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La caída del exlíder minero | Análisis

Todos los presidentes del hombre (y II)

Fernández Villa y Álvarez-Cascos fueron los dos rostros de los fondos mineros, una lluvia de millones para las Cuencas, a las que el SOMA se replegó

Todos los presidentes del hombre (y II)

Ya estaban recogiendo la romería de la fiesta minera en la campa de Rodiezmo (León). Eran las siete y media del 1 de septiembre de 1985. De un camión de sidra cayeron siete cajas sobre José Ángel Fernández Villa. El líder minero quedó sin sentido. En la residencia Nuestra Señora de Covadonga de Oviedo le dieron el alta a las dos de la tarde del día siguiente. En los días siguientes sufrió insomnio, jaqueca, mareos y sudores.

Ocho años después, recuperándose de una operación de su triple hernia discal que se achaca a aquellas cajas verdes, se vio en la cama del sanatorio Adaro decidiendo quién de los diputados socialistas sería el próximo presidente del Principado tras la dimisión de de Juan Luis Rodríguez-Vigil.

Ahí perdió su última oportunidad Bernardo Fernández Pérez, licenciado en Derecho, representante socialista en el anteproyecto del Estatuto de Autonomía con 28 años, arquitecto de la administración autonómica, consejero de Presidencia con Rafael Fernández y Pedro de Silva y vicepresidente con Rodríguez-Vigil, un segundo que parecía llamado a ser primero. Joven, menudo, culto, escritor corto y hablador quedo, perdió ante Antonio Trevín, maestro, alcalde de Llanes, muy polémico en el concejo durante las décadas del crecimiento urbanístico.

Para Trevín, de 37 años, fue un ascenso político de muchos escalones con lo que ello supone de agradecida aceptación hacia su mentor. De alcalde de Llanes y diputado regional a presidente de Asturias. En 1995 encabezó la lista del PSOE al Principado y el PP ganó por primera vez las elecciones. Asturias, la isla roja del Norte, cayó en manos de la derecha un año antes de que José María Aznar ganara las elecciones generales.

En la FSA no se pidieron responsabilidades a nadie.

Sergio Marqués era ¡otro! abogado que había llegado a la Junta en 1987, después de diez años de militancia en Alianza Popular y una vieja amistad con Francisco Álvarez-Cascos. Sustituyendo a Isidro Fernández Rozada como portavoz popular en la Junta había hecho una oposición de prosopopeya rancia y automatismos argumentales que iría perdiendo con los años.

Su gobierno no fue menos accidentado que los dos anteriores. Prácticamente desde la noche de la victoria chocó con Álvarez-Cascos y así pasó a ser el peor enemigo de un mal enemigo. Cuando cansó de tres años de acoso por tierra, mar y aire desde el gobierno central fundó la Unión Renovadora Asturiana (URAS), partido personalista y asturianista que se llevó un buen bocado de militantes del PP. URAS malvivió hasta 2003.

El desnorte iniciado con el Petromocho se instaló en la política asturiana y en esos años, Villa trabajó políticamente con Cascos, vicepresidente del primer gobierno de Aznar, que firmó los fondos para la reestructuración de las comarcas mineras y la búsqueda de un tejido económico alternativo.

Otra vez su trayectoria tocaba la del fundador, Manuel Llaneza, que tuvo sus mayores logros sindicales durante la dictadura de Primo de Rivera.

Los fondos mineros, que ofrecían un primer plan de medio billón de pesetas, fueron movidos y representados por Cascos, que con ese dineral se ocupaba a la vez de Asturias y de su partido como un suprapresidente.

Las cuencas y Asturias necesitaban ortopedia y rehabilitación una vez amputada la minería pero que no había un plan médico. Cada uno pidió y a cada uno se le dio sin más estrategia que el dinero tenía que ser sólo para las cuencas.

Resultados emblemáticos: la autovía minera para salir rápidamente de las cuencas; las mejoras urbanísticas en las barriadas obreras para permanecer en ellas e inversiones industriales de desigual fortuna para que no sólo fuera un lugar donde dormir. En la parte polémica, el campus de Mieres, que dispersó más la Universidad de Oviedo, cursillos de inglés tomados al sol e instalaciones que no llegaron a abrirse.

