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Somiedo soñado | 24

El gran hombre que protegió al oso

A Baldomero Álvarez, que fue guarda mayor, nunca le tembló el pulso para "denunciar a algún amigo o vecino": a personas como él se debe la buena conservación de los plantígrados en la montaña somedana

"Cabanas de teito" en La Pornacal.

El 14 de abril de 1930, en el pueblo de Corés, en el alto Pigüeña somedano, en la cocina de la casa familiar, nació una de las personas más entrañables de nuestro primer parque natural, y que jugó y sigue jugando un gran papel en la defensa de los recursos naturales de este privilegiado territorio, a cuya conservación contribuyó, desde su trabajo primero como guarda y, tras su jubilación, con su apoyo desinteresado al FAPAS y, por encima de todo, a la protección del oso pardo.

Para mí, hablar con Baldomero Álvarez Rodríguez, mi gran y respetado amigo "Mero", de quien aprendí muchas cuestiones de Somiedo y su naturaleza, en decenas y decenas de amaneceres y atardeceres de esperas a corzos, osos, ciervos o cualquier otra cuestión en que estuviéramos trabajando, me produce una emoción extraordinaria, pues de él nunca escuché una palabra más alta que otra, ni ningún reproche y tampoco tuve una mala contestación. Mientras hablamos en la cocina de su casa en Pigüeña, saboreando un café negro que diligentemente mi anfitrión ha preparado y al que sorprendimos de milagro Alfonso Hartasánchez y yo, pues se disponía a asistir a un velatorio en Cangas del Narcea, vamos desgranando una conversación en la que Mero, con una clarividencia extraordinaria, narra anécdotas e impresiones de su vida en este valle de Pigüeña tan conocido y querido por él.

La presencia de Alfonso es obligada, pues desde aquel lejano 1985 en que vino a vivir al mismo valle, su relación con Baldomero se trasformó en una leal amistad desde el primer día y la pasión de uno por el otro se palpa en la conversación, cuando afloran algunas historias que vivieron juntos. Con 23 años y recién casado, Mero se trasladó a vivir a la casa en que nos acoge. Para librarse del servicio militar obligatorio ingresó en las minas de carbón de Laciana, en Villaseca y Lumajo, y en menos de 15 días ya estaba de picador, pues en la empresa vieron pronto sus actitudes y aptitudes frente al trabajo duro de los mineros. "El problema surgió cuando los fines de semana volvía a casa y los lunes no me acordaba para nada de la mina", comenta mi interlocutor, riéndose y con ojos bribonzuelos, "faltar al trabajo estaba muy castigado y aunque a mí me toleraron bastantes ausencias, al final llegó el despido, inmediatamente me presenté a la Guardia Civil y tuve que bajar al cuartel a Pravia; terminé en Valladolid, en el cuerpo de artillería y tras cinco meses me licenciaron".

Un oso en el punto de mira mientras comía en el maizal de casa. El primer jefe de Oviedo que recuerda con cariño Baldomero, fue el ingeniero de montes Rafael Notario, a la sazón Jefe del Servicio provincial de Pesca Continental, Caza y Parques Nacionales, precursor del ICONA, pues este hombre, fallecido en 2009, fue el primero en preocuparse por reunir la información existente sobre el oso pardo en Asturias; recuerda especialmente una reunión con él en la que le pidió su opinión para la conservación del oso y Mero le dijo que solo había una, "lo importante es pagar los daños y perjuicios pronto y bien, que las personas queden contentas", a lo que Notario contestó, "muy bien, Baldomero, usted opina como yo". Era hacia 1970, "él había venido a soltar los venados que teníamos en un cercado aquí en Pigüeña", continúa mi anfitrión, "aquel año comenzamos también a cazar el urogallo y a diario comentábamos que el oso se iba con el siglo".

Baldomero y su primera mujer, allá a mediados los años 60, emigraron a París, "a hacer plata" me dice, y él trabajó "en la Citroën, soldando algunos miles de piezas al día, cuestión que en la primera jornada me había parecido inviable". Tras el retorno a su patria chica, un día le visitó el guarda mayor de la Reserva de Caza, José María el de Las Morteras, que tenía la misión de captar a tres buenos furtivos, uno por valle, para entrar en el cuerpo de la guardería. Una vez dado el paso, Baldomero me confiesa que a él nunca le tembló la mano, incluso cuando tuvo que denunciar a "algún vecino y amigo de infancia".

Una vez surgido este tema, no puedo menos que pedirle a Mero que me diga si alguna vez se vio en la tesitura de disparar a algún oso. Con la sinceridad del hombre noble que es, Baldomero me contesta afirmativamente, "sí, tiré dos tiros al oso en un maizal que me estaba destrozando; la luna era como el sol y yo había ido sigiloso con unas alpargatas, vi levantarse algo en medio de los maíces y pensé que era una vecina que también vigilaba y que me hacía señas, hasta que me percaté que era el oso, apunté entre las plantas y cuando volvió a levantarse de patas disparé los dos cartuchos de posta de tres en fondo que llevaba; creo que le di porque se fue berrando". Al día siguiente Mero volvió al lugar y, aunque no encontró rastros de sangre y tampoco cadáver alguno piensa que marchó tocado, ¿Murió o no?, queda la incógnita. "Otra vez tuve otro en el punto de mira, en Cebolleo, en Peña Prieta, pero no le tiré y nunca más les apunté", reflexiona quien más tarde estaría encargado de vigilar a nuestra especie más emblemática.

