faena deseando arte y suerte a los competidores. Éstos, que le habían escuchado con complacencia, le premiaron con una ovación, recibida, no desde los medios, sino desde la ilustre tribuna.

«En el toreo y en el golf hay mucho de casto y de sensual, de intuición y racionalidad; me fascinan el golf y los toros aunque ni juego ni acudo a la plaza», indicó el notario