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Regresar de Rusia también fue épico

La historia de las ocho expediciones de retorno a España, entre 1956 y 1960, de casi tres mil "niños de la guerra", cientos de ellos asturianos

Un grupo de retornados en la cubierta del barco que les condujo a Valencia en 1956. La foto está incluida en el libro "Los niños de Rusia". Luis Vidal, EFE

Hace ochenta años que un carguero francés lleno de niños, el Deriguerina, partió de El Musel amparado en la noche rumbo al exilio. Mil cien menores en sus bodegas, muchos de ellos huérfanos. Las tropas de Franco estaban a punto de ocupar Gijón poniendo fin al frente del norte.

Aquella expedición de huida vivió su particular calvario viajero. Primero el puerto de Saint-Nazaire. Muchos de los niños son trasladados al buque soviético Kooperasiia, que zarpa para Londres. De allí a Leningrado, en otro barco, el Félix Dzerzhisky. La historia de los "niños de la guerra", cientos de ellos asturianos, es bien conocida. La historia de su retorno, quienes pudieron y quisieron, no lo es tanto.

Salieron casi tres mil niños y comenzaron a volver a finales de 1956 en expediciones pactadas entre los gobiernos soviético y español, enemigos irreconciliables. Detrás de aquellos retornos se escondían historias de reencuentros, espionaje y guerra fría. También mucho desengaño, de lo que habían dejado y de lo que se encontraron en España.

Un pionero para Ciaño. Las operaciones de retorno, a lo largo de ocho expediciones desde septiembre de 1956 a junio de 1960 (esta última, casi simbólica, compuesta por seis personas que llegan en tren a Irún), son explicadas por el periodista e historiador Rafael Moreno Izquierdo (Madrid, 1960) en su libro "Los niños de Rusia" (Ediciones Crítica). Un relato lleno de referencias asturianas.

Volvieron a España en expediciones masivas organizadas para los "niños de la guerra" un total de 2.688 personas. Muchos de los retornados regresaron con sus cónyuges e hijos (más varones con esposas, que mujeres con maridos), que en buena medida tenían nacionalidad rusa. La llegada a los puertos de Valencia, Almería o Castellón culminaba un proceso que Rafael Moreno describe al detalle.

Y todo empezó en septiembre de 1955 cuando a la mesa del despacho del presidente del Consejo de Ministros, Nikolái Bulganin, llegó una carta. Estaba firmada por un guipuzcoano, José Asensio Orueta, y fue la primera iniciativa en la que se pedía a la Unión Soviética el compromiso de repatriación de los "niños de la guerra". Orueta había nacido en Tolosa en 1923, regresa en la tercera expedición, en noviembre de 1956, y se viene para Ciaño. Su esposa María Ángeles Ceres era con toda probabilidad asturiana. El matrimonio llegó con una hija, Amelia, de tan solo unos meses de edad.

La idea de volver desagradó inicialmente al Gobierno soviético y a los propios dirigentes del PCE en Moscú. En enero de 1957 el ministro de Exteriores, Mólotov, recibió una carta pero ya firmada por setenta españoles. El proceso estaba en marcha y era imparable, intervino la Cruz Roja, medió las embajadas francesa y argentina e incluso hubo movilizaciones callejeras de los españoles, algo impensable en la URSS de los años cincuenta. La CIA norteamericana tomaba, mientras tanto, buena nota del sorprendente cariz de los acontecimientos. Franco callaba.

Un adiós entre amigos. "En febrero de 1956 el movimiento de salida ya se había consolidado y organizado. Se realizaron colectas para recaudar dinero y se estructuraron grupos de apoyo para agilizar los trámites a través de la Cruz Roja soviética. Las solicitudes fueron distribuidas con rapidez entre la comunidad española en Moscú pero también enviadas por correo y otros medios a todos los que querían salir del país", explica Rafael Moreno, que fue en otros destinos corresponsal de la agencia Efe en Nueva York y Washington.

Tanto la URSS_como la España franquista entendieron que era mejor no oponerse. Dirigentes del PCE en Rusia reconocieron a los candidatos al viaje que no iba a haber represiones pero recomendaron a los que no tuvieran familia en España que se abstuvieran de regresar ante las dificultades para encontrar trabajo y vivienda.

La consigna de los soviéticos fue despedirlos con cariño. Se organizaron actos de adiós en los centros de trabajo y se entregaron regalos, entre ellos cámaras fotográficas y relojes grabados. En el puerto de Odesa, donde fueron concentrados las 539 personas que compusieron la primera expedición a bordo del buque Crimea, se interpretó el himno de la URSS.

"Atiborrados de marxismo leninismo". Los viajeros recalaron en el puerto de Valencia, lo mismo que la segunda expedición. Un informe encargado por las autoridades españolas pintan al colectivo de retornados como personas "sin inquietudes espirituales", "contextura mental" reducida al mundo de su especialización, con un cerebro "prefabricado para almacenar estadísticas" y "atiborrados de dialéctica marxista leninista". En el informe se saca pecho nacionalista porque se dice que los retornados tienen "disciplina casi ovejuna, aunque con rasgos de rebeldía, característicos de su sangre española".

Los acuerdos alcanzados entre Madrid y Moscú fijaban que las autoridades españolas no cobrarían impuestos por los objetos que importaran los repatriados. Muchos llegaron con las maletas hasta los topes. Moreno enumera parte del ajuar: gabardinas checas, géneros de lana de Bulgaria, seda china, cámaras Leica (fundamentalmente para reventa), aparatos de radio, aspiradoras o enceradoras. Hubo quien se trajo neveras y hasta motocicletas.

Un dineral. Señala Rafael Moreno en su libro que "los gastos derivados directamente de las gestiones de asimilación económica y social de los retornados, sin contar los relacionados con la seguridad, ascendieron a siete millones de pesetas de la época". Esto equivaldría a unos 306 millones de euros actuales, algo más de doscientos mil euros por retornado.

En abril de 1957 ya había regresado a España unos 1.420 mayores de 14 años, aproximadamente la mitad de los que retornarían. De ellos, 287 habían venido para Asturias. Hubo que fijar ayudas. Un cabeza de familia que careciera de vivienda y de trabajo recibiría 60 pesetas diarias, su esposa 45; cada hijo mayor de 15 años tenía derecho a 35 pesetas al día, diez más que los hijos por debajo de esa edad. En general, explica Moreno "los obreros especializados varones encontraron con rapidez puestos de trabajo. En muchos casos era evidente que los "niños de Rusia" estaban mejor preparados que los propios españoles". En marzo de 1958, de los 378 retornados que se habían establecido en Asturias, tan sólo 55 estaban sin trabajo.

La Policía había avisado sobre Asturias. "No sería aventurado prever que llegasen incluso a la constitución de bandas y partidas y ejercieran el bandidaje en los montes". Nada más lejos de la realidad.

Niños y educadores, disfrutando de uno de los veranos rusos. | lne

Un grupo de niños en una de las casas de acogida de Leningrado. | lne

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