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Cero machismo en el arbitraje

Judith Romano, juez de línea profesional de fútbol, vive su embarazo con la tranquilidad de la reserva de su plaza en Segunda División

Judith Romano, en La Fresneda. LAURA CARADUJE / LA LIGA

El tufo machista del fútbol se difumina con el discurso de Judith Romano, una de las dos mujeres que han encontrado un hueco en el arbitraje profesional en España. Judith, que también trabaja como anestesista en el HUCA, nunca se ha sentido discriminada por los dirigentes de su colectivo, ni por sus compañeros. "Cero machismo", asegura. Ni siquiera el nacimiento de su primera hija, en 2016, le impidió seguir arbitrando en Segunda División porque le guardaron la plaza. Ahora, con su segundo embarazo en la recta final, se pone como ejemplo de que se puede conciliar arbitraje, trabajo y familia sin problemas.

A Judith Romano García (Llanes, 4 de diciembre de 1982) le llamó la atención el fútbol desde pequeña, pero no se involucró hasta los 18 años, cuando fue a estudiar Medicina a Pamplona: "Me fijaba en todo y me llamaba especialmente la atención el árbitro. Así que me presenté en el Comité Navarro y me dieron la materia para el examen. Aprobé y a los pocos días me pusieron mi primer partido".

"Fue un desastre", admite con una sonrisa recordando su debut: "No es lo mismo la teoría que la práctica". Pese a que era un partido de infantiles tuvo que aguantar lindezas que llegaban desde la grada y los banquillos: "Amonesté a un entrenador por algún insulto machista. Quizá tendría que haberlo expulsado". Después llegaron "distintas barbaridades, como lo de 'vete a fregar' y cosas así, pero no me afectó. Nunca lloré en un campo, no quise darles esa satisfacción".

Si alguna vez pensó en dejarlo no fue por la presión de la grada, "sino por los estudios o por el trabajo. Creí que había llegado el momento después de un partido de ascenso a Segunda B. Pero lo pensé bien y decidí seguir". Y lo hizo como juez de línea, ahora árbitro asistente, "porque cuando estaba en Navarra me resultaba más cómodo ir con mis compañeros que sola y, además, subí muy pronto a Segunda B".

"Pensé que era lo más lejos que iba a llegar en el arbitraje", recalca Judith, que en 2011 volvió a Asturias para trabajar en el HUCA y continuar su progresión en el arbitraje formando equipo con el avilesino Víctor Areces Franco. Una carrera que se relanzó con la internacionalidad, en 2007, y con el salto al fútbol profesional, la Segunda División, en 2014.

Dos años después, la vida de Judith Romano se agitó aún más con el nacimiento de su primera hija. "Al principio tenía dudas de cómo se lo podían tomar en el Comité, pero me dijeron que sin problema, que me guardaban la plaza hasta que estuviese en condiciones de volver. Me sorprendió un poco porque no esperaba que lo entendiesen tan bien, con tanto cariño. Podían haberme invitado a coger una excedencia y no lo hicieron".

Eso sí, en 2017 tuvo que tomar una decisión dolorosa: "Renuncié a la internacionalidad al ver que no podía dar el cien por ciento en todo. Me convocaron a una reunión en Madrid, pedí permiso en el trabajo y me lo negaron porque no había suficiente personal. Me di cuenta de que estaba fallando porque ocupaba una plaza que podrían dársela a otro compañero que lo haría igual o mejor que yo".

"En muchos de mis diez años de internacional me quedé sin vacaciones porque gastaba todos los días por el arbitraje", señala Romano antes de precisar que "en el HUCA me ayudaron siempre que pudieron". Ahora, ya en la recta final de su segundo embarazo, Judith quiere aplicar la misma fórmula que en el primero: "Cuidaré mi actividad física, la alimentación, todo, para volver lo antes posible".

Será difícil que pueda pasar las pruebas físicas antes de septiembre u octubre, lo que condicionará su gran objetivo en el arbitraje, el ascenso a Primera División. Tiene tres años para conseguirlo porque en Segunda es obligatoria la jubilación a los 40. En todo caso, nunca le echará la culpa a la discriminación por género: "En la organización arbitral he visto cero machismo. Otra cosa es el público. Todos recibimos insultos, aunque los míos sean distintos".

Por eso, ante el 8-M no dudaría trabajar o arbitrar si se diera el caso: "Las personas nos significamos por nuestros actos, no por nuestro género. Soy exactamente igual que mis compañeros en el hospital, en el arbitraje o que mi pareja, en casa. Eso sí, la que considere que en su vida sufre discriminación por ser mujer debería luchar contra ella, siempre que no sea con una ley que la proteja específicamente".

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