Serie "Asturianos": Cangas del Narcea

Beatriz y el poder rosa: la vida de la nueva emperatriz de las fiestas de prau

«Fui una niña algo solitaria, empecé a tocar en el escenario a los 12 años»

ASTURIANOS EN CANGAS DE NARCEA: Beatriz Rodríguez

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Beatriz Rodríguez, cantante y acordeonista. Canguesa de 38 años, este verano se ha consolidado al frente del «Grupo Beatriz» como la emperatriz de las fiestas de verano en Asturias. Su color es el rosa, al igual que el de la muñeca Barbie, a la que este año –el del estreno de la película protagonizada por el juguete de Mattel– la canguesa ha dedicado su «Pink Tour». Hay varias generaciones en Asturias que pueden no saber quién es la tal Barbie (una señora nacida en 1959), pero se saben de memoria «Es problema mío», el himno de Beatriz.

–Usted es canguesa.

–Yo soy de Cangas del Narcea, pero nací en el hospital de León por circunstancias. Tenía a mi hermana Maribel ingresada allí. Tuvo meningitis, ingresó a los dos años y estuvo enferma hasta los cuatro, cuando falleció. Cuando ella tenía tres años, mi madre se quedó embarazada porque sabía que mi hermana iba a morir y se empeñó en que quería tener otra hija y, al final, pues pasé las enfermedades con mi hermana, pero en la barriga de mi madre. Fueron dos años y medio en los que mis padres sufrieron muchísimo, y ella sufrió lo que no está escrito, la verdad.

Mi padre, Tito, de Benedicto, era minero y falleció hace dos años. Mi madre, que se llama Elia, vive en Villablino. Tuvo un negocio durante 40 años, un restaurante donde eran muy típicos los callos con garbanzos, porque mi madre cocina muy bien, es como las antiguas guisanderas. Hasta los doce años estuve en Villablino. Luego mi padre se jubiló y ya fuimos a Cangas del Narcea, donde estuve hasta los 18 años. Ahora mismo vivo en las afueras de Pola de Siero.

«Pues, mira, mi padre no tocaba nada y mi madre tampoco, aunque mi abuelo era gaitero. A mi madre, desde niña, le gustaba mucho el acordeón. Se moría por aprender a tocar el acordeón. Pero no tenía medio. Su sueño era aprender a tocar el acordeón. Y no pudo, porque tenía que trabajar, porque empezaron mis abuelos con el restaurante, que luego ya heredó ella, y entonces no tuvo posibilidad. Luego tuvo cuatro hijos, ya viste lo que conté de mi hermana, así que nunca fue el momento de poder dedicárselo a ella y poder cumplir ese sueño».

«Entonces, cuando yo me interesé muchísimo por la música, tendría cinco o seis años, le dije a mi madre que quería que me apuntara a clases de piano. Y mi madre me dijo: ‘Ay, hija, ¿por qué no pruebas con el acordeón?’ Y yo: ‘No, porque el acordeón es de mayores, no me gusta porque se van a reír de mi’. Y mi madre: ‘Bueno, pues pruebas y si no te gusta te apunto a piano. Dije que bueno, que vale. Yo, la verdad, era un niña muy pacífica, que me convencías con muy pocas cosas. No decía que no».

«Al empezar a clases me prendó el instrumento. Y luego sí es cierto que me hicieron un poco de bullying en Villablino, riéndose de mí porque tocaba el acordeón, porque eso era de paisanos mayores. Se reían bastante. Decían que era de abuelos y de María Jesús y su acordeón. Que es una mujer a la que adoro, es súper amiga mía y a la que cada vez que voy a Benidorm voy a ver».

«Y lo que te decía... Ahí en Villablino pues el acordeón no estaba tampoco muy bien visto al principio, aunque luego ya era más común. Pero cuál fue mi sorpresa, que cuando fui para Cangas allí era totalmente lo contrario. En Cangas si tocabas el acordeón eras la hostia en el instituto. En Cangas, cuna de acordeonistas, había muchísimos niños tocando el acordeón».

«Me estuve formando en el conservatorio, en Oviedo. También fui a clases particulares con Miguel Ángel González Martín, que ya ha fallecido. Y luego, donde acabé de formarme, donde aprendí realmente lo que es estar en el escenario, tocar adaptada a una caja de ritmos, fue con Lolo y Claribel, que son unos segundos padres para mí. Tienen la Escuela de Acordeón Ovetense. Ahí me lo enseñaron todo.»

«Y ya fue cuando, en 1998, con 12 años, falló el músico del pueblo de Trones, en Cangas de Narcea, y llamaron a mi padre. Y le dijeron que a ver si había alguna manera de que Beatriz pudiera ir a tocar, que no tenían manera de tener fiesta. Entonces, mi padre fue para casa y me dijo: ‘Pues no sé, quedaron sin músico, ¿te atreves?’. Dije que sí. Solamente tenía 10 canciones, un altavoz, el acordeón, y un micrófono de cable».

