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El invierno de nuestra desventura

Hay pactos eternos que no duran más de un verano

"Los proscritos", de Sjöström, modelo a seguir.

Llega a su fin agosto, un mes inhábil para políticos poco capaces, y amenaza en el horizonte un otoño ajetreado que anticipa el invierno de nuestra desventura. Un invierno que se adivina largo, crudo y lóbrego, en el que veremos como la firme soga impositiva se vuelve a apretar nada más pasen los comicios, salga el resultado que salga y vivamos en la España de las 17 comunidades o en una con 16. Siempre que llegamos a este punto del año me acuerdo de Los proscritos, de Víctor Sjöström. Una de esas películas que deberían poner en los colegios y que se adivina como principal referente de la más conocida Un verano con Mónica, de Ingmar Bergman. En la película de Sjöström, un tipo acusado de robar una oveja y su familia se refugian en las montañas, donde viven en plenitud pese a los sucesivos reveses que han de sufrir, hasta que un tormentoso invierno siega sus vidas. En la de Bergman, una pareja de adolescentes se fuga a un archipiélago donde dan rienda suelta a su amor lejos de las ataduras sociales y familiares. Pero también el final del verano marca la ruina de su amor y su regreso a la civilización. Y es que hay amores eternos, como también hay pactos eternos, que no duran más que un exiguo estío. No hay más que ver cómo andan las cosas en la capital, con la maquinaria del tripartito chirriando a poco que no le den cuerda. Este invierno postelectoral, quizás hasta postapocalíptico si gana Mas en Cataluña, pondrá a prueba la fortaleza de ese amor de conveniencia. Habrá que ver si se vuelven a casa con las primeras nieves, o si tratan de resistir, abrazados. Con el peligro que eso conlleva.

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