Gijón, J. L. ARGÜELLES

Hoteles sin una sola habitación libre y los accesos de la ciudad colapsados. El cuarto Festival Aéreo de Gijón reunió ayer a 400.000 personas, desde el Cerro de Santa Catalina hasta las praderías de El Cervigón, para seguir un espectáculo que se ha consolidado como una de las grandes citas del verano en el Principado. El secreto de este éxito está en las evoluciones y en las acrobacias que realizan los pilotos con sus máquinas, pero, como explicó el teniente general Fernando Lens, jefe del Mando Aéreo, la especial conformación de la bahía de San Lorenzo ha facilitado la rápida aceptación popular: «Todo ha salido muy bien y el marco es incomparable».

La jornada amaneció con bruma marinera. Levantó a mediodía, antes de que el helicóptero de Salvamento Marítimo (400 intervenciones al año) hiciera un reconocimiento de la zona acotada para los ejercicios. Muchas embarcaciones en las aguas gijonesas, muchos bañistas en el arenal y mucho público a la busca de un hueco en la baranda del Muro. El primer ejercicio del festival, que este año organizó el Ayuntamiento, en colaboración con Cajastur y con el asesoramiento del Ejército del Aire, fue un rescate conjunto por parte de dos helicópteros, el de Bomberos de Asturias y un «Super Puma». Es una prueba de gran dificultad que arrancó los primeros aplausos de la mañana.

El piloto Ramón Alonso, campeón del mundo de acrobacia civil en 2007, es una de las grandes figuras de los festivales aéreos y siempre despierta expectación. Ayer tampoco defraudó. Los giros y los picados que hizo con su «Sukhoi 31» son de una pericia y de una perfección técnica difíciles de superar, según coinciden en señalar todos los expertos. Este ex comandante de la empresa Iberia recurre, sin embargo, al humor cuando habla de sí mismo: «Un dominguero del aire».

Las maniobras con aparatos de aspa son siempre muy difíciles. De ahí que el público se quede con la boca abierta cuando ve los ejercicios de la Patrulla Aspa, del Ala 78, con base en la Escuela de Helicópteros de Armilla, en Granada. Volaron en formación cerrada e hicieron roturas, cruces franceses y otras maniobras que exigen gran destreza. Para entrar en la Patrulla Aspa se necesitan, al menos, 600 horas al frente de los mandos de un helicóptero. Hicieron, por ejemplo, el «despegue Quijote» o la «maniobra Ballesta», en honor del futbolista y también piloto.

A la una de la tarde hizo su primera pasada por el cielo de la bahía un «F-18», avión de combate del Ejército del Aire y fabricación estadounidense, diseñado para operar desde portaaviones. Su piloto, Rubén Porras, hizo una tabla muy completa para mostrar algunas de las capacidades de este aparato supersónico que puede subir a 20.000 metros de altura. Muchos decibelios que dejaron paso a los aviones de Juan Velarde y Cástor Fantoba, pilotos del equipo civil nacional de acrobacia.

Muchos aplausos para sus perfectas sincronizaciones, roja la nave de Fantoba y azul la de Velarde. Tienen una gran trayectoria. Cerró el festival, como es habitual, la Patrulla Águila, escuadrilla emblemática del Ejército del Aire. Los siete reactores «C-101», de fabricación española, volaron en formación, hicieron cruces y paradas. Se despidieron dejando los colores de la bandera española en el cielo gijonés.

El teniente general Fernando Lens: «Todo ha salido muy bien y el marco para la demostración es incomparable»