Madrid, J. MORÁN

La pintora Maruja Moutas Merás (Oviedo, 1916), recibió en 2004 la medalla de plata del Principado de Asturias, junto a otras mujeres artistas que formaron parte de la vanguardia artística asturiana del siglo XX. Maruja Moutas relata en esta tercera y última entrega de sus «Memorias» su itinerario artístico y sus experiencias en el Café Gijón.

l Tertulias y política. «Mi noviazgo con Buero Vallejo terminó y volví a ir por el Café Gijón. Allí había de todo lo que quisieras. Por la mañana iba a una tertulia de abogados; después de comer, a una que era de gallegos; y ya por la tarde tenía dos amigos que siempre estaban allí: Horacio Rodríguez Aragón, hermano de la directora del Teatro de La Zarzuela, y Adolfo Román, abogado. También iba a la tertulia de los pintores: Redondela, Martínez Novillo, Cristino Mallo, Martín Sáez o Mampaso, que era falangista, mientras que los demás eran todos rojos. El que era muy amigo mío era Cristino Mallo, el escultor, hermano de la pintora surrealista Maruja Mallo. Ella estaba fuera de España; se había exiliado cuando la guerra y contaban de ella cosas muy peculiares. Su hermano decía: "Me tiene loco; llega a casa a las tres de la mañana y luego anda por ahí". Decían que andaba con un abrigo de visón y sin nada debajo. En las tertulias hablaban mucho de mujeres y yo era la única mujer que se sentaba con ellos. Era un ambiente machista, pero había más mujeres, actrices sobre todo, y mucha gente del teatro y del cine. Todo el mundo tenía un miedo horroroso a hablar de política porque no te podías fiar de con quién hablabas. No hablaba nadie, quitando a Mampaso, que era clarísimo que era falangista, y a Martín Sáez, que parecía muy de izquierdas y daba mucha desconfianza precisamente por lo valiente y atrevido que era hablando».

l Contubernio de Munich. «Participo mucho en las tertulias del Gijón hasta que muere mi padre y mi madre queda sola; entonces dedico mucho tiempo a acompañarla. Mi padre había nacido en 1893 y murió en 1983, con 90 años; y mi madre, después, con 101 años. Somos longevos, y mi hermano Rafael, también. Ya conté que habíamos llegado a Madrid a finales de 1939. Mi padre se trajo unos 100 recursos de Asturias para el Supremo, y ésa fue su primera actividad aquí. Fue vicedecano del Colegio de Abogados de Madrid y ese año la junta de gobierno elegida no fue a saludar a Franco. Mi padre, que nunca pensó que Franco iba a durar 40 años, sino cuatro o cinco, hasta que se pacificara la cosa, empezó también a tener su tertulia después de comer. Era los miércoles y por aquí pasó mucha gente, en esta misma casa en la que sigo viviendo. Venían los que habían sido de Acción Popular y de la CEDA, y militares, y mucha gente a hablar con él. Cuando murió Franco, Gil Robles quiso volver a formar la CEDA y, claro, el único que quedaba casi limpio era mi padre; y vino a proponérselo, pero mi padre ya no estaba para esas cosas. Antes, mi padre había estado en el "Contubernio de Munich", y le detuvieron unas horas. Le llevaron a la Dirección General de Seguridad y me avisó: "Llama a Fausto Gella", que era el decano del Colegio de Abogados, "y dile que me detuvieron". Mi padre conocía a todos los generales; ¿cómo le iban a meter en la cárcel? A veces pienso que si por su trayectoria anterior el franquismo le hubiera deportado a Mozambique, él habría estado más en el candelero, pero no sé que hacía que siempre salía de los problemas, aunque estaba mal visto y eso le trajo consecuencias profesionales».