De guarda mayor de Somiedo a miembro del FAPAS y una premonición. En 1985, tras la jubilación de Félix Rodríguez, Félix el de Corés, a la sazón guarda mayor, y ya transferidos las competencias al Principado, el puesto recae en Baldomero hasta su jubilación en 1995. "Yo era un dictador al estilo de la ley seca", afirma categóricamente para continuar, "todos los guardas que entraron a trabajar conmigo escucharon lo mismo, el que trabaja tiene lo que quiera, y el que no tiene el pleito perdido". Jamás tuvo protestas por temas de trabajo, aunque al final de su vida laboral, algunos recién llegados a la guardería pretendieron moverle de la silla y finalmente se jubiló. "Si hubiera podido me hubiera reenganchado, pero eran otros tiempos", comenta Mero con cierta nostalgia, a pesar de los años transcurridos.

Ciertamente, quien conociera a Baldomero con 65 años y la fortaleza que le dio la vida, pensaría que era una locura prescindir de sus servicios, pero la administración opera con otros parámetros. Así las cosas, ingresó en el FAPAS de la mano de su amigo y vecino Alfonso Hartasánchez, eran los tiempos en que llegaban los estudiosos de los osos con proyectos que a Mero no le convencían mucho. La primera condición y única que les puso para su colaboración desinteresada fue que se desvinculasen de aquel proyecto de radiomarcaje, que en 1998 se saldó al menos con la trágica muerte del oso "Cuervo". "Fonso, eso, tal como lo van a hacer, acaba con los osos muertos", sentenció -y acertó- Baldomero.

"Yo se lo dije a Miguel Delibes cuando me preguntó en una reunión en La Pola. Eran gente que no sabían trabajar y se descuidaron dejando varios días al oso en el lazo", añade mi anfitrión, mientras Alfonso corrobora todas sus palabras.

Un Parque Natural para un futuro. La declaración, en 1988 del Parque Natural de Somiedo, en palabras de Baldomero Álvarez, "trajo muchas mejoras, pasamos de estar olvidados a estar en primera fila". "En los últimos años la caza no fue a más. Conmigo no se mataban venados selectivos, ni hembras paridas o por parir: Esta especie bajó mucho, un porcentaje muy grande"; a mi pregunta sobre el incremento del jabalí, el que fuera guarda mayor de Somiedo, sonríe y me comenta que "el jabalí sube cuando baja el lobo, y al revés". "Para decir la verdad, yo nunca me escondí, siempre he mirado de frente", sentencia Mero. También recuerda como hace unos pocos años, mientras paseaba por la carretera, escuchó cinco o seis disparos en un sitio ciertamente extraño. Cuando, más tarde, preguntó a los miembros de la cuadrilla que estaba cazando, le contestaron que uno de ellos había disparado a un jabalí muy grande y "roxo". "¡A ver si tiró a un oso!". Inmediatamente avisó a Alfonso y, en efecto, más tarde se supo que había sido una mala identificación de la pieza. Yo les comento que aquella anécdota era de 2001 y que a mí me tocó avisar al entonces Fiscal de Medio Ambiente, Joaquín de la Riva Llerandi, que inició una investigación. "Ciertamente el tiempo es inexorable", les digo.

La hora de despedirse se nos echa encima pues Baldomero tiene que irse a Cangas, mientras recorro con la mirada las paredes de su casa llena de fotos antiguas y recientes, con Felipe de Borbón en La Peral, con Antonio Suárez Marcos, con Pedro de Silva, con múltiples amigos comunes, e incluso conmigo mismo. Volvemos a hablar de osos y Mero me dice que cree que ahora la cosa ya va bien; que basta con tener cuidado en las cacerías y poco más para que siga aumentando la población.

Me despido de Baldomero como siempre, con un par de besos que significan afecto y respeto a la vez, pues este hombre fuerte y grande, se merece toda mi consideración. Padre de cuatro hijos de su primer matrimonio, uno tristemente desaparecido ya, casado en segundas nupcias con Tita, natural de Arbeyales, que aportó un quinto hijo a Mero, este me habla con orgullo de sus nietos (cuyas fotos adornan toda la nevera y gran parte de la casa) y de sus dos bisnietos de 14 años. "Viti", me dice, "pienso llegar a tatarabuelo", mientras se ríe y recuerda que él se casó joven.

La presencia de osas con crías del año, en las montañas somedanas, símbolo de un buen trabajo de conservación, se debe a la entrega de muchas personas, entre otras a guardas como Baldomero Álvarez Rodríguez, a quienes la sociedad actual deberíamos estar infinitamente agradecidos.

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