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Aquel anochecer imperial

Tal día como ayer de hace casi quinientos años, un 19 de septiembre de 1517, Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, desembarcó por sorpresa en las costas de Villaviciosa para hacerse cargo del reino Los lugareños, asustados, lo recibieron en armas

Aquel anochecer imperial

Desde hace unos años, Tazones celebra el desembarco de Carlos I en la villa, una jornada festiva que en cada edición gana más adeptos. Sin entrar en consideraciones ni juicios sobre la celebración en sí, que tuvo lugar este año el 23 de agosto, sí queremos relatar en las siguientes líneas cómo fue en realidad el desembarco de Carlos I en nuestras tierras en la lejana fecha del 19 de septiembre de 1517, de la que pronto se van a cumplir cinco siglos. Este desembarco, según Claudio Sánchez-Albornoz, fue el tercero más importante en la historia española, junto con el que realizaron las tropas de Tariq en 711, iniciando la conquista de la España visigoda, y el que hizo en América Cristóbal Colón en 1492, en nombre de la Corona de Castilla.

El 23 de enero de 1516 falleció Fernando el Católico (su esposa, la reina Isabel, ya lo había hecho con anterioridad, el 26 de noviembre de 1504) y dejó por sucesor a su nieto Carlos, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, hija a su vez de los Reyes Católicos. Ésta se encontraba encerrada en Tordesillas, por su enajenación mental, agravada tras la muerte súbita de su esposo, cuyo cadáver paseó por media Castilla, lo que convirtió al joven Carlos, de tan solo 17 años, en el heredero del Reino de España.

La escuadra que transportaba al rey Carlos I a España había salido el 8 de septiembre de Flesinga, en los Países Bajos, a las cinco de la mañana. El puerto de destino era Santander, pero una fuerte tormenta y vientos contrarios desviaron el rumbo de las naves, y en la madrugada del 19 de septiembre de 1517, sábado, los cuarenta barcos que la integraban se presentaron ante Tazones. Cuando se descubrió el error en el rumbo, Carlos I y sus consejeros deliberaron sobre si continuar el viaje por mar o desembarcar allí mismo. La inseguridad de la vía marítima, "por la mutabilidad del viento, que lo mismo se puede cambiar en malo que en bueno", inclinó la decisión hacia el desembarco, según relata Laurent Vital, un cronista flamenco que viajaba con el rey.

Hay discusión histórica sobre cuál fue la primera tierra española que pisó Carlos I, si Tazones o Villaviciosa. Laurent Vital, en la detallada crónica del viaje, señala claramente que a pesar de la cercanía de Tazones, "no fueron allí a causa de que era un lugar demasiado malo para alojarse en él tanta gente principal, y por que, a dos leguas cerca de allí, había una buena villita, donde estarían mucho mejor alojados que en dicho Tazones". Por ello, continúa su relato L. Vital, "a fuerza de remos, llevaron a dicho señor Rey por un río de agua dulce que entraba en tierra, entre dos altas montañas que se perdían de vista, llegando este río hasta esa villita llamada Villaviciosa".

La tesis del desembarco en Tazones se apoya en una carta de Pedro Mártir de Anglería, un eclesiástico italiano que había sido confesor de la reina Isabel I desde 1501 hasta su muerte en 1504 y luego consejero de Carlos I, en la que escribió que "dispersa la flota llegó a un puerto no bien resguardado, denominado vulgarmente Tazones". Pero Pedro Mártir no viajaba con Carlos I, por lo que su testimonio es de segunda mano. Más sólido es el de Pierre Boissot, mayordomo de la cámara de cuentas del rey, que sí viajaba con él y escribió un dietario del viaje. El sábado, 19 de septiembre, anotó: "El rey de Castilla comió a bordo, desembarcó al anochecer en un puerto llamado "Stasons" [Tazones], país de "Sture" [Asturias], y cenó y pernoctó en la villa de Villaviciosa".

Nada más cuenta Boissot, mientras que Laurent Vital hace una crónica bastante detallada del traslado de Carlos I desde su barco a Villaviciosa, donde pernoctó el 19 de septiembre. Cuenta el cronista flamenco que el rey pasó a una barca a las 5 de la tarde, y aunque los sirvientes remaron con toda la fuerza era noche cerrada cuando llegó a Villaviciosa, al puente de Buetes, también denominado "puente de les Gabarres", porque hasta allí llegaban los transportes en marea alta. Carlos entró en Villaviciosa, población que contaba con murallas, por la puerta Detrás de la Iglesia y continuó por la calle del Agua hasta su alojamiento en la casa del chantre Rodrigo de Hevia.

