Ministros y políticos de la República en el exilio, la Liga de los Derechos del Hombre, un pastor protestante, un abogado alemán y hasta un ministro guatemalteco pidieron clemencia al general Lucius Clay, gobernador estadounidense de Alemania, para que se rebajase la pena a Indalecio González y no se le ejecutase. Entre los argumentos ofrecidos estaba que había luchado por la libertad en España y Francia.

La esposa de González, Francisca, con la que tenía un hijo pequeño, llegó a escribir al presidente Harry Truman un carta transida de dolor, en la que relataba las desgracias que le habían acaecido a la familia desde que tuvieron que tomar el camino del exilio. Indicaba los buenos sentimientos de protección al débil que habían animado la vida de González y su desesperación por tener que morir "con el estigma de un vil criminal".

Añadía esta mujer, que escribía desde el Hospital General de Bourges (Francia), que González se había batido en los campos de España (llegó a ser capitán del Ejército republicano) y Francia por la "libertad del mundo". No sirvió de nada. Fue llevado al cadalso el 2 de febrero de 1949 y compartió el mismo destino que alrededor de 300 criminales nazis juzgados en Dachau y Nuremberg.

En 2010, sesenta años después de la ejecución, un superviviente valenciano de Mauthausen, Luis Estañ, ya fallecido, aseguró que González le había salvado la vida al apartarle de un grupo de presos que fueron arrojados a un barranco por los SS. No está muy claro que un testimonio como éste le hubiese salvado la vida en los juicios de Dachau.

En el libro de Laura S. Leret, Domingo Félez indica que conoció a "Asturias" en Gusen, aunque había comenzado de "kapo" en un comando pequeño en Sankt Georgen. "A partir de 1943 comandaba un grupo grande. Era minero y abrían unas minas en la montaña para meter una fábrica de armamentos. Abrían bóvedas, le echaban concreto al piso y al techo", relata. "No me llevaba bien con Indalecio, se las daba de hombre fuerte. Me imagino que por el trabajo que hacía, por el puesto que tenía; no creas, la cosa era dura, no le quedaba más remedio que cortar oreja y rabo, porque si no... hay que aplicar aquello de que nadie podía negarse a nada", añade.

El otro asturiano, Laureano Navas, que había estudiado Química en Oviedo y llegó a teniente del Ejército francés, fue condenado a cadena perpetua, pero su caso fue revisado en 1948 y fue exonerado al demostrarse que los testigos no eran fiables. Aún le quedan familiares en Asturias. De él, Félez asegura que "siempre supe que era "kapo", pero de dónde, no lo sé, él era un "kapo" segundón".