El suelo tiembla. Unos gritos desgarradores atraviesan el bosque del sudeste de Senegal y retumban en las rocas. Siete personas en cuclillas guardan silencio y soportan estoicamente la lluvia, treinta grados de temperatura y un noventa por ciento de humedad. Están así desde hace quince minutos, cuando, alertados por los chillidos, decidieron parar junto a un arroyo. La caminata de siete horas entre lianas ha dado su fruto. Apenas pueden creerse la suerte que tienen. Diez metros les separan de los chimpancés.

El Instituto Jane Goodall España (JGIE) ha organizado este verano los dos primeros cursos de «Investigación aplicada a la conservación del chimpancé» en la Reserva Natural Comunitaria de Dindefello, en Kédougou, la región más pobre del país africano gobernado por Macky Sall.

El grupo español, al igual que el resto de las veintinueve ramificaciones del Instituto Jane Goodall en el mundo, es una asociación independiente y sin ánimo de lucro que cuenta con el apoyo de Estados Unidos, Francia y, en este caso, Senegal. Ahora busca fondos extra para proteger a los simios de la zona a través de un plan mixto de gestión medioambiental y ecoturismo que podría desembocar en «La ruta de los chimpancés».

Las estimaciones más optimistas hablan de una población de entre 200 y 400 chimpancés en peligro de extinción por las prácticas de cultivo de los vecinos, de la etnia «peul», acostumbrados a sembrar, recoger, quemar y buscar un nuevo terreno.

Dieciocho personas -dieciséis españoles y dos representantes de los parques nacionales de Guinea Bissau- participaron en las dos ediciones de julio y septiembre por un precio de 1.000 euros que incluía el alojamiento y la manutención, salvo el precio de los billetes de avión.

Vivieron durante tres semanas en Dindefello, alojados en las chozas del campamento comunitario «Villageois», para que, de acuerdo a la filosofía del JGIE, los beneficios repercutieran en la población local. Suelos de tierra, puertas de paja agujereadas, goteras, humedad, letrinas públicas y un único menú a base de arroz importado de Vietnam regado con diferentes salsas de cacahuete fue su día a día.

«Esto es África» fue la frase más repetida para asumir unas condiciones extremas durante veintiún días. La mayor parte de los poblados de Kédougou carece de luz eléctrica y agua corriente, aunque algunas viviendas poseen paneles solares y bombonas de gas para conseguir mantener encendido algo tan importante en un país con máximas de cincuenta grados como un refrigerador. Es el caso del resto de campamentos de Dindefello, donde, por cincuenta céntimos de euro más, el turista disfruta de una nevera común, letrina particular, cubos de agua para uso exclusivo y una choza libre de humedades.

El grupo español está construyendo un edificio de dos plantas en el pueblo, que servirá de centro de operaciones para sus proyectos de primatología y dará alojamientos a investigadores. El inmueble es en realidad la «Estación Biológica Fouta Jallon», el edificio más alto del lugar.

Los alumnos del curso de investigación de chimpancés recibieron clase allí en horario de mañana y tarde. El equipo directivo del JGIE, capitaneado por Ferrán Guallar, y una nutrida nómina de voluntarios, impartió lecciones de flora, fauna, estadística y métodos de censo, además de dos salidas al terreno en busca de chimpancés. Los bosques de Ségou y Nandoumari, en la misma región de Kédougou, fueron su destino.

Ver un chimpancé en su entorno natural no es fácil. Y menos en época de lluvias. La espesura del bosque dificulta mucho su avistamiento y la abundancia de agua les permite anidar en casi cualquier rincón. Paciencia, paciencia y paciencia. Ésa es la receta para todo buen observador de chimpancés.

Un guía local, con el machete en la mano, abre paso a los alumnos y a un voluntario del Instituto Jane Goodall.

En Ségou, un hombre de casi dos metros extremadamente delgado se conoce el bosque como la palma de su mano. Wandou sale todos los días en busca de chimpancés junto a Paula Álvarez, una joven bióloga burgalesa encargada de rastrear a los simios y anotar meticulosamente todos sus movimientos para, en un futuro, presentar un estudio a gran escala junto a Liliana Pacheco, primatóloga y directora del proyecto del JGIE en Senegal.

El ingeniero forestal Roberto Martínez, dejó su Galicia natal hace dos años para instalarse de forma casi permanente en Nandoumari y poner sus conocimientos al servicio de la primatología. El joven nativo Simba le acompaña en las duras jornadas de campo tras los chimpancés.

Cada uno de los miembros del equipo del JGIE vive con las familias de la zona y paga una media de treinta euros mensuales por la choza. Una pequeña fortuna para la economía de Kédougou.

Los voluntarios compartieron sus conocimientos con los alumnos durante el curso. Les enseñaron a ir en silencio; a diferenciar las vocalizaciones de un chimpancé de las de un babuino; a agacharse ante la presencia de los «chimpas»; a fingir que uno se está despiojando para que los animales no se asusten; a huir sin correr en caso de que los primates se pongan agresivos; a analizar excrementos y frutos, y a reconocer los nidos. En definitiva, a ser investigadores exprés.

La protección de los chimpancés de Senegal pasa por la educación de la población y la mejora de sus condiciones de vida, que rayan con la pobreza extrema. El grupo español del Instituto Jane Goodall lo ha intentado sin mucho éxito.

Uno de sus últimos proyectos fue la construcción de un lavadero en Dindefello para evitar que las mujeres lavasen la ropa en el río. Las tareas domésticas deterioran las zonas de alimento de los chimpancés y contaminan el agua con el jabón y los tintes de la ropa. Sin embargo, pese al fuerte desembolso económico, nadie usa el lavadero que ahora sólo recibe la visita de las cabras y las vacas que pasean por el poblado.

Kédougou es una región de fuertes contrastes y contradicciones. Sin apenas puntos de luz ni agua corriente, un buen número de personas habla por su teléfono móvil y consigue tarjetas de recarga en cualquiera de las omnipresentes tiendas-choza de una multinacional francesa de telefonía. Gran parte de los habitantes de la capital no tiene acceso a frutas o pescado, pero sabe mandar un mensaje de texto.

En los poblados como Dindefello, Ségou, Nandoumari o Gumbambere, a falta de una televisión, oyen la radio a pilas. Una de sus grandes dudas es si Cristiano Ronaldo y Messi son negros o blancos.