Pepe Barcella, Veterinario. A José Pérez lo conocen como Pepe Barcella por el nombre de la casa familiar en Salave. Tiene 66 años y acaba de jubilarse, tras cuarenta años de una actividad que lo llevó a conocer a fondo el sector lácteo de la zona. Fue uno de los socios fundadores del hospital veterinario que está en el polígono de Tapia de Casariego y que hoy sostiene una veintena de empleos.

Al veterinario José Pérez, fundador del conocido hospital veterinario de Tapia de Casariego, que sostiene una veintena de empleos, lo conocen como Pepe Barcella por la casa familiar donde nació, en Salave, hace 66 años. Barcella es la tranquilidad en persona. Acaba de jubilarse, pero no encuentra tiempo para aburrirse. Gusta de leer temprano el periódico con un café a mano. Juega al golf, sale a caminar mucho, pasa tiempo con los amigos o va a ver a los muchos ganaderos conocidos que dejó a lo largo de su actividad profesional. Fue testigo de la transformación del campo en el Occidente y, en especial, del sector lechero. Aunque Tapia es ya un punto de referencia para el turismo en Asturias, el sector primario aún sostiene el 26% del empleo local. Tapia aún sigue aportando un río de leche.

Aquel Occidente profundo

"Siempre decidí trabajar en el campo. No me quise quedar en la Universidad ni sacar una oposición. En 1979 empecé en el monte de Castropol. Toda la parte de arriba de los concejos. Allí donde se abría un nuevo circuito de inseminación, iba por ahí. Era una zona donde no había luz en las casas, no había televisión, no había nevera, no había nada. La vaca respiraba al lado del ganadero. De La Veguina hacia arriba no había luz. Era una zona entre los Oscos y Boal. Una zona dura con muy mala comunicación y muy malas carreteras. Pero fue una época muy buena para mí".

"Era el occidente totalmente profundo, con gente con muy pocas vacas pero con muchas ganas de sobrevivir. La gente iba al monte o iban al jornal en otras casas. No había grandes cosas. Aquí todo el mundo vivía del campo. A mí me tocó cuando se empezó a vender leche y la gente llevaba un tanque pequeño. Me acuerdo perfectamente de llevar leche a desnatar. Aquello ya era una aventura. Sacaba dinero de otros lados. Se labraban patatas, muchas patatas, y un poco de maíz. El cambio fue tremendo en cuanto a los cultivos. En los años 1979-1980 había un montón de ganaderías. Recuerdo que cuando yo empecé a estudiar ya me decían los ganaderos y vecinos que cómo se me ocurría estudiar veterinaria que no iba a quedar una vaca. Pues imagínate las vacas que pasaron por mis manos, miles".

Muchos pequeños, pocos grandes

"Las ganaderías eran pequeñas, muy pequeñas. En 1981 había aquí en Tapia todavía una Formación Profesional agraria y un campo de prácticas que era El Cabillón que dependía del instituto. Hubo dos profesores dos muy majos a los que les gustaban las vacas un montón y querían venir conmigo a trabajar. Ellos querían hacer algo. No con los alumnos, con los ganaderos, así que en el año 81-82 empezamos a organizar jornadas de formación. Aquello fue como una pequeña revolución. Las jornadas iban de cómo se alimentaban los animales, qué cantidad de pienso debían comer o que modelo de vaca había que tener. Teníamos que limitar la asistencia porque asistían nada menos que 180 ganaderos".

"Aunque antes había más ganaderos y ahora hay menos, antes había diez animales por ganadero y ahora hay cien. En ese sentido el cambio fue tremendo. La rasa está completamente utilizada. Ya se pelean los ganaderos por ella. Ahora mismo es un problema serio la falta de tierra que hay en la zona. A pesar de que parece que no va a quedar nadie, los que quedan crecen. Ahora mismo las labores y los márgenes bajaron y entonces la mejor solución es que las vacas cuanto más cómodas estén, mejor. Porque lo único que necesitan las vacas para dar leche es estar cómodas y tener la comida adecuada. Pero, sobre todo, la ventilación, la temperatura, el espacio libre, eso es lo que necesitan los animales".

"El cambio en el paisaje ha sido muy grande. Se roturó también mucho monte, con las concentraciones. La de Tapia pero, sobre todo, la zona de Tol y de Castropol. Pasó de haber mucha patata, poco maíz y mucha pradera a haber muchísimo maíz. Ahora te subes arriba al monte a La Roda, miras hacia abajo y hay un montón de maíz que alucinas. No solo pelean los ganaderos por las tierras de maíz, también las empresas que hacen alimento completo para las granjas".