En esta arribada de Carlos I y su flota a las costas de Tazones hay un hecho singular que merece ser destacado. La presencia de tan grande escuadra ante Tazones despertó el temor de los naturales, que la tomaron por enemiga y se aprestaron a defenderse. La sospecha de que pudiera ser hostil se apoyaba en lo insólito e inesperado de su presencia en aquel lugar, poco apto para un desembarco si se tratase de amigos, que hubieran elegido los puertos de Gijón o Avilés. Además, tras la muerte de Fernando el Católico España estaba sin rey y los vecinos, según contaron luego a Laurent Vital, pensaron que podían ser los turcos o los franceses que trataban de aprovecharse de la situación. No se arredraron ante tal peligro los habitantes de la zona, sino que tras poner a salvo a mujeres, niños y ancianos en las montañas del interior, se movilizaron con las armas más dispares que encontraron para hacer frente al que suponían invasor de sus tierras. Gesto digno de elogio y recuerdo.

Lo recoge el citado Pedro Mártir de Anglería, que cuenta cómo los vecinos pusieron a salvo a los niños, mujeres y ancianos, y que todas las demás personas aptas para la lucha se armaron con lo que encontraron y se distribuyeron por las colinas inmediatas a la ría, dispuestos a repeler el desembarco. Desde la lancha real vieron el despliegue de los villaviciosinos y, según P. Mártir de Anglería, gritaron: "¡España, España! ¡Nuestro rey católico, nuestro rey!". Al oír esto, los vecinos arrojaron sus armas al suelo y, de rodillas, reverenciaron al rey.

Laurent Vital difiere un poco en cómo se produjo el reconocimiento del rey. Según su versión, uno de los vecinos, oculto entre la vegetación, se acercó lo suficiente como para reconocer las armas de Castilla en las banderas del bote real y así lo hizo saber a sus compañeros, "emboscados en los pasos y estrechos que allí hay". Entonces, de las barcas, bajaron algunos a tierra y anunciaron a los vecinos "la venida del dicho señor rey; de lo cual se esparció la noticia por el país; y por lo tanto su duda se vio convertida en alegría y seguridad".

Sólo el rey, su hermana Leonor y unos pocos acompañantes llegaron hasta Villaviciosa, pues resultaba muy difícil encontrar alojamiento para todos y reunir, posteriormente, los carros y mulos suficientes para transportar a un séquito amplio hasta Santander. Así, el día 20, la escuadra levantó anclas con el grueso de la comitiva a bordo y se dirigió al puerto cántabro donde fondeó al día siguiente, 21. Mientras el rey permaneció en Villaviciosa, "los furrieles y alguaciles contrataban carretas y mulos para llevar los bagajes del rey y sus gentes, lo cual se acabó y logró con gran trabajo".

El domingo, 20, los regidores de Villaviciosa acudieron a cumplimentar al rey, ante el que pronunciaron un corto discurso que recoge L. Vital: "Señor, ante vuestra reverencia han llegado vuestros humildísimos y obedientes súbditos y servidores de esta pequeña villa, que de todo corazón vienen humildemente a haceros la reverencia, visitándoos y dándoos la bienvenida e igualmente ofreciéndoseos en cuerpo, alma y bienes a vuestro servicio, rogándoos tenerlos por encomendados y perdonarles si ayer mismo no vinieron a saludaros como debían. Pero la causa por la cual lo han diferido ha sido el temer molestaros a causa de que habíais llegado tarde a esta vuestra pobre villa, la cual os hace presente de unas cubas de vino, de doce cestas de pan blanco, de seis bueyes y de veinte y tres carneros, rogándoos quererlos aceptar con agrado, pues aunque el presente no sea tal como a Vuestra Majestad corresponde, sí lo es conforme a los medios de la villa, que no tiene otra cosa más que amor y buena voluntad".

Al día siguiente, 21, para entretener al rey y a sus damas, los vecinos hicieron una corrida de toros delante del alojamiento del rey, haciéndoles "pasar un buen rato, porque eran fieros y bravos y se defendían bien; pero, para dar fin a esta diversión, fueron desjarretados a fuerza de espadas y, finalmente, muertos".

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