La demografía deprimida de Asturias ha logrado contener la sangría de la población extranjera con el primer ascenso mínimo después de cinco años de caída ininterrumpida. Los 40.084 habitantes foráneos con los que la región empezó 2018 configuran una magnitud aproximadamente equivalente a la de hace diez años, antes de la sangría de la crisis, pero al menos son 1.200 más que un año antes, un consuelo leve para la tercera autonomía con el porcentaje de extranjeros más menguado del país.

El recuento, recién actualizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) con el dato definitivo a 1 de enero de 2018, adjudica a Asturias un escaso 3,9 por ciento de población foránea, sólo por delante de Extremadura y Galicia, más de cuatro puntos bajo la media nacional del 10, muy lejos del 17 de Baleares o del 14 de Cataluña. La tendencia, una leve subida tras el hinchazón y caída de la crisis remeda el comportamiento del conjunto del país, pero vuelve a ser evidente que la inmigración, la otra esperanza que le cabe a una demografía de natalidad en flagrante retroceso, tampoco da para cubrir los desajustes que origina en Asturias la endémica escasez de nacimientos.

En la otra pata, la actualización del padrón continuo recién puesta al día profundiza en la herida de la que ya era la población más envejecida del país. La estructura por edades da testimonio de la amenaza de insostenibilidad que se cierne sobre una región en la que el porcentaje de habitantes mayores de 65 años vuelve a renovar el tope de la serie histórica y ahora ya supera por primera vez el 25 por ciento: cerca de 60.000 de los 1.028.244 residentes en Asturias han cumplido la edad teórica de la jubilación, frente a los 120.462 -el 11,7 por ciento- que tienen menos de quince. En un año hay cerca de mil jóvenes menos y 3.000 mayores más. Eso da un índice de envejecimiento de más de dos mayores por cada joven. La edad media de la población ha subido cuatro años desde 2004, hasta los 48,05 del último dato, y sigue como la más alta de las comunidades autónomas.