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Tini quería la batuta y los instrumentos

La Asturias expansiva del arecismo como reflejo de una personalidad vital, optimista e inclinada a la difusión propagandística

Álvarez Areces, en la inauguración del Niemeyer, en marzo de 2011. LNE

Algunas noches, después de un día con seis actos públicos, Vicente Álvarez Areces cenaba viendo la reposición de una tertulia política en Popular Televisión, "la tele aquella de los curas". La anécdota de un antiguo colaborador bosqueja el retrato de un adicto a la política que se ha muerto sin dejarla y deja entrever a un director de orquesta que además de la batuta quería tocar todos los instrumentos, a un político expansivo, vital y a veces propagandista, pleno de autoestima y optimismo, a un dirigente obsesionado por controlarlo todo y por hacery volver a hacer, por soñar fuerte y pensar a lo grande.

Si el "fútbol total" era aquel revolucionario estilo de juego en el que todos hacían de todo, en la Holanda del 74 Tini habría querido jugar hasta de portero. Él lo abarcaba todo, lo controlaba todo, en los discursos tenía que contarlo todo. Y la Asturias que edificó es un proyecto de autor, un reflejo de la personalidad del arquitecto, el hogar de los grandes proyectos, del hacer y seguir haciendo y no parar de hacer, la región del gran Musel, la de la Laboral, el Niemeyer, el HUCA y la ZALIA, la que Areces dejó con el 3,5 por ciento de las infraestructuras públicas del país y apenas el dos por ciento del PIB y la población, la Asturias de los centros de interpretación y de al menos un par de ambiciosos equipamientos públicos que terminaron cayendo sin haber sido siquiera abiertos.

Abiertos, algunos no; inaugurados, todos. Simplificando muchísimo, el arecismo podría resumirse en un gran acto público de inauguración con pinchos en el que el muñidor del concepto haría un discurso interminable, muy perifrástico, contándolo todo desde sus mismos orígenes y asombrando a algún oyente de 2003 al definir el centro de Asturias como "una conurbación polinucleada", o al pedir "implementar" en lugar de hacer, o al hablar de cosas -museos, consorcios, lo que fuera- que "hacen sinergia unos con otros". Hizo fortuna todo esto como jerga propia, el "tinés", el idioma en el que por ejemplo un clásico de chigre, el "jefe, ponme un culín", podía decirse así: "Impleménteme, estimado elemento dinamizador del empleo, una dosis del producto más incardinado en el desarrollo sostenible de la Comarca de la Sidra".

Areces venía del PCE, y hay quien lo conoció de cerca y decía ayer que su afán de control total y su apego a la propaganda se los había traído de allí. Eran "muy de comité central", "muy propios del comunismo más clásico".

Le pilló en Suárez de la Riva la Asturias de la reconversión industrial y la España del presupuesto expansivo. En sus doce años en el Gobierno, la región casi triplicó sus kilómetros de vías de alta capacidad. Eran años de bonanza, de primeras piedras e inauguraciones, de roces y desencuentros con el Gobierno de Aznar y Álvarez-Cascos por acaparar el protagonismo de las "puestas en servicio". Cascos evitó invitar a Areces al estreno de algún tramo de la Autovía del Cantábrico o a la famosa "primera dovela" de la Variante de Pajares... Se pegaban por inaugurar. Eran otros tiempos.

Eran los años de los presupuestos en los que la inversión superaba ampliamente los mil millones de euros. Tan alejados del presente que para este año sólo hay reservados 357. Él presentó su legado, en una conferencia a los diez años de Gobierno, como la construcción de "la nueva Asturias moderna, competitiva, eficiente, ecológica, dinámica, cultural, comprometida, social y muy resistente". Sus detractores dirán que "gastó perres" sin encarar necesariamente la reflexión que pedía aquel momento crucial de edificación de un nuevo modelo de crecimiento económico; sus partidarios elogiarán su impulso, su "capacidad de gestión" y transformación, su habilidad para el acuerdo.

Pero es que Areces era hombre de acción, acaso en contraste con la solidez teórica de Javier Fernández, y tal vez pensaba que el cambio de Asturias podía ser como el de Gijón, la ciudad que su docena de años como alcalde reformó en buena medida a través del urbanismo. Hay quien añadirá que Tini, el "alcaldón", el presidente, nunca dejó del todo de ser alcalde de Gijón.

Pero el arecismo es también la mano izquierda. La habilidad para el pacto con los suyos cuando se partió el PSOE y con algunos de los otros para configurar los únicos gobiernos de coalición que ha conocido la democracia asturiana. Es la capacidad para recuperar el Principado para el PSOE de la mano de aquella FSA que en algún sentido y en algún sector "acaso nunca haya dejado de considerarle un intruso", afirma una fuente socialista. O para salir indemne del conflicto que partió el partido en su primera legislatura. "Otro no lo habría aguantado", señala otra fuente, dejando a la vista otro rasgo constitutivo esencial, la resistencia. Y el "espíritu conciliador", que le ayudó sin duda entonces a ganar perdiendo pese a su derrota en el congreso de 2000 que aupó a Javier Fernández a la secretaría general. Pero Areces tenía tirón, "capacidad electoral propia", "su electorado aparte del del partido", y podía inventarse una campaña casi por su cuenta para ser elegido senador en las últimas generales.

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