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Asturianos en Tapia de Casariego, un recorrido por el municipio Julián Rus

La suerte de Asturias

"La suerte del sector en Asturias es que no se vende directamente a la primera industria. La Central Lechera Asturiana, que es de los ganaderos, fue el gran invento de Asturias. Pero, claro, el problema está en la distribución. El problema está en que habría que mantener de la escala de valor. Pero nadie coger el toro por los cuernos. Primero, hay que considerar estos alimentos como estratégicos. Esto se vio con la pandemia. Si no se consideran estratégicos, estamos perdidos. Y conseguir que los productos que sean de ‘kilómetro 0’. Todos hablamos mucho de eso, pero luego compramos la leche más barata, venga de donde venga".

Llegó el turismo

"En Tapia se pasó de la típica gente que tenía su casa en Tapia o cuatro apartamentos, gente a la que conocíamos todos, de Lugo, de Madrid, que tenían nombre y venían siempre los mismos todos los años, a que después ya empezó a venir mucha gente. Pero había poca oferta. Se alquilaban pisos de cualquier manera, sin legalizar y sin nada. Eso hacía que el muelle estuviese lleno. Había mucho ambiente en el muelle y había mucha movida. Pero eso fue casi desapareciendo. Llegó un momento en el que se construyó un montón, se vendieron un montón de apartamentos y de pisos y la gente pasó más a salir al venir de la playa. Hay mucha gente de siete a diez de la noche en el muelle, pero a las diez baja el número de personas".

"En el Carmen ya empieza a haber mucha gente en Tapia, luego los quince primeros días de agosto es tremendo la cantidad de personas que hay. Está todo saturado, se alquila todo lo que había y fueron apareciendo cada vez más apartamentos de alquiler. Aunque no demasiados. Hubo un momento en el que apareció algo de turismo rural".

"Ahora las casas rurales, que están llenas de un año para otro, ya lo tienen todo alquilado en verano. Pero durante el año, poco. Hay que luchar un poco para desestacionalizar el turismo. Que vengan más durante el año. Los que tienen apartamento y otra gente. Hay que aprovechar todo, el senderismo que se puede hacer en esta zona, el surf, rutas de bicicleta... Y la buena comida que tenemos en Tapia y el ambiente que hay en el muelle...".

"Pero es la pescadilla que se muerde la cola: como no hay gente, los establecimientos cierran en invierno. La oferta turística no crece porque son pocos meses. Es muy difícil, abriendo dos meses, tener un buen plantel de camareros. Entonces la gente no se arriesga, no se mete, es muy difícil. Hay que echarle valor".

El "efecto Ribadeo"

"Ribadeo lleva mucha gente. Las comunicaciones son buenas, pero el Puente de los Santos robó mucha gente a la zona del occidente de Asturias. Ribadeo creció, los concejos asturianos no crecimos. Esa influencia de Ribadeo y el turismo, que con la autovía viene mucha más gente, fue el gran cambio que vimos en esta zona en los últimos años. Ribadeo tiene mucho más comercio. A la gente le gusta dar un paseo, ver escaparates, quedarse a comer. Es un tirón el de Ribadeo, lo lleva todo. No solo de Tapia. Roba también gente de Navia, de Luarca".

Abre la autovía

"El cambio comienza a producirse cuándo se inauguró la autovía, sobre todo a partir del 2012. Hasta entonces la autovía pasaba el puente de Ribadeo y luego ya lo teníamos cerrado hasta Navia".

"Ahora mucha gente viene a pasar el día. Con la autovía viene gente de Madrid a montón. Ya venía mucha, pero ahora más. De Madrid y de la zona centro. A medida que se va saturando Llanes o Ribadesella, todo va llegando a Tapia. Y también va viniendo por la Mariña lucense. Foz se va llenando muchísimo. En esa zona hay muchos sitios de alquiler, mucho más que aquí. Allí crecieron muchísimo las plazas hosteleras. Pero va llegando. Antes aquí en julio apenas se alquilaban las casas de turismo rural, por ejemplo. Muchos propietarios de las casas rurales son ganaderos y hablo con ellos mucho y ahora, sin embargo, ya empieza a llenarse también algo junio y algo en septiembre. Pero todavía hay que conseguir en esas épocas meter en alguna actividad que traiga. Pues mismamente un concurso de pesca o una maratón... cualquier cosa que te llene el fin de semana. Es lo que interesa a los hosteleros y al sector turístico".