l El toro rojo. «Mi primera exposición fue en el año 1957, en la galería Abril de Madrid, de Carmen Abril. Te pedía mil pesetas o un cuadro. Y la primera vez que expuse en Oviedo fue en la galería Critamol. La pintura no daba para vivir. Es muy desigual; a lo mejor un año vendías seis o diez cuadros y al año siguiente no vendías ninguno. Por entonces yo tenía también ingresos por portadas e ilustraciones de revistas. Cuando era joven, a mí nunca me daban dinero y mi madre era la que dirigía incluso mis vestimentas y tenía que ponerme lo que ella quería. Y entonces, como yo no quería, empecé a ponerme vaqueros con el dinero que ganaba. Recuerdo de aquel tiempo la exposición nacional de Bellas Artes, con cincuenta y tanto cuadros. Un día me encontré a Rubio Camín y a su mujer, Trinidad Fernández, delante de un cuadro mío, esperando a que yo llegara. Me parece recordar que aquel cuadro era de un manzano. Y tenía un cuadro que me encantaba, pero pinté encima y me deshice de él. Hoy me tiro de los pelos por ello. Era un toro rojo saliendo del burladero, con un rayo de luz que le atravesaba. Se titulaba "Toro negro", y entonces vino Felipe Santullano a ver los cuadros que tenía para exponer y dijo que aquél no, que era tremendo un toro rojo. Felipe Santullano tuvo galerías en Madrid. El padre quería que hiciera unas oposiciones a algo, para que tuviera una vida normal, pero él estaba empeñado en que quería hacer exposiciones de arte. Vino a Madrid y organizó una exposición en el Centro Asturiano. Una mañana, me voy al Café Gijón y estaba Felipe sólo, con un foulard, unas pulseras y las uñas pintadas, barnizadas, no de color. "Tú Felipe, ¿qué haces vestido así?". Y dijo él, en voz muy baja: "No me descubras; es que quiero ir a París a hacerme mayordomo, porque no quiero someterme a mi padre"».

l Realismo equívoco. «En Asturias, yo no sé si era porque todavía había gente por las aldeas que se acordaba de mi padre, tuve exposiciones con muchos visitantes. Mujeres con cestos y todo. Tuve mucha gente, pero vendí tres cuadros que entonces eran a 2.000 o 3.000 pesetas, y uno lo compró Andrés Tamés, que había sido el procurador que tuvo mi padre en Oviedo. En Oviedo expuse con Carmen Benedet, pero nunca en Gijón. Me pidieron una vez del Sporting un cuadro, porque tuve cuadros en la Bienal del Deporte, pero me dijo mi hermano que como mandara un cuadro al Sporting que me preparara. Hace unos años también expuse en Oviedo con Guillermina Caicoya y ahí vendí bastante; y después en Dasto, que no fue bien. De repente, la gente compra todo, y de repente nadie compra nada. Ahora mismo todo está fatal; se vende muy poco. Cuando empecé a pintar estaba de moda el estilo abstracto. A mí el abstracto nunca me pareció bien; ¿por qué tienes que hacer una cosa para que no la entiendan? Lo encuentro absurdo. Empecé a pintar y, quizá con un poco de mala idea de que no lo entiendan, yo pintaba realista, pero equívoco, como una insinuación. Y luego poco a poco me fui haciendo cada vez más realista. Tampoco es realismo completamente, porque casi nunca pinto del natural, sino con la imaginación».

l Encantada de la libertad. «Yo creo que soy una mujer que podría haber sido muchas cosas y que no fui ninguna porque me faltó base. Porque la educación que nos daban en aquellos tiempos estaba dirigida sólo a que te casaras; o sea, decían que el matrimonio es la carrera de la mujer, y yo, como no me casé, no cumplí los objetivos. Pero estoy encantada de no haberme casado. He tenido mucha libertad, y en una época en la que las mujeres tenían poca. No soy feminista porque soy una persona justa. Tampoco creo en el poder de la fuerza, porque el machismo es el poder de la fuerza. Hay hombres que no deberían ser nada más que barrenderos, y mujeres que tendrían que estar aprendiendo a zurcir; como hay hombres muy valiosos y mujeres que pueden ser directoras de banco. No pertenezco a ningún partido político, ni pienso pertenecer. Con la vida que me queda por delante a lo mejor encuentro el partido que me conviene, pero no creo. Hay cosas que no me gustan nada de la derecha, nada: la hipocresía, la prepotencia?; y del otro lado me parece mal que no reconozcan los crímenes que cometieron; y me parece mal que sean mal educados o groseros, pero tampoco ahora se puede hablar de mala educación porque después de haberle escuchado algunas cosas a Esperanza Aguirre o lo del dedito de Aznar?, ¡vamos!».