A partir de los fondos, Villa se replegó a las cuencas y se hizo fuerte en los ayuntamientos, el sindicato y las casas del pueblo mientras se debilitaba en cada pozo cerrado. Aún tenía mucho que dar para mantener su red de clientelismo desde la plaza de la Salve, fuera en el despacho, fuera desde el coche, los domingos.

La oportunidad de un gobierno de derecha en la autonomía terminó en una legislatura y la FSA de Luis Martínez Noval sacó el único candidato con posibilidades de cartel electoral en el barullo de familias que discutían en el domicilio de Santa Teresa 20: Vicente Álvarez Areces.

Durante la etapa de Noval, ministro de Trabajo en el último gobierno de Felipe González y portavoz del PSOE en el congreso, las cuencas ganaron peso en la FSA mientras que Gijón, Avilés, una parte de Oviedo y algunas pequeñas agrupaciones quedaron identificadas como críticas. Pero el guerrismo menguaba, Noval tenía el corazón partío entre los dos sevillanos y estaba en la ejecutiva federal socialista.

Areces fue el gran rival de Villa desde un Gijón inexpugnable para la mina y tres mandatos en el ayuntamiento de la mayor ciudad de Asturias. De origen comunista, abandonó el PC después de la escisión del congreso de Perlora y reapareció por el PSOE como cargo de educación con éxito en Madrid.

La mala relación venía de los tiempos del primer gobierno socialista de González. Es preciso hacer un flash-back. Villa había aconsejado al ministro del Interior José Barrionuevo que nombrara a Obdulio Fernández delegado del gobierno en Asturias. Obdulio le había enseñado a moverse por el pozo Moqueta (sede de Hunosa en Oviedo) y Villa le trataba de don y de usted. Junto a Rafael Fernández había sido el responsable de favorecer que el SOMA adquiriera una fuerza que no tenía frente a CC.OO. tan activa durante el franquismo. En septiembre de 1988, Villa provocó la caída de Obdulio porque no le concedió la cabeza de dos de sus directores generales: Ignacio Bernardo (Trabajo) y Vicente Álvarez Areces, (Educación).

En 2000, cuando llegó Javier Fernández a la secretaría general de la FSA, Villa pasó a tener relaciones razonables con Areces, en parte por ese repliegue en las cuencas, que no le impidió hacer algunas de las suyas como irse con Esther Díaz, la alcaldesa de Langreo, a negociar el soterramiento del ferrocarril directamente con Álvarez-Cascos.

La llegada a la presidencia del Principado de Francisco Álvarez-Cascos como candidato de Foro Asturias Ciudadanos después de romper de nuevo al PP, encontró a José Ángel en la rampa de salida, más o menos pactada y con la actividad sindical en modo ahorro de energía. Las relaciones personales entre los dos son buenas.

Villa se reactivó excepcionalmente con las movilizaciones de 2012 contra el recorte de un 64% en las ayudas a la producción del carbón que aplicó el gobierno de Mariano Rajoy dentro de las restricciones del plan de austeridad y que coincidieron con la entrada en el gobierno del socialista Javier Fernández después de unas elecciones que Cascos había convocado para obtener una mayoría con la que gobernar y en las que obtuvo menos votos que dos años antes.

Javier Fernández tenía todo para ser de Villa. Mierense, desciende de familia socialista, ingeniero de Minas, director regional de Minas y Energía con Víctor Zapico de consejero, fue consejero de Industria cuando ganó las elecciones Areces pero lo dejó para ocupar la secretaría general de los socialistas asturianos que ganó por un margen muy estrecho a Álvaro Álvarez, un renovador de Avilés. Cuando subió al que iba a ser su despacho ya estaba Villa con algunos de sus lugartenientes esperándole para organizar la ejecutiva. Fernández se plantó. "Como llegué, me voy. Bajo y dimito". Su propuesta era acabar con la insoportable tensión de las familias.

Villa declaró en alguna ocasión que se había sentido traicionado por Javier Fernández y Graciano Torre, como si las cuencas mineras fueran el territorio de una raza diferente.

Fernández mostró respeto por Villa pero sólo se concedió una noche para digerir el golpe de la noticia de la fortuna secreta y sus primeras palabras de condena y decepción no precisaron de ampliaciones posteriores.

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