Pepe Barcella, con el faro de Tapia al fondo. JULIÁN RUS

La historia de un señorín de pelo blanco que traía el periódico y caramelos (o cómo ayudar al que tiene cáncer)

José Pérez, Pepe Barcella, superó un cáncer muy grave. Eso le abrió los ojos a su propia vida. Pero no solo. También al sufrimiento de los demás. Empezó a ayudarlos de una manera muy singular. Así lo cuenta:

«Tuve un linfoma muy grave, muy jodido. Pero, afortunadamente, me curé. Lo llevé por delante. De momento, de momento. Me lo diagnosticaron en 2008. Estuve toreando, pero bien. Fue una época muy buena, que me hizo poner los pies en la tierra. Empecé a ver que había cosas muy importantes. Tú fíjate, ya verás. Seguro que tú andas estresado, vas pasando y pasas por el mismo sitio siempre. Y cuando te das cuenta, allí hay una casa. Imagínate: ¿cómo vas a ver una flor, si la hubiera, si no eres capaz de ver una casa? Si no miras alrededor, no ves nada. A ver, ¿ves las puestas de sol que hay en Tapia? Pues hay gente de Madrid que vio más que yo. Y no hay derecho. Después del cáncer ya lo veo de otra manera. También es verdad que va pasando el tiempo y te vuelves a ocupar de las mismas cosas, las mismas tonterías que nunca suceden. Sobre todo, siempre te preocupas y pierdes de dormir por algo que nunca sucede. Luego lo que sucede es otra cosa».

«Antes trabajaba demasiado y el cáncer fue lo mejor que me pudo pasar. Yo creo, sí. Tranquilamente lo digo. Estoy contento de que me haya pasado porque, si no, el trabajo no daba freno con él. Era una cosa tremenda».

«Ahora tengo gente con cáncer en un grupo de WhatsApp a los que voy ayudando con cosas y orientando. Siempre tengo tres o cuatro personas en el grupo. Como me salvé, mucha gente venía a preguntarme. El grupo es gente que se va subiendo al carro, te llaman y les digo: te voy a meter en el grupo y los meto y todos participamos, y todos los demás van viendo. Ellos me cuentan adónde van, qué marcadores tienen. O cuando se acerca la revisión, que la gente se pone nerviosa. Todavía me pongo yo, que soy el tranquilo del grupo, y que llevo 14 años sin tener el alta todavía. Voy a revisión cada seis meses. Trato de ayudar porque sé muy bien qué pasa con la quimio, por qué vomitas, qué puedes hacer... A veces la gente se ve por la noche y entonces te mandan un mensaje. Les dices: esto es normal, no te preocupes... O tienen una historia médica y no saben interpretar bien lo que pone allí... Yo trato de interpretarlo siempre en el sentido positivo y empujar. El no dormir no te lo quita nadie, pero sí que ayuda mucho y la gente me lo agradece un montón».

«Siempre encuentro algo que decirles. Mi padre murió de cáncer y me acuerdo que venía un internista en Jarrio, Ángel Álvarez, que ahora está en el Centro Médico, que es un crack y siempre tenía algo. Nunca se le acababan lo recursos. La preocupación tiene que llevar a la acción. Una preocupación tiene que ir seguida de una acción. Y con él siempre había una acción detrás de la preocupación: tengo fiebre, pues no te preocupes que hay este medicamento, hay esta quimio, va a salir esto, hay que meterse en esto. Y así llegas hasta que ya pierdes el conocimiento y ya se acaba todo». 

«Ayudar a esta gente me revuelve mucho, sobre todo cuando mueren. Hay cada disgusto importante... Pero lo hago porque a mí me ayudaron. A mí me pilló el tema en Madrid, me trataron en La Paz, y todos los días venía un señorín de la Asociación Contra el Cáncer. Era un señorín de pelo blanco, que me llevaba el periódico y me llevaba caramelos. Fue una cosa que me impresionó. Esto del grupo me vino sin buscarlo, empezó a venir gente. Yo conozco a mucha por la clínica y por el trabajo en el pueblo. Empezó a venir gente y se me ocurrió un día hacer un grupo de WhatsApp. Parecía que entretenía mucho a la gente y que la ayudaba. Pero, bueno, es duro. Es un trabajo duro. Es una cosa dura. Pero estoy muy contento».

«Cuando el cáncer, yo tenía 52 años. Y después todavía tuve un hijo, que ahora tiene 8 años. Tengo otros dos hijos, de 36 y otro de 40, de un matrimonio anterior. ¿Qué te parece? Sí, para tener un hijo a esa edad hay que tener mucha esperanza. Se llama Pablo, y es la alegría de la huerta, estamos disfrutando mucho. Juega al baloncesto como un loco, toca la batería, hace un montón de cosas».