–¿Se acuerda qué tocó?

–El «Cielito lindo», «Sebastopol», «Doce cascabeles»… Madre mía, qué recuerdo. ¿necesitas que te diga más? «Mi mujer y mi caballo», «Recuerdos», la cumbia instrumental... Fueron cuatro horas tocando, imaginate cuántas veces se repitieron esas diez canciones. Fue una locura, pero después me lo agradecieron mucho. Y cuál fue muy sorpresa que esa semana ya me empezaron a llamar. Me subí al escenario y ya no me bajé más. El primer año ya tuve nueve actuaciones, el segundo, cuarenta, y ahora perfectamente las 150.

«Es cierto que ahora trabajamos menos que hace unos años. Yo estaba loca de la cabeza y hacía dobletes: vermús, tardes, noches incluso. El último año que estuve sola, que sólo era ‘Beatriz y su acordeón’, en 2014, toqué casi 200 fechas. Hacía una comunión por la tarde y una fiesta por la noche. Cuando terminé, me dije: ‘Si sigo así no duro ni un año más’. Y aflojé. Es verdad que en aquel año había comprado el primer camión escenario y quería pagarlo cuanto antes, y no tener ninguna letra».

«Hace ya nueve años que formé ‘Grupo Beatriz’, somos en total 16 personas, todos unos grandes artistas, pero estuve 17 años trabajando sola como ‘Beatriz y su acordeón’. Al principio, venían mis padres conmigo. Llevábamos un Renault Laguna, había que correr los asientos pa’lante para que entrase el equipo. Era como el Tetris. Mi madre nos acompañó a mi padre y a mí los dos primeros años. Luego dijo: ‘Vais vosotros solos, que yo esta vida, no. Ya trabajé bastante como va a tener que ir de pueblo pueblo’. Y cuando mi padre ya empezó a ir mal de la cadera y de las rodillas y empecé a ir yo sola. Siempre muy independiente. Iba sola, montaba y desmontaba. Y sí es cierto que me encontré siempre muy buena gente en cada pueblo al que fui, que me ayudaban.

–¿Y el acordeón rosa cómo fue?

–Los acordeones siempre fueron negros, blancos... también hay muchísimo rojo, pero un acordeón rosa no estaba visto por ningún lado. Y el proveedor de donde yo compro siempre, Crucianelli, la marca con la que trabajo, me dijo: ‘Bea, o sea, tú que eres rosa total tienes que tener un acordeón modelo Barbie, a tope de rosa’. Y yo le dije: ‘¡Madre mía, un acordeón rosa!’. Y dice: ‘Déjame que hable con fábrica a ver si se puede hacer’. Y justo ya fue cuando me mandó una foto. Que me casi me caigo para atrás con el acordeón rosa de esa manera, con las teclas de nácar, con todos los brillos incrustados, los cristales de Swarovski. Bueno, es una fantasía.

–¿Y usted era entonces una niña de muchas Barbies?

–Pues como empecé a trabajar a los doce años no tenía mucho tiempo libre. No tenía ni cumpleaños y ni tenía fiestas de amigos ni nada. Entonces, sí que es cierto que siempre fui una niña bastante solitaria en ese sentido. Estuve estudiando mucho, y yo quería, pues, tener lo que hoy en día tengo, ¿sabes?

–¿Y le compensó?

–Me compensa porque logré lo que quería, pero sí que es cierto que me di cuenta de muchas cosas. Uno, cuando murió mi padre hace dos años y, dos, después de haber vivido la pandemia. En esa época, por ejemplo, pude irme un sábado a una playa con un tupper de arroz y mirar las olas del mar y no tener nada que hacer. Eso, era algo que nunca había hecho. Y valorar muchísimo más la familia. Pues me he perdido, imagínate, todas las bodas, todos los eventos. A mí nadie me llama, porque ya saben que no puedo, que trabajo.

–Contradictorio para usted que es el alma de la fiesta.

–Desde el escenario los ves a todos ahí, ya con su pedal, ¡Bea!, ¡Bea!, ¡Bea!, y sí, los quieres muchísimo y ellos lo están pasando ahí súper bien. Yo también estoy disfrutando pero, claro, a mi manera, obviamente. También te digo que nunca me gustó ni beber, ni fumar, ni nada. Soy bastante tranquila. Cuando tenemos días libres, a mi pareja y a mí, Gabriel Fernández, que es productor y el pianista del grupo, nos gusta más ir a una playa, ir a comer, a cenar, nos encantan los parques de atracciones, viajar, y todas esas cosas. Pero en plan tranquilo.